venerdì 28 febbraio 2014

Un’utopia per i giovani. (ITA/ESP)





Papa Francesco alla plenaria della Pontificia commissione per l’America latina

E ha raccomandato memoria e discernimento per un apostolato “corpo a corpo”. Memoria del passato, discernimento del presente, utopia del futuro: è questo, per Papa Francesco, lo schema in cui cresce la fede di un giovane. Il Pontefice lo ha indicato ai partecipanti alla plenaria della Pontificia commissione per l’America latina, ricevuti in udienza nella mattina di venerdì 28 febbraio, nella sala Clementina.

Nel discorso pronunciato a braccio il Santo Padre, riferendosi al tema dell’emergenza educativa al centro dei lavori dell’assemblea, ha sottolineato la necessità di individuare i presupposti antropologici della trasmissione della fede. Educare, infatti, non è trasmettere soltanto contenuti e conoscenze ma anche comportamenti e valori. Alle nuove generazioni, ha raccomandato il Papa, va insegnato in particolare a coltivare e a saper gestire l’utopia — un giovane senza utopia è come un vecchio precoce, ha ammonito — tenendo conto che questa deve essere accompagnata dalla memoria e dal discernimento. Da qui l’importanza di favorire l’incontro tra anziani e giovani, che rappresenta la chiave per trasmettere la memoria di un popolo. A questo proposito il Santo Padre ha parlato di un apostolato “corpo a corpo”, indicando l’esigenza di buoni padri spirituali e maestri di discernimento in grado di ascoltare e guidare i giovani.
Al trinomio “memoria, discernimento, utopia” il Pontefice ha accostato, infine, la questione della cultura dello scarto, che costituisce un aspetto importante del contesto sociale in cui si inserisce l’opera di trasmissione della fede. Papa Francesco si è riferito soprattutto alle dimensioni che ha assunto oggi il dramma dell’aborto e ha riproposto il problema dell’“eutanasia nascosta” con la quale gli anziani vengono trattati, di fatto, come “materiale da scarto”. Dal Pontefice anche un richiamo al tema del lavoro, la cui mancanza ha conseguenze devastanti soprattutto sui giovani, assommandosi ai danni provocati dalla diffusione di fenomeni come la dipendenza dalle droghe e dal gioco.
In conclusione il Papa ha invocato un rinnovato impegno di apostolato in grado di coniugare la traditio fidei con la traditio spei. Occorre ridare speranza ai giovani, ha affermato, per evitare che l’utopia si trasformi in disincanto. «I giovani ci aspettano. Non deludiamoli» aveva raccomandato anche nel discorso preparato per l’occasione e consegnato ai membri della Commissione.
L'Osservatore Romano

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Testo del discorso di Papa Francesco ai membri della Pontificia Commissione per l'America Latina. "Ai giovani disincantati bisogna dare fede e speranza"
Sito della Santa Sede
Buongiorno! Ringrazio il Cardinale Ouellet per le sue parole e tutti voi per il lavoro che avete fatto in questi giorni.Trasmissione della fede, emergenza educativa. La trasmissione della fede la sentiamo diverse volte, non ci sorprende tanto la parola. Sappiamo che è un dovere al giorno d’oggi, come si trasmette la fede, che è già stato il tema proposto dal precedente Sinodo, che terminò nell’evangelizzazione. Emergenza educativa è un’espressione adottata recentemente da voi con coloro che hanno preparato questo lavoro. (...)

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Discurso del Papa a los Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL): "La Santa Madre Iglesia está convencida de que el mejor Maestro de los jóvenes es Jesucristo. Queridos hermanos, los jóvenes nos esperan. No los defraudemos"

Queridos hermanos:
Me llena de alegría recibirlos esta mañana. Agradezco el saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido el Cardenal Marc Ouellet, presentándome las líneas de sus trabajos y los propósitos que animan su labor.
Este año, siguiendo las huellas de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, han querido centrar sus reflexiones en los millones de jóvenes de América Latina y el Caribe, que viven en condiciones de “emergencia educativa” y para quienes se plantea la cuestión fundamental de la traditio de la fe.

La Iglesia quiere imitar a Jesús en su acercamiento a los jóvenes. Desea repetirles que merece la pena seguir el ejemplo que nos dió, ejemplo de entrega, de servicio, de amor desinteresado, de lucha por la justicia y la verdad. La Santa Madre Iglesia está convencida de que el mejor Maestro de los jóvenes es Jesucristo. Ella quiere inculcar en todos ellos sus mismos sentimientos, mostrándoles así que es hermoso vivir como él lo hizo, desterrando el egoísmo y dejándose atraer por la belleza de la bondad. Quien conoce en profundidad a Jesús no se queda en el sofá. Se engancha a su estilo de vida y llega a ser un discípulo misionero de su Evangelio, dando testimonio entusiasta de su fe, no ahorrando sacrificios.
Siempre me ha impresionado el encuentro de Jesús con el joven rico (cf. Lc 18,18-23). Creo que es un lindo modelo que expone al vivo la pedagogía del Señor. Me detengo en tres aspectos de este relato: cómo Cristo acoge, escucha y llama a ese joven a seguirlo.
1. La acogida: Éste es el gesto primero de Jesús y también nuestro. Es previo a toda enseñanza o misión apostólica. Cristo se detuvo con aquel joven, lo miró con afecto, con mucho amor: es el abrazo de la caridad sin condiciones. El Señor se pone en la situación de cada uno, incluso de aquellos que lo rechazan. No les paga con la misma moneda. Estar cercanos a los jóvenes en todos los ambientes de su vida: en la escuela, la familia, el trabajo..., atentos a sus necesidades y aspiraciones, no sólo materiales. Muchos pasan por graves problemas. Cómo no pensar en el fracaso escolar, el desempleo, la soledad, la amargura en las familias desunidas. Son momentos difíciles, que les hacen experimentar frustración y desprotección; los vuelven vulnerables a las drogas, al sexo sin amor, a la violencia... Se nos pide no abandonar a los jóvenes, no dejarlos al costado del camino; necesitan mucho sentirse valorados en su dignidad, rodeados de cariño, comprendidos.
2. Después, Jesús entabló un diálogo franco y cordial con aquel joven. Escuchó sus inquietudes y las clarificó con la luz de la Sagrada Escritura. Jesús, de entrada, no condena, no tiene prejuicios, no cae en los tópicos de siempre; del mismo modo los jóvenes tienen que sentirse en la Iglesia como en casa. No solamente ha de abrirles sus puertas; tiene que salir a buscarlos, sintonizando con sus reclamos y dando espacio para que se sientan escuchados. Ella es madre y no puede permanecer indiferente, sino conocer sus preocupaciones y llevarlas al corazón de Dios.
3. Y, finalmente, Jesús invita a aquel joven a seguirlo: Vende todo… y luego ven y sígueme (cf. Lc 18,22). Estas palabras no han perdido su actualidad. Los jóvenes las tienen que oír de nosotros. Que escuchen que Cristo no es un personaje de novela, sino una persona viva, que quiere compartir ese deseo irrenunciable que ellos tienen de vida, de compromiso, de entrega. Si nos contentamos con darles un mero consuelo humano, los defraudamos. Es importante ofrecerles lo mejor que tenemos: a Jesucristo, su Evangelio, y con ello un horizonte nuevo, que les haga afrontar la vida con coherencia, honradez y altura de miras. Ellos ven los males del mundo y no se callan, ponen el dedo en la llaga, piden un mundo mejor, no admiten sucedáneos. Quieren ser protagonistas de su presente y constructores de un futuro en donde no quepa la mentira, la corrupción, la insolidaridad... La Iglesia en América Latina no puede desperdiciar el tesoro de su juventud, con todas sus potencialidades para el crecimiento de la sociedad, con sus grandes anhelos de forjar una gran familia de hermanos reconciliados en el amor. En ese camino, Jesús sale al encuentro de nuestros jóvenes, los llama a su lado y les regala su fuerza, su Palabra, en la que pueden encontrar inspiración para afrontar los retos que se les presentan. Necesitan ser amigos de Cristo, para convertirse en “callejeros de la fe” y llevarlo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra (cf. Esort. ap. Evangelii gaudium, 106). Y que sientan la calidez de la santa Madre Iglesia, tanto en el recibirlos como en el acompañarlos; y también la calidez de la otra Madre, la de Jesús y la nuestra. Cuando caminamos agarrados de su mano, se nos va el miedo y aprendemos a sonreír de un modo nuevo.
Queridos hermanos, los jóvenes nos esperan. No los defraudemos. Los invito a asumir este desafío con decisión. Que las comunidades cristianas de América Latina y el Caribe sepan ser acompañantes, maestras y madres de todos y cada uno de sus jóvenes. Educar a los jóvenes, evangelizarlos y convertirlos en discípulos misioneros es tarea ardua, paciente, pero muy urgente y necesaria. Les confieso que merece la pena. Saluden a los jóvenes en mi nombre y díganles que les pido el favor de que recen por mí. Que Jesús vaya siempre con ustedes y los bendiga.

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Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina. Homilía del cardenal Leonardo Sandri. El Prefecto recuerda el card. Juan Jesús Ocampo, mons. Oscar Romero e mons. Enrique Angelelli

(NdR. L'omelia è stata pronunciata oggi, 28 febbraio, durante la Celebrazione Eucaristica in occasione della Sessione Plenaria della Pontificia Commissione per l'America Latina).
Queridos Hermanos y Hermanas:
Terminaremos hoy nuestra Plenaria con esta última  celebración eucarística en honor del Sagrado Corazón de Jesús. De este modo nuestra plenaria acaba con la mirada puesta en Cristo crucificado y resucitado, núcleo esencial de nuestra fe y núcleo  fundamental a proclamar  en la emergencia educativa y en la “traditio” de la fe a nuestra juventud.
Aquí sobre el altar que guarda las reliquias de San Juan Crisóstomo reviviremos el sacrificio de la cruz, poniéndonos con nuestra mente y nuestro corazón frente al costado abierto de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, para adorar el misterio de nuestra salvación y de aquí sacar el coraje necesario para el anuncio del Evangelio y para nuestro testimonio de discípulos. 
Una constante de la historia cristiana es la persecución y la cruz que en este mundo y en este tiempo de la Iglesia toca a muchos de sus hijos. Es la entrega de la propia vida en medio de la violencia y del desprecio de los valores de la dignidad de la persona humana, de los ataques a personas, a símbolos y a lugares sagrados de nuestra fe que han tenido por consecuencia no solamente el secuestro sino también el asesinato y la muerte de obispos, sacerdotes, religiosos, y religiosas. Esta línea roja de la sangre de los mártires, ha sido registrada en veinte siglos de historia  y las Iglesias Orientales Católicas como también las comunidades ortodoxas y otros cristianos han sido y son hoy protagonistas de esta evangélica nota de identidad del discípulo con  su maestro y esta fue y es  la garantía de la esperanza cierta del cielo nuevo y de la tierra nueva que esperamos ver y tocar con nuestras manos en la eternidad.
Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Medio Oriente”, escribe: “La situación en Medio Oriente es en sí  misma un llamamiento urgente a la santidad de vida. Los martirologios enseñan que los santos y los mártires, de cualquier pertenencia eclesial, han sido – y algunos lo son todavía – testigos vivos de esta unidad sin fronteras en Cristo glorioso, anticipando nuestro “estar reunidos” como pueblo finalmente reconciliado en él” (EMO n. 11).
De estos últimos años recuerdo a los 52 mártires de la Catedral Siro-católica de Bagdad, en cuya reconsagración participé en diciembre 2012, y recuerdo el dolor y, la mayoría de las veces,  la muda impotencia con la que se tiene que asistir al avance del mal, al desprecio de Dios y de su ley y al desprecio de la dignidad de la persona humana. Y me he preguntado cual era el nexo que podía existir entre esta realidad  y la de nuestra América Latina. Es la sangre de Cristo, que ahora vemos derramada en la persona de nuestros hermanos, víctimas de persecución, del terrorismo en general, y del terrorismo de estado en particular, de la violencia irracional y de la del narcotráfico en particular o víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres, implícita en la fe cristológica, como indicado por el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida  (cfr también Aparecida nn. 391-392 y ss.) el nexo de nuestras dos realidades. 
Leemos en Aparecida: “El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí…”…. Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida” (N. 140).
Prescindiendo del número abultado de obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas y hombres y mujeres  que en nuestro continente han perdido la vida como discípulos de Cristo  (es suficiente recordar que en el 2013 han sido asesinados en América Latina 15 sacerdotes),  quisiera conmemorar a tres pastores concretos,  desde luego sin anticiparme al juicio de la Iglesia y  sin dar a las palabras “martirio” y “mártir” una significación canónica y teológica y evitando cualquier interpretación política.  Ellos son:
1)    el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Arzobispo de Guadalajara, México, asesinado el 24 de mayo 1993. El Beato Papa Juan Pablo II designó como su Representante Personal  para la celebración de sus funerales al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio y en su mensaje, refiriéndose al pastor asesinado, escribió:  “La figura de tan ejemplar Pastor, que con generosidad y abnegación dedicó su vida al servicio de Dios y de la Iglesia , es motivo de profunda acción de gracias al contemplar la fortaleza de su fe, la fecundidad de su ministerio, la solicitud y amor para con la grey que el Señor le había confiado. Su entrega sin reservas a la misión de hacer presente el mensaje salvador de Jesucristo lo hizo acreedor del cariño de sus diocesanos y del respeto de los hombres de buena voluntad” y continúa: “ (…) Las trágicas circunstancias de la muerte del querido Arzobispo de Guadalajara, junto con otras seis personas, han de ser un apremiante llamado a todos para erradicar tan execrable violencia, causa de tanto dolor y muerte, como es el caso de abominable crimen del narcotráfico” (27 de mayo de 1993, Giovanni Paolo II, Insegnamenti XVI, I, 1993 pp. 1341-1342, cf. también ib. pp. 1326-1327).
2) El Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo 1980 y de quien el Beato Papa Juan Pablo II escribió una vez conocida la noticia del crimen: “Al conocer con ánimo traspasado de dolor y aflicción la infausta noticia del sacrílego asesinato de Monseñor Oscar A. Romero y Galdamez, cuyo servicio sacerdotal a la Iglesia ha quedado sellado con la inmolación de su vida mientras ofrecía la víctima eucarística, no puedo menos de expresar mi más profunda reprobación de Pastor universal ante este crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad de la persona, hiere en lo más hondo la conciencia de comunión eclesial y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana” (25 de marzo 1980, Giovanni Paolo II, Insegnamenti III, 1, 1980, p. 734). La causa de canonización de Mons. Romero ha sido introducida y esperamos pronto verlo como modelo para toda la Iglesia.
3)    El Obispo Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja, Argentina, muerto el 4 de agosto 1976, en un sospechoso accidente de auto y en un contexto de valentía del Obispo. De él recuerdo hoy no solamente la pasión y el convencimiento de que su muerte fue por ser defensor de Dios, de la persona humana y del Evangelio que me expresaba el Arzobispo Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo de Resistencia, sino también la homilía pronunciada  por el entonces Cardenal Jorge M. Bergoglio  el 4 de agosto del 2006 en Punta de los Llanos, lugar donde cayó Angelelli. Un periodista refiere así la homilía del Cardenal Bergoglio (Guillermo Alfieri, Semanario Digital,  como también el libro “E’ l’amore che apre gli occhi”, ed. Rizzoli): el Arzobispo de Buenos Aires “rescató(…) la convicción de que la Iglesia riojana era perseguida pero se encontraba entera, con un diálogo de amor entre el pueblo y su pastor. Comparó los ataques sufridos por Angelelli con el maltrato padecido por Pablo, en Filipos, “a través de los consabidos métodos de la desinformación, la difamación y la calumnia”. El Arzobispo de Buenos Aires abordó las muertes de la represión y sostuvo que “Wenceslao, Carlos, Gabriel (nota: nombre de tres sacerdotes aesinados) y el Obispo Enrique fueron testigos de la Fe, derramando su sangre”. Reflexionó que si alguien “se puso contento, creyó que era su triunfo” en realidad fue la derrota de los adversarios. (…) sangre de los cristianos, semilla de cristianos”. Del Obispo Angelelli está introducida también la causa de canonización.
Citando los ejemplos de estos tres pastores, vienen a la memoria las palabras de Benedicto XVI: “El màrtir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, libre frente al mundo; una persona libre, que en un acto definitivo dona a Dios toda su vida” (Catequesis del miércoles 11 de agosto 2010).
A la luz de la Palabra de Dios y de los numerosos testigos que nos han precedido,  podemos entretejer con el hilo rojo de la sangre de los mártires, la historia común de nuestra América con las Iglesias  Orientales: Es Cristo Crucificado quien conecta, con un paralelismo sorprendente,  ambas porciones del Pueblo de Dios. La del Pueblo de Dios en América Latina,  que Aparecida convoca para ser discípulos y misioneros y la del Oriente cristiano,  convocado, después del Sínodo especial para el Medio Oriente,  a la comunión y al testimonio.  Para nuestra plenaria nos queda la convicción que la “Emergencia educativa y la traditio de la fe en la juventud latinoamericana”,  será afrontada a través de todos los estudios y recursos sobrenaturales y humanos de los que gracias a Dios disponemos en nuestro continente, pero sobre todo a través de los maestros y testigos que iluminan con su oblación nuestro cielo estrellado. Brilla María,  Madre de la Iglesia, quien acompañó con su cariño y ternura hasta el supremo momento a nuestros hermanos y amigos que están ya con su Hijo en la eternidad, y pedimos que brille para nosotros esta corona de pastores puros y valientes que serán el mejor lenguaje, incontrovertible, de una fe vivida y “tradita”, entregada, hoy, hasta la asimilación a Cristo, Pastor supremo, cordero inmolado para la salvación del mundo. Amén.

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“Avvenire” - Rassegna "Fine settimana" 
«Colui che si dona per amore di Cristo al servizio degli altri, vivrà come il chicco di grano che muore, ma muore solo in apparenza. Se non morisse, rimarrebbe solo. Se il raccolto esiste è perché il chicco muore, perché si lascia sacrificare in questa terra, ed è solo così che (...)