venerdì 13 aprile 2012

Partecipazione attiva all'Eucaristia 1


Nei giorni scorsi ci ha riprovato. Ancora e sempre inspiegabilmente Sandro Magister nel suo blog continua a sostenere che il Papa non gradisce la "forma celebrandi" della eucarestia nelle comunità neocatecumenali.
Come tanti altri che si ostinano a esaltare i frutti di questo carisma (vocazioni al presbiterato e alla vita consacrata, famiglie in missione, zelo per la Nuova Evangelizzazione etc.) auspicando però al tempo stesso e con forza più grande ancora che  le sue radici, che sono eminentemente liturgiche, vengano recise. Di fronte a tale atteggiamento, anzichè con uno dei commenti (*) che stanno affollando il web in questi giorni ( e che danno contezza della confusione e del disorientamento che Sandro Magister provoca nei cuori di tanti fedeli...), ho pensato di proporre ai lettori di questo blog un testo di Paul Josef Cordes dal titolo (eloquente):   

"Partecipazione attiva all'Eucarestia - La actuosa participatio nelle piccole comunità",  Edizioni San Paolo.

Con l'augurio che gli dia un'occhiata anche l'illustre vaticanista...


PREMESSA
INTRODUZIONE
I. LA COMUNITA'
II. LA LITURGIA
III. L'EUCARESTIA: SEGNO SACRAMENTALE
IV. APPROCCI LITURGICI ALL'UNITA' NELLA CHIESA.


 

(*): Il più chiaro dei quali è quello pubblicato dal sito spagnolo www.camineo.info, che riporto sotto:





Comencemos esta apología con un apólogo.

Juanpx

Thu, 12 Apr 2012 07:06:00


Los hermanos del cenobio tenían un almendro en el huerto. En primavera se llenaba de flores, antes de dar una cosecha abundante. El abad se admiraba de la abundancia de frutos y de la belleza del árbol florido. Compartía con la comunidad la admiración por aquel árbol tan fecundo. Era el orgullo del monasterio durante la recreación. La comunidad también crecía y edificaron sobre el terreno del huerto las celdas de los novicios recién ingresados. Su afecto por el almendro era tan grande que decidieron trasplantarlo y no talarlo. Al desgajarlo, el hermano procurador entró en la celda del abad y le comunicó el desagrado que un detalle del almendro le causaba. Propuso al abad cortar esa parte, para liberar la belleza del árbol de aquella fealdad manifiesta. El abad le preguntó porqué nadie había reparado antes en un defecto tan desagradable. “Porque hasta ahora”, contestó, “esa parte había permanecido oculta. La parte que me desagrada es la misma raíz del árbol. Debemos cortarla antes de volverlo a plantar en su nuevo lugar”.

Nadie en su sano juicio cortaría la raíz de un árbol tan fecundo por muy fea que le pareciese a dicha raíz. Si lo hiciese el daño sería irreparable: en la siguiente temporada el almendro ni fructificaría ni daría flores. Por el contrario, moriría. No se puede esperar que un árbol dé frutos o embellezca algún huerto si se cortan las raíces con que se nutre. Ciertamente las raíces pueden resultar poco atractivas para alguien. Pero si el amo del huerto quiere seguir obteniendo frutos o flores, entonces el amo debe dejar intacto el árbol con sus correspondientes raíces.

Sin embargo, existe quien quiere el imposible de que el almendro siga dando frutos con las raíces cortadas. Al menos este parece ser el deseo de quienes alaban al Camino Neocatecumenal por algunos de sus carismas, las “familias en misión” pongamos por caso, y luego atacan el modo celebrativo de la eucaristía que se practica en esas mismas comunidades. Estos sujetos elogian de modo a veces sentimental y lacrimógeno este carisma, pero a continuación vituperan y atacan de forma no menos sentimental el modo de celebrar el rito romano en dichas comunidades.

Su apología del Camino es tan sentimental como su crítica. Sendas actitudes son irracionales porque nacen de la ignorancia. No captan que esos carismas están relacionados intrínsecamente con el modo de celebrar la liturgia dentro del propio Camino. No perciben la relación de causa y efecto que ambos guardan entre sí. Los carismas surgen gracias a esta raíz, y de ninguna otra. No podrían surgir de ninguna más; de hecho, no lo hacen. Esta abundancia de frutos en el Camino sería imposible sin este modo celebrativo específico. No se dan cuenta de que ese modo celebrativo es la raíz por la cual el árbol del neocatecumenado se nutre y da frutos tan excelentes y florece de modo tan ubérrimo y admirable. Sin esas raíces no surgirían jamás frutos semejantes. No se puede prescindir de ese modo celebrativo sin provocar un grave daño en el conjunto de esta realidad eclesial tan fecunda.

Sin embargo, podría ocurrir que estos críticos quieran en su fuero interno que los frutos, en realidad, acabasen y el árbol muriera, aunque aseguren todo lo contrario en su fuero externo. Seguramente sea así porque estos sujetos eran los mismos que hablaban hace 30 años de las herejías del Camino neocatecumenal, o han simpatizado con esta maledicencia durante décadas. Desde la aprobación de los estatutos (2002-2008) y de las catequesis (2010) y los ritos (2012) del Directorio, ya no cabe acusar de herético a ningún elemento del neocatecumenado. Tampoco cabe atacar el modo celebrativo de estas comunidades por cuanto han sido ampliamente avaladas tácita o explícitamente desde los 70 hasta hoy por la Santa Sede, en cuya autoridad reside la decisión última al respecto. Se trataría, por tanto, de un rencor camuflado por la restricción mental, la mala fe y la hipocresía.

Podría ocurrir también que ciertos objetantes no quisieran matar el mencionado árbol. Al menos, no por principio. Pero desearían que este Camino fuera más manejable, más fácilmente manipulable, de modo que no escapase a su control mediático o su influencia ideológica. Desearían de este modo podar partes de su raíz, mas no amputar toda la raíz, como el que convierte un almendro normal en un bonsai enano. De esta manera los frutos proseguirán, y la floración no cesará, pero a una escala diminuta y mezquina, a merced de los diversos grupos de presión mundanos, sean de derechas o de izquierdas, y sus intereses creados. Entonces el Camino Neocatecumenal dejaría de resultarles una institución incómoda, amenazante y peligrosa, para su proyecto de mundo y de Iglesia. Seguramente quien así actúe se encuentra movido más por la codicia y el afán de poder, si no por la envidia o el resentimiento más crasos.

Tal vez la motivación de esta tala completa, o de esta poda parcial pero drástica, de las raíces celebrativas sea el miedo ante un Camino Neocatecumenal “demasiado poderoso e incontrolable”. Pero esto supone que estos críticos consideran el Camino Neocatecumenal como una institución de poder cuyo afán de dominio choca con la libido dominandi de estos adversarios potenciales. Sólo de esta concupiscencia (1 Jn 2, 16-17) puede surgir un miedo tan infundado e irracional. Detectan en los demás una protervia que sólo existe en ellos mismos; la inseguridad y el miedo son penalidades inherentes a este pecado gravísimo. A estos hermanos habría que invitarles a cumplir la exhortación evangélica: “sácate primero la viga de tu ojo” (Mt 7, 1-5). Detrás de las iniciativas del Camino Neocatecumenal no hay ningún ansia de poder en absoluto, porque si fuera por eso, tantas familias en misión, miles de jóvenes abrazando el presbiterado o la vida consagrada, Kiko, Carmen y tantos otros catequistas laicos o comunidades en misión, se habrían quedado en sus casas donde eran más valorados y queridos. Sin embargo, solamente el amor de Cristo empuja al Camino Neocatecumenal a partir en misión porque aún hay gente que no conoce a Jesucristo.

El carisma que Dios ha concedido al camino neocatecumenal es precisamente este celo ardiente por la Nueva Evangelización para la sociedad global de tercer milenio. El Señor ha concedido unas raíces vigorosas y potentes, necesarias para robustecer esta planta evangélica cuya misión será ponerse al servicio de la Iglesia universal para evangelizar a todas las gentes. Dios concede instrumentos fuertes para misiones fuertes. Y la misión del Camino Neocatecumenal en esta conyuntura histórica no puede ser más audaz: cumplir el mandato de derecho divino de llevar el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15).

No puede darse este fruto tan copioso sin las raíces de este modo celebrativo tan específico. En la gracia de este modo celebrativo radica el crecimiento exponencial del Camino y la proliferación de vocaciones misioneras en el seno de sus comunidades, prestas para la Nueva Evangelización. Aquí es importante traer a colación las cifras: el Camino Neocatecumenal cuenta aproximadamente con un millón y medio de miembros; tiene presencia en 6.000 parroquias de 106 países, con 3.000 sacerdotes, 1.600 seminaristas y 78 seminarios Redemptoris Mater.

Desde 1990, año de las primeras ordenaciones, hasta hoy, los presbíteros ordenados en los diversos seminarios Redemptoris Mater son más de 1.600 y hay cerca de 2.000 actualmente preparándose para recibir las Órdenes sagradas. Confirmando una profunda vocación misionera, desde 1985 el Camino envía familias numerosas a los lugares donde la fe está desapareciendo o no ha llegado nunca.

En 1985 Kiko, Carmen y el padre Mario, presentaron a Juan Pablo II un proyecto para reevangelizar el norte de Europa con el envío de familias misioneras, acompañadas por presbíteros. En 1986 el Papa envió las primeras tres familias: una al norte de Finlandia, otra en el barrio rojo de Hamburgo y la tercera a Estrasburgo. En enero de 2011, el número de las familias del Camino en misión para la nueva evangelización en 78 países es de más de 800, con 3.097 hijos, de las cuales 389 están en Europa, 189 en América, 113 en Asia, 56 en Australia, 46 en África y 15 en Oriente Medio. Se trata de familias que, a través del anuncio del Evangelio y de un itinerario de iniciación cristiana de diversos años, han sido reconstruidas, han redescubierto el don de la comunión, y por ello se han abierto a la vida, y que por gratitud a Dios y a la Iglesia se ofrecen para ir allí donde un obispo vea la necesidad del testimonio de una familia cristiana.

La prueba es que las demás realidades eclesiales, para las que Dios no tiene este plan en su providencia, no fructifican con estos carismas, ni con esta abundancia, pues sus ritmos y cometidos son otros, y sus raíces por tanto también son distintas. Basta con acudir a eventos como una JMJ, o los encuentros vocacionales, o la Misa de la Familia Cristiana, u otros actos similares, para presenciar la catequesis plástica, de teología estética, que supone contemplar a este pueblo multitudinario, distinto a todas las naciones (Nm 23, 7-24), puesto en marcha al servicio de la Iglesia en todas las naciones.

Para ello el Señor se ha preparado un pueblo numeroso, dispuesto a partir por todo el mundo para anunciar la fe de Jesucristo en medio de esta generación. Y es una misión urgente, que no se puede demorar, sino que reclama cumplirse Hoy, en el hoy escatológico y su incidencia temporal-histórica del instante presente. De nuevo hay que atestiguar como dato milagroso de las Comunidades Neocatecumenales la celeridad de su crecimiento y extensión. Hay prisa por evangelizar, con un ritmo dinámico y urgente. Es la urgencia de la caridad de Cristo (1Cor 7, 29-31; 2 Cor 5, 11-17) la que impulsa esta entrega radical para anunciar este Evangelio ya, ahora, hoy, a cada hombre en el seno de estas comunidades. Esta caridad de Cristo alimenta a este pueblo copioso, multitudinario, que es el camino Neocatecumenal a través de esta raíz celebrativa en función de este servicio que Dios quiere ofrecer al mundo a través de su Iglesia.

Cortar esta raíz potente impediría llevar a cabo la potencia de esta misión así enraizada.

A quien no le guste su modo celebrativo del rito romano que mire hacia los frutos. Ellos le convencerán de que debe respetar esta raíz y no cortarla. Por sus frutos los conoceréis. Y a quien odie los frutos del Camino Neocatecumenal que acuda a la Raíz, porque necesita sanar un corazón enfermo por el vicio del odio.

Mientras tanto no importunen al Camino, ni al pueblo de Dios ni a la Iglesia. No importunen al Camino Neocatecumenal que seguirá celebrando según la gracia otorgada por la Iglesia. No importunen al pueblo de Dios que no merece ser engañado con calumnias arrojadas contra la honra del Camino. Y no importunen a la Iglesia arrogándose la misión de discernimiento sobre éste u otros asuntos que sólo competen a la autoridad de la Santa Sede, y no al parecer de particulares.