lunedì 22 agosto 2011

San Juan de Avila -. 44, 11 y 12. - LIBRO ESPIRITUAL sobre el verso AUDI, FILIA, ET VIDE, etc. Ps. 44, 11 y 12. - Terza Parte


CAPITULO 81
De otras provechosas consideraciones que se pueden sacar de la Pasión del Señor; y de otras meditaciones que de otras cosas se pueden tener; y de algunos avisos para, los que no fácilmente pueden seguir lo ya dicho.
Si bien habéis mirado lo que se os ha dicho acerca del misterio de la Pasión de Jesucristo nuestro Señor, sacaréis que habéis de mirar lo que de fuera padece (Cap. 76), y las virtudes de paciencia y humildad y semejantes a ellas que dentro tiene (Cap. 77), y especialmente su amoroso y compasivo Corazón,del cual todo lo otro procede (Caps. 78-80), y esforzaros a compadecer de todo lo que pasa el Señor, y a le imitar.
Mas tened entendido, que otras muchas consideraciones provechosas podéis tener acerca de la Pasión del Señor. Porque en ella podéis conocer, según en este destierro se sufre, cuan preciosa es la bienaventuranza, y cuan grandes los infernales tormentos, cuan preciosa la gracia, cuan dañoso y aborrecible el pecado, pues por comprarnos Cristo estos bienes y librarnos de estos males, siendo quien es, padeció tanto. Libro es en que podéis leer la inmensa bondad divinal, y la dulcedumbre de su amor, y también el admirable rigor de la divina justicia, que así castigó por pecados ajenos al mismo Juez.
Y porque tenía deseado y pensaao de proseguir esta materia más largo, y pasar a la consideración de la Divinidad por el escalón de la santísima Anima de Jesucristo nuestro Señor, y mi poca salud no da lugar, no os digo más; porque lo que aquí escribo es lo postrero de este Tratado, salvo encomendaros laperseverancia de la meditación de esta sagrada Pasión. Porque aunque he vistoa personas ejercitarse en ella años y años, sin gustar mucho de ella, mas perseverando, les ha pagado nuestro Señor lo que antes les había dilatado, quedieron por bien empleados los trabajos pasados con la paga presente.
También os aviso que hay otros ejercicios de meditación para caminar al Señor; así como la meditación de las criaturas y de los beneficios de Dios, y por vía del recogimiento del corazón que entiende en amar, que es el fin de todo pensamiento y de toda la Ley; y que como hay diversos ejercicios, hay diversas inclinaciones en los hombres, y es muy gran merced del Señor poner al hombre en aquello que le ha de ser provechoso; lo cual cada uno le debe pedir con mucha instancia, y procurar, por lo que en si siente, dando relación de ello a quien más sabe, de atinar con qué ejercicio le va mejor, porque aquél es el que debe seguir.
Y también conviene avisar, que hay algunas personas tan ocupadas en cosasexteriores, que no se pueden dar, a lo menos con espacio, a ejercicios interiores, por lo cual reciben desconsolación y desabrimiento. Los cuales, si no pueden lícitamente dejar las tales ocupaciones, deben contentarse con el estado que el Señor les dio, y con diligencia y alegría cumplir con su obligación, y esforzarse lo que pudieren a tener presente a nuestro Señor, por cuyo amor hagan sus obras.
Y porque hay algunos que tienen una natural inquietud en el ánima, y del todo indevota y seca, que aunque mucho tiempo y cuidado gasten en el ejercicio interior, ninguna cosa aprovechan, es menester avisarles, que pues el Señor no les da espíritu de larga e interior oración, se contenten con rezar vocalmente a los pasos de la Pasión; y yendo rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel mismo paso; y tengan alguna imagen devota a que miren, y lean libros devotosde la Pasión; porque muchas veces acaece, de estos escalones subir al ejercicio del pensar interior. Y si el Señor quisiere que no suban más, agradézcanselo por quererlos llevar por aquel camino.
Sepan también los escrupulosos y entristecidos, que no se contenta el Señor de que siempre anden pensando en los pecados que han hecho, sepultados en tristeza y desmayo, como Lázaro en el sepulcro; mas que es su voluntad, que tras la mortificación y penitencia que han hecho, por la cual tienen semejanza con su Pasión, tengan también consuelo con la esperanza del perdón, por la cual sean semejantes a su Resurrección; y que, pues han besado sus sacratísimos pies, llorando pecados, se levanten a besarle las manos por los beneficios recibidos, y caminen entre temor y esperanza, que es camino seguro.
Y concluyo con esto, con avisaros que, porque haya habido algunos quepor ignorancia y soberbia han errado el camino de la oración, no toméis vos ocasión de la dejar: pues la ajena caída no nos debe apartar del bien, mas entender con mayor cautela en nuestro negocio. Y más os debe esforzar para lo seguir el saber que Jesucristo nuestro Señor y sus Santos han caminado por él para nuestro ejemplo, que no desmayaros los pocos que lo han errado; pues por maravilla hay cosa buena, de la cual algunos no hayan usado mal.
CAPITULO 82
De cuan atentamente nos oye y piadosamente nos mira el señor, si le sabemos manifestar nuestras llagas con el dolor que se debe; y cuan pronto es a las sanar, y hacer otras muchas mercedes.
Tiene esto la gran bondad del Señor, que para que sus mandamientos y leyes sean de nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más fáciles en querer Él mismo pasar por ellos. Hanos mandado, según hemos oído, que le oigamos y miremos, y le inclinemos nuestra oreja. Lo cual todo es muy justo y ligero; porque a tal Maestro, ¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se deleitará en mirar? A Sabiduría infinita, ¿quién no le inclinará su oreja?
Mas para que lo ligero sea más ligero, quiso Él pasar por esta ley que a nosotros pone, y la cumple con gran diligencia. Él nos oye, Él nos ve, y nos inclina su oreja, para que no digamos: No tengo quien mire por mí, ni quiera escuchar mis trabajos: Gran consuelo es para un desconsolado tener una persona que, a cualquier rato del día y de la noche, esté desocupada y de buena gana para oírle sus penas, y que esté siempre, sin faltar un momento, mirando a sus miserias y llagas, sin decir: ¡Cansado estoy de ver miserias, y asco me dan vuestras llagas! Y aunque esta tal persona fuese de muy duro corazón, querríamos que siempre nos oyese y nos viese; porque creeríamos que, dando siempre en su corazón la gotera de nuestros trabajos, que como por canal entra a él por las orejas y ojos, algún día cavaría en él y sacaría compasión; pues por duro que fuese, no sería tanto como piedra, la cual es cavada de la blanda gotera, aunque algún rato cese de dar. Y aunque supiésemos que esta tal persona ningún remedio nos podía dar para nuestros trabajos, nos consolaríamos mucho con sola la compasión que de nos tuviese. Pues si a esta tal persona debíamos mucho agradecimiento, ¿qué debemos a Dios nuestro Señor? Y ¿cuan alegres debemos de estar por tener sus orejas y ojos puestos en nuestros trabajos, que ni un solo rato los aparta de nos? Y esto, no con dureza de corazón, mas con entrañable misericordia; y no con misericordia de corazón solamente, mas con entero poder para remediar nuestras penas. Bendito seas, Señor, para siempre, que no eres sordo ni ciego a nuestros trabajos, pues siempre los oyes y ves; ni cruel, pues se dice de Ti (Ps. 102, 8): Hacedor de misericordias, y misericordioso de corazón es el Señor, esperador y muy misericordioso. Ni tampoco eres flaco, pues todos los males del mundo son flacos y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida.
Leemos que en tiempos pasados concedió Dios una maravillosa victoria de sus enemigos al rey Ezequías (4 Reg., 19, 35), el cual, según dicen algunos, no hizo al Señor, que le dio la victoria, aquellas gracias y cantares que se le debían y solían en semejantes mercedes hacer; por lo cual Dios le hizo enfermar, y tan gravemente, que ningún remedio por naturaleza tenía. Y porque con falsa esperanza de vivir no se olvidase de poner cobro a su ánima, fue a él el Profeta Isaías (38, 1) y díjole, por mandado de Dios: Esto dice el Señor: Ordena tu casa, porque sábete que morirás y no vivirás. Con las cuales palabras atemorizado el rey Ezequías, vuelve su cara a la pared, y lloró con gran lloro, pidiendo al Señor misericordia. Consideraba cuan justamente merecía la muerte, pues no fue agradecido al que le había dado la vida; y miraba la sentencia de Dios ya contra él dada, que decía: No vivirás. No hallaba otro superior que Aquel que la dio, para pedir que se revocase; y aunque lo hubiera, no tuviera buen pleito, pues al desagradecido justamente se le quita lo que misericordiosamente, se le había dado. Veíase en mitad de sus días, y acabarse en él la generación real de David, porque moría sin hijos. Y allende de todo esto, era combatido de todos los pecados de su vida pasada, cuyo temor más suele penar a la hora postrera. Y con estas cosas estaba su corazón quebrantado con dolor, y turbado así como mar; y adondequiera que miraba; hallaba muchas causas de temor y tristeza. Mas entre tantos males, halló el buen rey remedio, y fue pedir medicina al que le habla llagado, seguridad a quien le habla amedrentado, convertirse por arrepentimiento y esperanza, al mismo de quien por ensoberbecerse huyó. Y al mismo Juez pide que le sea abogado, y halla camino como apelar de Dios, no para otro más alto, mas apela del justo para el misericordioso. Y las razones que alega son acusarse, y la retórica son sollozos y lágrimas. Y puede tanto con estas armas en la audiencia de la misericordia divina, que antes que el Santo Profeta Isaías, pregonero de la sentencia de muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le dijo el Señor: Torna, y di al rey Ezequias, capitán de mi pueblo: Oí tu oración, y vi tus lágrimas; yo te concedo salud, y te añado otros quince años de vida; y libraré esta ciudad de mano de tus enemigos.
—Señor, ¿qué es acuesto? ¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas la ira en misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas, derramadas, no en templo, mas en el rincón de la cama, y no de ojos que miran al cielo, mas a una pared, así te hacen tan presto revocar la sentencia que tu Majestad había dado y mandado notificar al culpado? ¿Qué es del sacar del proceso? ¿Qué es de las costas? ¿Qué es de los términos? ¿ Qué es del presentar unos y otros testigos? ¿Qué es de tenerse por afrentado el juez, si le revocan la sentencia que dio?
Todo lo disimulas con el amor que nos tienes, por estar atento a nos hacer mercedes, y dices: Oí tu oración, y vi tus lágrimas. Todo término se te hace breve para librar al culpado. Porque ninguno deseó tanto alcanzar su perdón, cuanto Tú deseas darlo: y más descansas Tú con haber perdonado a los que deseas que vivan, que no el pecador con haber escapado de muerte. No guardas leyes ni dilaciones; mas las leyes serán que los que hubieren quebrantado todas tus leyes, quebranten su corazón con dolor de lo pasado, y propongan la enmienda de lo por venir, y tomen las saludables medicinas de tus Sacramentos, que en tu Iglesia dejaste, o tengan intento de las tomar. Y las dilaciones, que en cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados, no te acuerdes más de ellos(Ezech., 18, 22). Y porque los pecadores cobrasen ánimo para te pedir perdón de sus yerros, quisiste conceder a este rey más mercedes que él te pedía: quince años de vida, y librar su ciudad, y tornarse el sol diez horas atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al templo, y con otras secretas mercedes que le hiciste Tú, benigno, que no dejarías venirnos males, sino para sacar de ellos mayores bienes, enseñando tu misericordia en nuestra miseria, tu bondad y perdón en nuestra maldad, y tu poder en nuestras flaquezas.
Tú, pues, pecador, quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella sentencia de Dios que dice (Ez., 18, 20): El ánima que pecare, aquélla morirá,no desmayes debajo la carga de tus grandes pecados, y del incomportable peso de la ira de Dios. Mas cobrando ánimo en las misericordias de Aquel que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ezech., 33, 11), humíllate, llorando, a Aquel que despreciaste pecando; y recibe el perdón de mano de aquel piadoso Padre, que tanta gana tiene de dártelo ; y aun de te hacer mayores mercedes que antes, como hizo a este rey, al cual levantó sano del cuerpo y sano del ánima, como él da gracias, diciendo: Tú, Señor, libraste mi ánima que no se perdiese, y arrojaste mis pecados tras tus espaldas (Is., 38, 17).
CAPITULO 83
De dos amenazas de que suele Dios usar, una absoluta y otra condicional; y de dos géneros de promesas, semejantes a las amenazas; y cómo nos habremos cuando sucedieren.
No os debéis turbar de que la palabra dicha a este rey: Morirás y no vivirás, no se cumplió. Habéis de saber, que algunas veces manda el Señor decir lo que Él tiene en su alto consejo y eterna voluntad determinado que sea; y aquello vendrá como se dice, sin falta ninguna. De esta manera mandó decir al rey Saúl (1 Reg., 15, 23) que le había de desechar, y escoger en su lugar otro mejor. Y también amenazó al sacerdote Helí, y así lo cumplió (1 Reg., 3, 13). Y de la misma manera amenazó al rey David que le había de matar el hijo que hubo del adulterio de Bersabé (2 Reg., 12, 14); y por mucho que el rey pidió la vida para el niño con oraciones, ayunos y cilicio, no le fue concedido, porque tenia Dios determinado que el niño muriese.
Mas otras veces manda decir, no lo que Él tiene determinado de hacer, mas lo que hará, si no se enmienda el tal hombre. Y de esta manera envió a decir a la ciudad de Nlnive que de ahí en cuarenta días seria destruida (Jon., 3, 4), y después por la penitencia de ellos revocó esta sentencia: porque Él no tenía determinado de los destruir, pues no lo hizo; mas envióles a decir lo que sus pecados merecían, y lo que les viniera por ellos, si no se enmendaran.
Y aunque de fuera parece mudanza decir: Será destruida, y no destruirla, mas en la alta voluntad de Dios no lo es, pues nunca la quiso determinadamente destruir. Que, como dice San Agustín: «Muda Dios la sentencia; mas no muda el consejo», el cual era de no destruirla, mediante la penitencia, a la cual les quería incitar con el temor de la amenaza. Y esto es lo que Él mismo dice por Jeremías (18, 7): Súbitamente hablaré contra gentes y reinos que los he de destruir y arrancar; mas si aquella gente hiciere, penitencia de su maldad, haré Yo también penitencia del mal que les pensaba hacer. Y también hablaré súbitamente de gentes y reinos que los he de edificar y plantar; mas si hicieren maldad en mis ojos, no oyendo mi voz, haré Yo también penitencia del bien que dije que les había de hacer.
De lo cual se saca, que porque no sabemos cuándo lo que Dios nos envía a amenazar es determinación ultimada, o es sola amenaza, no debemos desesperar, ni dejar de pedir a su misericordia que revoque la sentencia que contra nos tiene dada, como hizo a este rey y a la ciudad de Nínive, y alcanzaron lo que pidieron. Y aunque David no lo alcanzó, no por eso pecó en orar al Señor revocase la sentencia dada; porque no le constaba si era determinación o amenaza. Y de la misma manera, si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de descuidar en servirle, con decir: Cédula tengo de palabra de Dios que a nadie engaña. Porque dice el Señor, Que si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará penitencia del bien que nos prometió. No porque en Dios caiga arrepentimiento, pues no puede en Él caer mudanza; mas quiere decir, que así como uno que se arrepiente, torna a deshacer lo que había hecho, así Él deshará la sentencia del castigo que contra el hombre había dado, si él hace penitencia; y deshará el bien que tenía prometido, si el hombre se aparta de Dios.
CAPITULO 84
De lo que es el hombre de su cosecha, y de los grandes bienes, que tenemos por Jesucristo nuestro Señor.
Tornando, pues, al propósito, bien claro parece cuan bien cumple Dios esta ley: Oye y ve, pues tan presto oyó la oración y vio las lágrimas de este rey, y lo consoló. Y no sólo a él, mas lo mismo hace con otros, como dice David (Ps. 32, 16): Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus orejas en los ruegos de ellos; para librar sus ánimas de la muerte, y para mantenerlos en tiempo de hambre.
Bien creo yo que os parece bien acuesta palabra; y también creo que os pone temor la condición con que se dice. Bienaventurada cosa es estar los ojos y orejas de Dios en nosotros; mas diréis: ¿Qué haré, que dice a los justos, y yo tengo pecados?
Así es, y así lo conoced por verdad. Porque si hombres hubiera que no tuvieran pecados, ¿quién era más razón que lo fueran, que los santos Apóstoles de Jesucristo nuestro Señor? Los cuales, así como fueron los más cercanos a Él en la conversación corporal, así también lo fueron en la santidad, sin que nadie se igualase con ellos, si no es la bendita Madre de Dios, que iguala y excede a ellos y a Ángeles. Y aunque dice San Pablo (Rom., 8, 23), en su persona y en la de los Apóstoles, que recibieron las primicias del Espíritu Santo, que quiere decir, mayor gracia y dones que otros hombres; mas con todo esto les mandó el Señor rezar la oración del Pater noster, en la cual decimos: Perdónanos nuestras deudas y culpas. Y como es oración de cada día, claro es que somos por ella amonestados que tenemos culpas, y que cada día cometemos alguna. Y por esto dijo San Juan (1 Jn., 1, 8): Si dijéremos que no tenemos pecado,nosotros nos engañamos, y la verdad no está en nosotros. Pues si todos los hombres—sacando al que es Dios y Hombre y a la que es verdadera Madre de Él—tienen pecados, ¿para quién se dijeron las dichas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos, y sus orejas en los ruegos de ellos?
Respondo, que no es Dios achacoso (quisquilloso), ni cumplidor con solas palabras, pues vemos que, como lo dice, así lo cumplió con el rey Ezequías, y con otros innumerables, a los cuales ha mirado y oído. Mas sabed, que aquel esjusto, que no está en pecado mortal, pues está en gracia y amigo con Dios. De los cuales hay muchos, aunque tengan pecados veniales; de los cuales se entiende, que no hay quien con verdad pueda decir que está sin pecado.
Y para que agradezcáis la gracia y justicia a aquel Señor, por cuyos merecimientos se dan a los que para ello se aparejan, habéis de saber que los justos dos maneras tienen de bienes, unos de naturaleza y otros de gracia, aunque pese a Pelagio (Pelagio: hereje que negó la necesidad de la gracia. Sus secuaces se llaman pelagianos), el cual dijo que el hombre es justo por las buenas obras que hace de su propia naturaleza, sin ser menester la gracia y virtud que nos son infundidas por Dios. El cual error está condenado por la Iglesia católica, que nos manda creer que de nuestra naturaleza somos pecadores por el pecado original, y por otros que de nuestra voluntad hacemos; y que en las buenas obras morales, que con solas fuerzas de naturaleza hacemos, no consiste la verdadera justicia. Por lo cual dice San Pablo (Rom., 3, 10), que ninguno es justo, quiere decir, de sí mismo; porque de esta manera todos son pecadores de sí. Dada nos ha de ser la justicia, no la tenemos da nuestra cosecha; que el tenerla así, privilegio es de sólo Cristo, el cual no por otro, sino por Si, es verdadero justo, y en cuyas obras y muerte hay verdadera justicia. Porque si en nuestras propias obras de nuestra naturaleza consistiera la verdadera justicia, o por ellas mereciéramos que se nos diera, en balde hubiera muerto Jesucristo, como dice San Pablo (Gal., 2, 21), pues pudiéramos alcanzar sin su muerte lo que con ella El nos ganó. El mismo Apóstol dice (1 Cor., 1, 30)que Cristo nos es hecho justicia; y dicelo, porque en sus obras y muerte está el merecimiento de nuestra justicia. El cual merecimiento se nos comunica por la fe, y amor que es vida de ella, y por los Sacramentos de la Iglesia, según declaramos arriba (Cap. 44). Y así somos incorporados en Jesucristo, y se nos da el Espíritu Santo y su gracia, que infundida en nuestra ánima, somos por ella hechos hijos adoptivos de Dios y agradables a Él. Y también recibimos virtudes y dones para que podamos obrar conforme al alto ser de la gracia que nos fue dada. Con todo lo cual somos hechos verdaderamente justos delante los ojos de Dios, con propia justicia que en nosotros mora y está, distinta de aquella por la cual Cristo es justo.
Y de aquí viene, que aunque las buenas obras que antes hacíamos eran bajas y de imperfecta bondad, que ni consistía en ellas la verdadera justicia, ni tampoco la merecían alcanzar, por ser de nuestra propia cosecha; mas las que ya hacemos estando en estado de gracia, son de tan alto valor, que son obras verdaderamente Justas, y que merecen acrecentamiento de la propia justicia, como dice San Juan (Apoc., 22, 11): El que es justo, sea hecho más justo; y son dignas de alcanzar el reino de Dios, según está dicho por San Pablo (2 Tim., 4, 8), que le estaba guardada corona de justicia.
Esta inefable merced, a Jesucristo nuestro Señor la debemos; mas no es ésta sola. Porque así como es ordenación divinal que ninguno alcance la gracia y justicia sino por merecimiento de este Señor, así lo es que ninguno de los que las tienen las pueda conservar ni acrecentar, si no estuviere arrimado a este Señor, como vivo miembro a su cabeza, y sarmiento con fruto a su vid, y edificio a su fundamento. Porque aunque, ganándoles gracia y justicia, les ganó derecho para merecer el reino de Dios, según se ha dicho, y también para alcanzar con la oración lo que bien pidieren, mas si de esto han de gozar y bien usar, no ha de ser como gente apartada, que hace bando o cabeza por sí, o como hombre que se tiene en sus propios pies, y que puede andar sin ayuda de nadie; arrimado ha de estar a esta bendita Cabeza, para que se le conserve la gracia, y le venga de ella una espiritual virtud, que preceda, y acompañe, y siga a las buenas obras que hiciere; sin la cual las tales buenas obras no podrán ser meritorias, como el Concilio Tridentino lo dice (Sess. 6, c. 4 y 5).
Y por esta manera, las oraciones que este tal justo hiciere serán dignas de las orejas de Dios, y de alcanzar lo que pide. Salomón pidió a Dios (2 Paral., 6, 20) que quien orase en el templo que él había hecho en la tierra, fuese desde el cielo oído de Dios, concediéndole lo que pidiese. Y el verdadero y más excelente templo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, en cuanto hombre, es; en el cual,como dice San Pablo (Colos., 2, 9), mora corporalmente el cumplimiento de la Divinidad. Quiere decir, que no mora solamente en Él por vía de gracia, como en los santos —hombres y ángeles—, mas por otra manera de mayor tomo y valor, que es por vía de la unión personal, por la cual la sacra Humanidad es levantada a tener dignidad de ser personada (tener personalidad, subsistir) en el Verbo de Dios, que es Persona divina. Este es el templo, por el cual dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 17. 6) Dios oyó mi voz desde su santo templo. Y quien en éste diere voces de oración, movidas por el Espíritu de Él, arrimado a Él como miembro vivo, que pide socorro por los merecimientos de su cabeza, que es Jesucristo, este tal será oído justamente de Dios, como lo fue David, y todos los justos que han sido oídos. Mas la oración hecha fuera de este templo, sea hecha por quienquiera que sea, ronca es y profana, no digna de las orejas de Dios, pues que no siendo inspirada por Jesucristo, no lleva el sello real para ser conocida y tenida por justa, para alcanzar lo que pide. Y para que Cristo en el cielo despache, como abogado nuestro, nuestras peticiones, es menester que en la tierra seamos sus miembros vivos, movidos a orar por Él. Porque aunque su misericordia es tanta, que muchas veces hace ser oídas las peticiones de sus miembros muertos, que son los que tienen la fe de su Iglesia, y no están en caridad, mas aquí hablamos de aquellas que tienen dignidad y merecimiento hechas en Cristo para alcanzar lo que piden.
Y conociendo nuestra madre la santa Iglesia esta necesidad, que de Cristo en nuestras oraciones tenemos, suele decir en fin de las suyas al celestial Padre; Concédenos esto «por Jesucristo nuestro Señor». La cual aprendió de su Esposo y Maestro, que dijo (Jn., 16, 23): Cualquier cosa que pidiéredes al Padre en mi nombre, dárosla ha.
Gracias, Señor, se den a tu nombre, pues por Él somos oídos. Que no te contentas con ser nuestro medianero para merecernos la gracia que por Ti recibimos, ni con ser nuestra Cabeza, que nos enseña y mueve a orar por tu Espíritu, como conviene, mas también quieres ser Pontífice nuestro en el cielo, para que representando a tu Padre la Humanidad sacra que tienes, y la Pasión que recibiste, alcances el efecto de lo que en la tierra pedimos, invocando tu nombre.
De manera, que así como dice el santo Evangelio (Mt., 3, 16), que siendo el Señor bautizado, se abrieron los cielos a Él; porque, aunque muchos han entrado allá después de Él, a ninguno se le abren sino por causa de ÉI; así podemos decir que las entrañas de su Eterno Padre, que se abren para conceder nuestros ruegos, a Cristo se abren; y Él es el oído del Padre, pues que la gracia y favores con que somos oídos, por Él los tenemos. Que quitado esto aparte, como ninguno hay justo de sí, ninguno sería oído de si. Y así como, por el grande amor que el Señor nos tuvo, tomó nuestros males por suyos, y los pagó con su vida y su muerte; y con el mismo amor que nos tiene, aunque ya está en el cielo, si un chiquito suyo está desnudo o vestido, harto o hambriento, dice que Él mismo lo está (Mt., 25, 401; así cuando nosotros oramos, Él ora en nosotros, como dice San Agustín; y cuando nosotros somos oídos de Dios, dice que Él es oído, por aquella inefable unión que hay entre Él y los suyos, significada por nombre de Esposo con su Esposa, y de Cabeza con su propio Cuerpo; al cual amó tanto, que aunque ordinariamente vemos que pone uno su brazo para recibir el golpe por salvar la cabeza, mas este bendito Señor, siendo Cabeza, se puso delante del golpe de la Justicia divina, y murió en la cruz por dar vida a su Cuerpo, que somos nosotros. Y después de habernos vivificado, mediante la penitencia y los Sacramentos, nos regala, defiende y mantiene como a cosa tan suya, que no se contenta con llamarnos siervos, amigos, hermanos o hijos, sino para enseñar más su amor y darnos más honra, nos pone su nombre. Porque por esta inefable unión de Cristo, cabeza, con la Iglesia, su cuerpo, Él y nosotros somos llamados un Cristo. Y este misterio dulcísimo, lleno de todo consuelo, nos da San Pablo a entender en las palabras que dijo (Ephes., 1, 6): Que el celestial Padre nos hizo agradables en su amada Hijo, y que fuimos criados en buenas obras en Jesucristo. Y a los de Corinto dijo: Vosotros estáis en Jesucristo. El cual modo de hablar, por esta palabra : en, nos da a entender esta unión de Cristo y su Iglesia. Y así lo dice el Señor por San Juan (15, 5): Quien está en Mi y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin Mí ninguna cosa podéis hacer.
Gracias, Señor, a tu amor y bondad, que con tu muerte nos diste la vida. Y también gracias a Ti, porque en tu vida guardas la nuestra, y nos tienes juntos contigo en este destierro, que si perseveramos en tu servicio nos llevarás contigo, y nos tendrás para siempre en el cielo, donde Tú estás, según Tú lo dijiste (Jn., 12, 26): Donde Yo estoy, estará mi sirviente.
CAPITULO 85
De cuan fuertemente clamó Cristo y clama siempre delante del Padre en nuestro favor; y con cuánta presteza oye su Majestad los ruegos de los hombres, mediante este clamor de su Hijo, y les hace mercedes.
Ya podréis ver de lo dicho la mucha necesidad que tienen todos los hombres del favor de Jesucristo, para que sus oraciones sean oídas como agradables delante el acatamiento de Dios. Mas Él no así, porque de nadie tiene necesidad que hable por Él. Él es, y sólo Él es, cuya voz por sí misma es oída. Porque, como dice San Pablo: Él puede llegar por Sí mismo a su Padre a rogar por nosotros. También dice (Hebr., 5, 7) que Cristo en los días de la vida mortal que vivió, ofreciendo ruegos al Padre con clamor grande y lagrimas, fue oído por su reverencia. Cristo pidió a su Padre que lo salvase de la muerte, no dejándolo permanecer en ella, mas resucitándolo a vida inmortal; y como lo pidió, de esa misma manera fue hecho. También ofreció ruegos y lágrimas a su Padre por nosotros muchas veces; los cuales, por salir de Corazón lleno de amor, se llaman grande clamor.
Mas aunque su amor, que le hacía clamar, siempre lo tuvo igualmente, pues con tanto amor nuestro andaba un camino, o derramaba una lágrima, con cuanto se puso en la cruz; mas mirando a lo exterior y al género de la obra, tanto mayor clamor fue el ofrecer su santísimo Cuerpo en la cruz por nosotros, que el ofrecer oraciones, cuanto va de padecer, y padecer muerte, a meditar a hablar. Acordaos de lo que dijo Dios a Caín (Gen., 4, 10): La voz de la sangre de tu hermano Abel clama a Mí desde la tierra. Y también de lo que dijo San Pablo a los cristianos (Hebr., 12, 24): Llegado os habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que la sangre de Abel. Porque ésta daba clamores a la Justicia divina, pidiendo venganza contra Caín que la derramó; mas la sangre de Cristo derramada en la tierra, daba clamores a la Misericordia divina, pidiendo perdón. La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra enojo, ésta reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo Caín, ésta perdón para todos los malos que fueron y serán, con tal que ellos lo quieran recibir con el aparejo que deben; y aun para aquellos mismos que derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo aprovechar, porque no tenía virtud de pagar los pecados de otros; mas la sangre de Cristo lavó los cielos y tierra y la mar, como canta la Iglesia (Terra, pontus, astra, mundus, quo lavantur flumine [Himno... Pange lingua gloriosi Lauream...]), y sacó de las honduras del limbo a los que presos estaban, como dice Zacarías, Profeta (Zacarías, 9, 10). Verdaderamente es grande el clamor de la sangre de Cristo pidiendo misericordia, pues hizo no ser oídas las voces de los pecados del mundo, que pedían venganza contra los que los hacen. Pensad, doncella, si un pecado sólo de Caín tales voces daba pidiendo venganza, ¿qué grita, qué voces y estruendo harán todos los pecados de todos los hombres pidiendo venganza a las orejas de la Justicia de Dios? Mas por mucho que clamen, clama más alto sin comparación la sangre de Cristo pidiendo perdón a las orejas de la Misericordia divina, y hace que no sean oídas, y queden muy bajas las voces de nuestros pecados, y que se haga Dios sordo a ellas. Porque más sin comparación le fue agradable la voz de Cristo, y su Pasión y muerte, que pedían perdón, que todos los pecados del mundo desagradables pidiendo venganza. ¿Qué pensáis que significaba aquel callar de Cristo, y hacerse como sordo que no oía, y como mudo Que no abre su boca (Ps. 37, 14), en el tiempo que era acusado? Por cierto, que pues los pecados, por boca de aquellos que a Cristo acusaron, daban voces, llenos de mentira, contra quien no les debía nada, y Él, pudiendo con justicia responder, calló, que es bien empleado, en pago de su atrevimiento, que al restante del mundo no puedan acusar los pecados, aunque tengan justicia, mas sean mudos, pues acusaron al que no tenía por qué. Y pues Él se hizo sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda la divina Justicia, a la cual Cristo se ofreció por nosotros, aunque nosotros hayamos hecho cosas que piden venganza. Alegraos, esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa de corazón de haber pecado, y quieren tomar los remedios que en la Iglesia católica hay; que sordo está Dios a nuestros pecados para castigarlos, y muy atentas tiene sus orejas para hacernos mercedes. No temáis acusadores ni voces, aunque hayáis hecho por qué, pues que Cristo fue acusado, y con su callar hizo callar las voces de nuestros pecados.
Profetizado estaba (Isa., 53, 7) que había de callar como calla el cordero delante, quien lo trasquila; mas mientras más callaba y sufría delante de los hombres, más altas voces daba delante la justicia divina, pagando por nos. Y estas voces fueron oídas, como dice San Pablo (Hebr.. 5, 7), por su reverencia.Quiere decir, que por la grande humildad y reverencia con que se humilló alPadre hasta la muerte, y muerte de cruz (Phil., 2, 8), reverenciando en cuantoHombre aquella sobreexcelente Majestad divina, perdiendo la vida por honra de Ella, fue oído del Padre, del cual está escrito (Ps. 101, 18): Miró la oración de los humildes, y no despreció el ruego de ellos. Pues ¿quién tan humilde como el bendito Señor, que dice (Mí., 11, 29): Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón? Y por esto fue oído, según estaba profetizado en su persona (Ps. 21. 25): No quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé a El me oyó. Y el mismo Señor dice en el Evangelio (Jn., 11, 41): Gracias te hago, Padre, que siempre me oyes.
Y pues el Padre le oye, rogando por vos, y pues tan caro le costó a Él alcanzar la gracia con que seáis justo, para ser oído de Dios, procurad de ganarla si no la tenéis; y tenida, ejercitadla en ofrecer ruegos a Dios, pues susorejas están puestas en tales ruegos. Y así como debemos de oír al Señor con el Profeta Samuel, diciendo (1 Reg., 3, 10): Habla, Señor, que tu siervo oye, así nos dice el Señor: Habla, siervo, que tu Señor oye. Y así como dijimos que el oír nosotros a Dios no es solamente recibir el sonido de las palabras, mas creerlas y aplacernos en ellas, [y] ponerlas en obra, así las orejas del Señor están puestas por Cristo en nuestros ruegos, no para solamente oír lo que hablamos,—que de esa manera también oye las blasfemias que de Él se dicen y le desplacen—, mas oye el Señor nuestros ruegos para cumplirlos.
Y porque veáis cuánta verdad es que oye el Señor nuestros gemidos que le presentamos, oíd lo que dice el mismo Señor por Isaías (65): Antes que llamen, Yo les oiré.
¡Oh!, bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el día de tu Pasión callaste: de fuera, no maldiciendo ni respondiendo; y en lo de dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los golpes, y voces y penas de tu Pasión, pues tanto hablaste en las orejas de Dios, que antes que hablemos seamos oídos. Y esto no es maravilla, porque, siendo nosotros nada. Tú nos hiciste; y antes que te lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre y fuera de él; v antes que supiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos diste adopción de hijos, y gracia del Espíritu Santo en el santo Bautismo; y antes que los pecados nos derribasen. Tú nos guardaste; y cuando caímos por nuestra culpa, Tú nos levantaste y buscaste sin buscarte nosotros; y lo que más es, antes que naciésemos, ya Tú habías muerto por nos y nos tienes aparejado tu cielo. No es mucho que de quien tanto cuidado has tenido, antes que lo tuviesen de Ti, lo tengas en esto: y que viendo Tú lo que habíamos menester, nos lo des muchas veces, sin esperar a que nos cansemos en pedírtelo, pues Tú te cansaste tanto en pedirlo y ganarlo por nos.
¿Qué te daremos, ¡oh Jesús benditísimo!, por este callar que callaste delante de los que mal te querían y mal te hacían? ¿Y qué te daremos por estas voces tan altas y tan llenas de amor que por nosotros diste delante tu Padre? Pluguiese a Ti, por tu infinita bondad, nos hicieses merced de que tan callados estuviésemos al ofenderte, y al sufrir de buena gana lo que de nos quisieses hacer, como si fuésemos unos muertos; y estuviésemos tan vivos para dar voces de tus alabanzas, que ni nosotros, a quien redimiste, ni cielos, ni tierra, ni debajo de tierra, con todo lo que en ella está, nunca cesásemos de, con todas nuestras fuerzas, cantar tus loores con grande alegría, y servirte con ferventísimo amor.
Y no te contentas, Señor, con tener tus orejas puestas a nuestros ruegos para oírnos con atenta presteza; mas como quien muy de verdad ama a otro, y se huelga de oírle hablar o cantar, así Tú, Señor, dices al ánima redimida por tu sangre (Cant, 2, 14): Enséñame tu faz; suene tu voz en mis orejas; porgue tu voz es dulce, y tu faz mucho hermosa. ¿Qué es esto, Señor, que dices? ¿Tú deseas oír a nosotros, y nuestra voz te es dulce? ¿Cómo te parece hermosa la faz, que de haberla afeado con muchos pecados, los cuales hicimos mirándolos Tú, habernos ahora vergüenza de alzarla a Ti? Verdaderamente, o merecemos mucho delante de Ti, o nos amas Tú mucho. Mas no te plega, Señor, no te plega que de tu buen tratamiento saquemos nosotros soberbia, pues que aquello con que te agradamos y bien parecemos, gracia tuya es, la cual Tú nos diste; y allende de esto, regalas y galardonas a los tuyos más copiosamente de lo que ellos merecen. Sea, pues, Señor, a Ti gloria, de quien todo nuestro bien nos viene, y en quien todo nuestro bien está; y sea a nosotros y en nosotros vergüenza por nuestra maldad e indignidad. Tú eres nuestro gozo, Tú eres nuestra gloria, en la cual nos gloriamos, no vanamente, mas con mucha razón y verdad. Porque grande honra es ser amados de Ti, y tan amados, que te entregaste a tormentos de cruz por nosotros; por lo cual nos vienen todos los bienes
CAPITULO 86
Del grande amor con que el Señor mira a los justos; y de lo mucho que desea comunicar a las criaturas, y destruir en nosotros los pecados; los cuales debemos nosotros mirar con aborrecimiento para que Dios los mire con misericordia.
Ya que habéis oído la presteza con que Dios oye los ruegos de los Justos, resta que oigáis el amor grande con que los mira, para en todo cumplir el oir yver que Él nos manda a nosotros. Los ojos del Señor, dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 33, 16), están sobre los justos, para librarlos de muerte; mas el rostro del Señor está sobre los malos, para echar a perder la memoria de ellos de sobre la tierra. De donde parece que pone el Señor sus ojos sobre los justos, como el pastor sobre sus ovejas, para que no se le pierdan. Y también los pone sobre los malos, para que no se vayan sin el castigo que sus pecados merecen. Dos cosas hay en nosotros: una que hizo Dios, que es nuestro cuerpo y alma, y cuanto bien en ellos tenemos; otra que hicimos nosotros, que es el pecado. Si nosotros no añadiésemos mal sobre lo bueno que de Dios tenemos, no habría cosa en nosotros a la cual el Señor mirase con ojos airados, mas con o]os de amor; porque cualquiera causa naturalmente ama a su efecto. Mas ya que nosotros habernos afeado y destruido lo que el hermoso Dios bien había edificado, con todo eso aún nuestra maldad no impide a su sobrepujante bondad; la cual, por salvar lo bueno que crió, quiere destruir lo malo que nosotros hicimos. Porque si vemos que este sol corporal se comunica tan liberalmente, y anda convidando a quien le quisiere recibir; y a todos se da, cuando no le ponen impedimento; y si se le ponen, aun está como porfiando que se lo quiten; y si algún agujero o resquicio halla, por pequeño que sea, por allí se entra e hinche la casa de luz: ¿ qué diremos de la suma Bondad divinal, que con tanta ansia y fuerza de amor anda rodeando sus criaturas para darse a ellas y henchirlas de calor, de vida, y de resplandores divinos? ¡ Qué de ocasiones busca para hacernos bien a los hombres! Y a muchos por un pequeño servicio ha hecho no pequeñas mercedes. ¡Cuántos ruegos a los que de Él se apartan para que se tornen! ¡Cuántos abrazos a los que a Él vienen! ! Qué buscar de perdidos! ¡ Qué encaminar los errados ! ¡ Qué perdonar pecados sin darlos en rostro! ;Qué gozo de dar salud a los hombres, dando a entender que más deseaba Él perdonar, que el errado ser salvo y perdonado!
Y por eso dice a los pecadores (Ezech., 18, 31, 33, 11): ¿Por qué queréis morir? Sabed que Yo no quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y viva; tornaos a Mí y viviréis. Nuestra muerte es apartarnos de Dios, y por eso nuestro tornar a Él es vivir; a lo cual Dios nos convida, no poniendo sus ojos de ira de principal intento sobre su hechura, que somos nosotros, mas contra los pecados que hicimos nosotros. Estos quiere Dios destruir, si nosotros no lo impidiésemos; e impedírnosle cuando amamos nuestros pecados, dando vida con nuestro amor a los que, siendo amados, nos matan. Y es tanta la gana que esta suma Bondad tiene de destruir nuestra maldad, para que su hechura no quede destruida, que cuando quiera que el hombre quisiere, y cuantas veces quisiere, y de cuantas maldades hubiere hecho, si hace penitencia. y pide al Señor que le perdone, está Él aparejado a nos recibir, perdonando lo que merecemos, sanando lo que enfermamos, enderezando lo que torcimos, y dándonos gracia para aborrecer lo que antes amábamos. Y de tal manera destruye nuestra maldad y la aparta de nosotros, que dice Santo Rey y Profeta David (Ps., 102, 12): Cuanta distancia hay de donde el sol nace, hasta donde se pone, tanto alanzó Dios nuestros pecados de nosotros.
Así, que el principio y primero mirar de los ojos de Dios no es contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hicimos. Y si mira al hombre para lo echar a perder, es porque el hombre no le dejó ejecutar su ira contra los pecados que Dios quería destruir, mas quiso perseverar y dar vida a lo que a él mataba, y a Dios desagradaba. Y, por tanto, justo es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera, pues que no quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y podría matar a su muerte y darle vida.
Mas dirá alguno: ¿ Qué remedio para que Dios no mire a mis pecados para me castigar, mas a su hechura para la salvar? Responde San Agustín con brevedad y verdad: «Míralos tú.» Quiere decir: Conócelos, y haz penitencia, y no los mirará Dios. Mas si tú los pones tras las espaldas, ponerlos ha Dios delante de su cara. Suplicaba David al Señor por sus pecados diciendo (Ps. 50): Ten, Señor, misericordia de mí, según la gran misericordia tuya; y también le decía: Aparta también, Señor, tu faz de mis pecados. Mas veamos ¿qué alegó para alcanzar tan grande merced? Por cierto, no servicios que hubiese hecho. Porque bien sabía que si un siervo por muchos años sirviese a su señor condiligencia, y después le hace alguna traición digna de muerte, no se miraría a que le ha servido; porque si sirvió, era obligado a servir, y por eso no echó en deuda al señor; mas mírase a la traición que hizo, la cual era obligado a no hacer; y por eso, con pagar lo que antes debía, no pudo pagar lo que hace ahora. Ni tampoco ofreció David sacrificios, porque bien sabía que no se deleita Dios con animales encendidos (es lo mismo que holocaustos [Ps.,50,18]). Mas éste, que ni en servicios pasados, ni en merecimientos presentes halló remedio, hallólo en el corazón contrito y humillado, y pide ser perdonado diciendo:Porque yo conozco mi maldad, y mi pecado delante de mis ojos está siempre.Admirable poder dio Dios a este mirar y gemir nuestros pecados, pues tras ellos se sigue el mirarlos Dios para deshacerlos; y convirtiendo nosotros nuestros ojos con dolor a lo que malamente hicimos, convierte los suyos para salvar y consolar lo que hizo.
CAPITULO 87
De los muchos y muy grandes bienes que vienen a los hombres por mirar el Eterno Padre a la faz de Jesucristo su Hijo.
Dirá alguno: ¿De dónde tanta fuerza a nuestro mirar y llorar, que así trae luego el mirar de Dios tras sí para perdonar? No, por cierto, de sí; porque por conocer el ladrón que ha hecho mal en hurtar, no por eso merece que se le perdone el castigo justo, aunque más y más llore. Mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa (de tanto valor, tan preciosa), que es causa y fuente de todo nuestro bien; ésta es de la que dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 83, 10):Defendedor nuestro, Dios: mira, mira, en la faz de tu Cristo. Dos veces suplica que mire Dios, para darnos a entender con cuánto afecto habernos de mirar esto y cuan mucho nos importa alcanzarlo. Porque así como el mirar Dios a nosotros nos causa todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo trae a nos la vista de Dios. No penséis, doncella, que los agraciados y amorosos rayos de los ojos de Dios descienden derechamente de Él a nosotros cuando nos recibe en su gracia, o descienden a nosotros como a cosa apartada de Cristo cuando estamos en ella; porque si así lo pensáis, ciega estáis. Mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí a nosotros por Él y en Él. Y no dará el Señor una habla ni vista de amor a persona del mundo universo, si la viese apartada de Cristo; mas por Cristo mira a todos los que se quieren mirar y llorar, por malos que sean, para los perdonar; y en Cristo mira a los tales para conservarles y acrecentarles el bien recibido. El ser amado Cristo, es razón de ser recibidos en gracia nosotros. Y si Jesucristo de en medio saliese, ningún amado ni agradable habría delante de los ojos de Dios, como arriba se dijo. Conoced, pues, doncella, la necesidad que tenéis siempre de Cristo, y sedle entrañablemente agradecida; porque el bien que tenéis no os vino de vos, sino por Cristo; y en Él os ha de ser conservado y acrecentado de Dios.
Y esto es lo que fue figurado en el principio del mundo, cuando el Justo Abel, pastor de ganados, ofreció a Dios sacrificio de su manada, el cual sacrificio fué acepto, como la Escritura dice (Gen., 4, 4), que miró el Señor a Abel y a sus dones; y este mirarlo quiere decir que Abel le fue agradable, y por eso fueron agradables sus dones: y en señal del agradamiento invisible, envió Dios fuego visible que quemó el sacrificio. Lo cual es figura de nuestro justo y soberano Pastor, el cual dice de Sí (Jn., 10, 11): yo soy buen Pastor. Y también es Sacerdote; y, por consiguiente, como dice San Pablo (Hebr., 5, 1), ha de ofrecer dones y sacrificios a Dios. ¿Mas qué ofrecerá que digno sea? No por cierto animales brutos; y muy menos hombres pecadores, porque éstos más son para provocar la ira de Dios, que para alcanzar misericordia. Y no sin causa mandaba Dios en la vieja Ley (Lev., 22, 19; Deut., 15, 21) que el animal que se hubiese de ofrecer fuese macho y no hembra; que fuese de edad no chica ni grande; que no fuese cojo ni ciego, con otras condiciones muchas; sino para dar a entender que lo que se había de ofrecer para quitar los pecados no había de ser cosa que tuviese pecado. Y porque ninguno estaba sin él, no tenia este grande Sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a Sí mismo, haciendo Hostia al que es Sacerdote; y ofrecióse a Si mismo, limpio, para limpiar a los sucios; Justo, por justificar loa pecadores; agradable y amado, para que fuesen recibidos a gracia los que por sí mismos eran desamados y desagradables. Y valió tanto este sacrificio, así por Él, como por quien lo ofreció—que todo es uno—, que los que estuvimos apartados de Dios como ovejas perdidas (Petr., 2, 25) fuimos traídos, lavados, santificados y hechos dignos de ser ofrecidos a Dios. No porque nosotros tuviésemos de nuestra cosecha cosa digna para parecer bien a Dios, mas rociados con la sangre de este Pastor, y ataviados con la hermosura de su gracia y justicia, que por el Señor se dan, e incorporados en Él, somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por este Sumo Sacerdote y Pastor. Lo cual dice San Pedro así (1 Petr., 3, 18): Cristo una vez murió por nosotros, para que nos ofreciese a Dios, mortificados en la carne, y vivos en el espíritu (El texto dice : mortificado en la carne y vivificado en el espíritu, refiriéndose a Cristo, no a nosotros).
Y así parece cómo nuestro Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada; a la cual miró Dios, porque miró primero a su carísimo Hijo. Y así como acullá vino fuego visible sobre el sacrificio (3 Reg., 18, 38), así también vino acá en figura de lenguas el día de Pentecostés; y esto, después que Cristo subió a los cielos, para aparecer a la faz de Dios por nosotros (Hebr., 9, 24). Porque entendamos que de aquel miramiento de los ojos de Dios a la faz de su Cristo, la cual, como dice Esther (15, 17), es llena de gracias, salió el fuego del Espíritu Santo, que abrasó los dones que este gran Pastor y Pontífice ofreció a su Padre, que fueronsus discípulos presentes y por venir.
Y así como Dios prometió a Noé que, cuando mucho lloviese, Él miraría a su arco que puso en las nubes en señal de amistad con los hombres, para no destruir la tierra por agua (Gen., 9, 16); así mucho más mirando Dios a su Hijo puesto en la cruz, extendidos sus brazos a modo de arco, quita de su riguroso arco las flechas que ya quería arrojar; y en lugar de castigos, da abrazos, vencido más por este valeroso arco, que es Cristo, a hacer misericordia, que movido por nuestros pecados a nos castigar.
Y puesto que (aunque, a pesar de que) nosotros anduvimos errados, y vueltas las espaldas a la luz que es Dios, no queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas de nuestros pecados, somos por este Pastor traídos en sus hombros; y por traernos Él, míranos el Señor, haciendo que lo miremos a Él. Y tiene tan especial cuidado de nos, que ni un momento quita sus ojos de nosotros, porque no nos perdamos, ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa palabra que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus pecados (Ps., 31, 8): Yo te daré entendimiento; y te enseñaré en el camino que has de andar, y pondré sobre ti mis ojos, sino de aquella, amorosa vista con que Dios miró a Jesucristo? El cual es sabiduría, que nos enseña el verdadero camino por donde vamos sin tropiezos; y el verdadero Pastor, por el cual, en cuanto hombre, somos mirados, y el cual en cuanto Dios, nos mira, quitándonos los peligros de delante en los cuales ve que hemos de caer; teniéndonos firmes en los que nos vienen, librándonos de los en que por nuestra culpa hemos caído, cuidando lo que nos cumple, aunque nosotros hacemos descuidos, acordándose de nuestro provecho, aun cuando nosotros nos olvidamos de su servicio, velándonos cuando dormimos, teniéndonos consigo cuando nos querríamos apartar, llamándonos cuando huimos, abrazándonos cuando venimos, siendo el postrero en deshacer la amistad, y el primero que ruega con ella, aunque ofendido, y teniendo en todo y por todo un tan vigilante y amoroso mirar por nosotros, que todo lo ordena a nuestro provecho. ¿Qué diremos a tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero Pastor, que, porque sus ovejas no anduviesen lejos de los ojos de Dios, ofreció su faz a tantas deshonras, para que mirándolo el Padre tan afligido y sin culpa, mirase a los culpados con ojos de misericordia, y para que traigamos nosotros en el corazón y en la boca: Mira, Señor, en la faz de tu Cristo,probando con experiencia que muy mejor nos oye Dios y nos ve, y nos inclina su oreja, que nosotros a Él?
CAPITULO 88
Cómo se ha de entender que Cristo es nuestra justicia, para que no vengamos a caer en algún error, pensando que no tienen los justos justicia distinta de aquella por la cual Jesucristo es justo.
Es tanta la cizaña que nuestro enemigo ha sembrado en los que le creen, que de las palabras de la divina Escritura que hablan de este dulcísimo misterio de Jesucristo nuestro Señor, y de los bienes que por Él y en Él poseemos, sacan perversos entendimientos (sentidos); de los cuales he menester avisaros para que no incurráis en peligro.
No penséis que por llamarse Cristo nuestra justicia (1 Cor., 1, 10), o por decir que somos hechos agradables en ti, o por semejantes palabras, no tengan los que están en gracia propia justicia en sí mismos, por la cual sean justos y agradables a Dios, distinta de aquella por la cual es justo Jesucristo nuestro Señor : porque creerlo así sería muy grave error (Refuta el autor el error luterano que no reconoce justicia interior en los justos, sino sólo la justicia exterior de Cristo, imputada al justo por la fe); el cual nace de no conocer el amor que Jesucristo nuestro Señor tiene a los que están en gracia; al cual no le consintieron sus amorosas entrañas, que siendo Él justo y lleno de bienes, dijera a sus justificados: Contentaos con que Yo tenga estos bienes, y tenedlos por vuestros en Mí, aunque en vosotros mismos os quedéis injustos, desnudos y pobres. Ninguna cabeza hubiera que tal cosa dijera a sus miembros vivos; ni esposo a su esposa, si mucho la amara; y menos lo dirá el celestial Esposo, que es dado por ejemplo a los otros para que a semejanza de Él, amen y traten a sus esposas. Varones, dice San Pablo (Ephes., 5. 25) amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia, y se entregó por ella para la santificar, limpiándola con el bautismo y palabra de vida. Pues si la santifica, lava y limpia, y aun con su propia sangre, que es la que da virtud a los Sacramentos para limpiar las ánimas por la gracia que dan, ¿cómo puede quedar injusta o sucia la que con tan eficacísima cosa es limpiada y lavada?
La cual limpieza había Dios prometido de dar en el tiempo de su Mesías, cuando dijo (Ez., 36, 251: Derramaré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras suciedades. Y el Señor, en el jueves de la cena (Jn.,13, 10), dio testimonio que sus once discípulos estaban limpios, y no como quiera, sino que estaban del todo limpios. Porque las culpas veniales, que de algunas afecciones demasiadas se causan en el ánima, como el polvo que se pega a los pies, son quitadas por los remedios de los Sacramentos y buena disposición de quien los recibe, como son lavados los pies corporales con el agua corporal, como el Señor entonces hizo, lavando de fuera y lavando de dentro, dejándolos limpios de todo pecado, como San Juan da testimonio diciendo (1 Jn., 1, 7): La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. A la cual llamó el Profeta Miqueas (7, 19), mucho antes que se derramase, mar en que se ahogan todos nuestros pecados, y dijo: Arrojará Dios todos nuestros pecados en el profundo de la mar. Pues si estos lugares de la Escritura, y otros muchos, dan testimonio que el hombre queda perdonado y limpiado de todo pecado, ¿quién habrá que ose decir que nunca un hombre viene a estar limpio de él?
Porque decir que se queda el pecado en el hombre según verdadera razón de pecado, y que, por amor de Jesucristo nuestro Señor, se le suelta al hombre la pena debida al tal pecado, no es cosa que basta a verificar (Verificar: sacar verdaderas) las Escrituras, ni conveniente a la honra de Jesucristo. Porque como la pena debida al pecado sea menor mal para el hombre que la culpa del mismo pecado y la injusticia y fealdad causada por él, no se puede decir que Cristo hace salvo a su pueblo de sus pecados (Mt., 1, 21), si quita con su merecimiento que no se imputen a pena, y no los quita cuanto a la culpa dando su gracia, ni alcanza limpieza para que el hombre, aborreciendo el pecado, guarde la ley de Dios. Y si bien se mira la divina Escritura, hallarse ha que cuando se da el perdón del pecado, se da con él novedad de vida (Rom., 6. 4) ycorazón limpio, de nuevo criado, como lo pedía Santo Rey y Profeta David (Ps.,50), según estaba profetizado (Ezech., 11, 19): Yo os daré corazón nuevo, y espíritu nuevo pondré en medio de vosotros; y os quitaré el corazón de piedra, y os daré corazón de carne; y pondré mi Espíritu en medio de vosotros, y haré que andéis en mis mandamientos, y que guardéis y obréis mis juicios. Esto promete Dios a los que primero había dicho que los había de limpiar de todas suciedades. Y abajo dice: Yo os salvaré de todas ellas (36, 29); para dar claramente a entender, que el salvar de los pecados, no sólo es quitar la pena de ellos, mas dar limpieza interior, y tal corazón y gracia y espíritu, que baste a hacer guardar los mandamientos de Dios. San Juan dice (Apoc, 3, 20), que dice el Señor: Yo estoy a La puerta y llamo; si alguno me abriere, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Isaías (55, 1) convida de parte de Dios a los hambrientos que vayan a comer, y a los sedientos a beber. Por San Pabio (2Cor., 6, 17) dice el Señor: Salid de en medio de los malos, y no toquéis cosa sucia; y Yo os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas. En los cuales, y otros muchos lugares, parece claro que los bienes que con la justificación se dan son más y mejores que el no imputar Dios a pena el pecado, pues que se le da la gracia y la limpieza del corazón, y virtudes, y Espíritu del Señor, con que pueda guardar su Ley, y, por vía de hijo y de buenas obras, gozar de Dios para siempre. Y porque Cristo nos ganó estos bienes, juntamente con el perdón de la pena, se llama a boca llena Salvador de pecados. Y más por lo primero que por lo segundo, pues que nos libra de la culpa, y nos hace aborrecer el pecado, y nos alcanza la participación de Dios de presente, y derecho para lo poseer para siempre en el cielo. En lo cual nos libra de mayor mal, y nos alcanza bienes de mayor peso, que el libertarnos de cualquier pena.
CAPITULO 89
Que en los justos no queda el pecado, sino que en ellos es destruida la culpa, y quedan ellos limpios, y como tales, agradables a Dios.
Posible es que llegue a tanto la ceguedad de algunos, que les parezca que no sólo basta el favor de Jesucristo para que a estos tales (en quien dicen que se queda el pecado), no sólo se les quite la pena, mas que, por estar incorporados en Jesucristo, que es muy amado del Padre, sean también ellos amados y agradables y limpios, porque Él lo es, aunque en ellos quede el pecado. Porque aun les parecerá que es honrar a Jesucristo sentir del amor que su Padre le tiene, tan altamente, que venza el aborrecimiento que tiene a los tales en quien queda el pecado.
Mas tal honra como ésta, del todo es contraria a su verdadera honra, y a la verdad de la Escritura divina. Ninguna honra es, por cierto, para un juez que deje de castigar, o que quiera bien a algunos malos porque, viven con su hijo; porque se demuestra en ello que el hijo no es perfecto amador de la bondad, pues ama a los malos criados; y que el padre no es amador de justicia, pues sufre y ama a los que había de castigar, sin respeto de nadie. Los que han de ser criados agradables a Jesucristo nuestro Señor, no han de tener maldad de pecado mortal, pues que Él es cabeza que influye en ellos, como en miembros vivos, el influjo de su espíritu y gracia, con la cual viven vida ajena de pecado y semejante a la de Él. Porque espantable monstruo sería en lo corporal cabeza de hombre y cuerpo de animal bruto; y así lo seria en lo espiritual, que debajo de cabeza justa, limpia y llena de virtudes, hubiese miembros vivos contrarios a Él. Frescos están los sarmientos, y llenos de fruto, cuando están vivos en la vid; y por esta comparación quiso Cristo que entendiésemos qué tal están los suyos que están en gracia incorporados en Él (Jn., 15, 5), porque están semejantes a Él, teniendo propios bienes que reciben de Él y por Él; para que así se cumpla lo que dice San Pablo (Rom., 8, 29): Que los que han de ser salvos, ordenó Dios que fuesen conformes a La imagen de su Hijo. ¿Pues cómo puede haber semejanza entre cabeza que siempre guardó los mandamientos de su Padre, y entre miembros que, por muy perdonados y justificados que estén, están siempre quebrantando con entero quebrantamiento el primero y noveno mandamiento de Dios? Ni hay participación de bondad con maldad (2 Cor., 6, 14), ni de Cristo con quien quebranta los mandamientos del Padre; pues Él predicó (Mt., 7, 21): No todo aquel que me llama Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, mas el que hiciere la voluntad de mí Padre.
Y está tan lejos de la verdad que el favor de Cristo se entienda a que estén en gracia del Padre, ni de Él, los que quebrantan los mandamientos, que dice el mismo Señor (Jn.. 15, 30): Si guardáredes mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo guardé los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. ¿Pues quién habrá que espere que, quebrantando [los] mandamientos, sea amado del Padre por respeto de Jesucristo, pues que [Él] permanece en el amor del Padre guardando sus mandamientos? No será, cierto, amado el esclavo, sino por la vía que lo fue el Hijo; ni Él tendrá en su gracia y amor sino a quien guardare sus mandamientos, como claramente lo dijo en las palabras yadichas. Y porque nadie en esto se engañase, habiendo dicho primero (Jn., 15, 4):Estad en Mí, y Yo en vosotros, dijo después (v. 9): Estad en mi amor. Y para declarar que era estar en Él y en su amor, dijo (v. 7): Si estuvieredes en Mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, cualquiera cosa que quisieredes pediréis, y os será cumplida. De manera, que quien quebranta sus palabras no piense que está en su amor, ni incorporado en su cuerpo como miembro vivo; porque fija está la sentencia de la divina Escritura, que dice (Sap., 14, 9): Aborrecible es a Dios el malo, y su maldad. Y para declarar el Señor cómo los suyos no son aborrecidos, sino amados en sí mismos, dijo a sus discípulos (Jn., 16, 26): No os digo ahora que rogaré al Padre par vosotros; porque el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis a Mí, y creísteis que salí de el; como si dijese: «Poco ha que os dije (Jn., 14. 16): Yo rogaré al Padre, y daros ha otro consolador. Mas no penséis que he de rogar por vosotros como acaece rogar uno a su amigo que dé algo a otros, con los cuales aquel rogado está mal; y lo que les da es solamente porque ama mucho al que se lo ruega; y quédanse los otros desamados y desagradables como antes se estaban. No es así acá, porque por haberme amado y creído, mi Padre os quiere bien, y le parecéis bien; y tenéis licencia, como gente amada con propio amor, y que tiene propia gracia y justicia, para entrar vosotros delante su acatamiento, y pedirle lo que habéis menester en mi nombre. Y lo que Yo por vosotros ruego es como por gente amada, a la cual el Padre hace mercedes porque Yo las pido, y porque para vosotros las pido.»
Tales son los que Jesucristo nuestro Señor tiene incorporados consigo como miembros vivos, que les alcanzó la gracia cuando no la tenían, con que agraden al Padre; y después de alcanzada, hagan obras que tengan condignidad(valor de condigno, equivalencia) para merecer la vida eterna, como galardónjusto de tales servicios, y como herencia debida a los hijos. Y si os parece cosa desproporcionada a la humana bajeza hacer cosa que tenga igualdad de merecimiento con la alteza y eternidad del celestial reino, no miréis vos para esto al hombre a solas, sino honrado y acompañado con la celestial gracia que en su ánima le es infundida, y hecho participante de la naturaleza divina, como dice San Pedro (2 Petr., 1, 4). Y miradlo como a miembro vivo de Jesucristo nuestro Señor, que incorporado en Él, vive y obra por el espiritual influjo que le viene de Él, y participa de sus merecimientos. Las cuales cosas son tan altas, que tienen igualdad con las que se esperan, y son bastantes para que de los que así viven se pueda afirmar que cumplen la Ley de Dios; y lo que San Pablo pide a los Colosenses (1, 10) y Tesalonicenses (2 Tes., 1, 11), cuando les dice que vivan dignamente de Dios; a los cuales no les pidiera cosa tan alta, si no entendiera que con los favores ya dichos, la pudieran cumplir, y que era más obra de Dios que no de ellos. Porque luego el mismo Apóstol (Colos., 1, 12) da gracias a Dios porque los hizo dignos de la ración de los Santos en lumbre; y cuál sea estaración, decláralo Jeremías diciendo (Thr., 3. 24): Mi ración es el Señor, y por eso lo esperaré. Y David dice de Dios (Ps., 72, 26): Tú eres mi ración para siempre. Digno es de esta ración quien la Ley de Dios cumple con las buenas obras ya dichas; y quien es hallado leal en las pruebas que Dios le envía, según está escrito (Sap., 3, 5): Tentólos el Señor, y hallólos dignos de sí. Y por lo uno y por lo otro está escrito (Sap., 10, 17) que dará Dios el jornal de los trabajos de sus Santos.
CAPITULO 90
Que el conceder en los justos perfecta limpieza de pecados por los merecimientos de Jesucristo, no sólo no disminuye su honra, antes la manifiesta mucho más.
No tenga nadie temor de atribuir la alteza de honra espiritual, y grandeza de espirituales riquezas, y perfecta limpieza de los pecados, a los que el celestial Padre justifica por merecimientos de Jesucristo nuestro Señor. Ni piense nadie que el ser ellos tales perjudica a la honra del mismo Señor. Porque como todo lo que ellos tienen les viene por Él, no sólo no disminuye la honra de Él ser ellos tan valerosos, mas aun la manifiestan y engrandecen; pues es claro que cuanto ellos más justos y más hermosos están, tanto más se manifiesta ser de gran valor los merecimientos de Aquel, que tanto bien alcanzó a los que de sí ni lo tenían ni lo merecían. La Escritura dice (Prov., 14, 4): Si el pesebre está lleno, manifiéstase la fortaleza del buey; y es la razón, porque con su trabajo lo hinchió de mantenimiento. Y San Pablo dice a unos hombres, a los cuales había aprovechado con su doctrina y trabajos, que ellos son [su] honra y corona delante el Señor (1 Test., 2, 20). Pues ¿cuánto más lo serán de Jesucristo nuestro Señor los que por Él son traídos a honra de hijos, y a riquezas de bienes; y tanto mayor cuanto los bienes fueren mayores?
No es el Señor como algunos, que les pesa o les place poco con la honra o virtud de sus criados, pareciéndoles que perjudica a la suya; o como las vanas mujeres, que huyen de acompañarse de criadas hermosas porque no obscurezcan la hermosura de ellas. Caridad tiene, cierto, Jesucristo nuestro Señor, y que excede a todo nuestro conocimiento, como dice San Pablo (Efes., 3, 19), para tener nuestro bien por suyo; y porque tuviésemos muchos bienes, perdió Él su dignísima vida en la cruz. Hijo natural es de Dios, y nosotros hijos adoptivos por Él; y siendo Él único Hijo, nos tomó por hermanos, dándonos su Dios por Dios, y su Padre por Padre, como Él lo dijo (Jn., 20, 17): Subo al Padre mío, y Padre vuestro; Dios mió, y Dios vuestro. Y así como dice San Juan (1, 14), hablando del mismo Señor: Vimos la honra de Él, como honra de Hijo unigénito; y dice de Él, que es lleno de gracia y de verdad, así la honra y espirituales riquezas de los hijos adoptivos ha de ser como de hijos de un Padre, que es Dios.
Y si la gracia y verdad fue hecha por Jesucristo, como dice San Juan (1, 17), no fue para que en Él solo se quedasen, mas para que se derivasen en nosotros, y tomásemos del cumplimiento (plenitud, colmo) de Él, y en tanta abundancia, que le llama San Pablo (2 Cor., 9, 15), don que no se puede contara lo que de presente tenemos. Y para conocer las riquezas de la heredad que en compañía de Él esperamos gozar, ruega San Pablo a Dios (Ephes., 1, 17), que nos dé espíritu de ■ sabiduría y de revelación; porque aquel bien, mayor es de lo que nuestra razón puede alcanzar.
Gloria y gracia sean a Ti, Señor, para siempre, que así nos honraste y enriqueciste con los dones presentes, y nos consolaste con la esperanza de ser herederos de Dios, juntamente contigo; y que tuviste tanto amor con nosotros, que te movió, muy mejor que a Job (31, 17), a que no comieses tu bocado de pan a solas, sino que comiese el huérfano de él. Y así como el amor del Padre estuvo en Ti, y no estéril, mas lleno de muchos bienes, así Tú, Señor, queriéndonos hacer compañeros tuyos en esto, rogaste al Padre diciendo (Jn., 17, 26): Que el amor con que me amaste esté en ellos; y con este amor, tales bienes, cuales uno(Isa., 61, 10), por sí y por los que habían de gozar de estos bienes, dijo de esta manera: Gozando me gozaré en el Señor, v regocijarse ha mi ánima en Dios; porque me vistió con vestiduras de salud, y me rodeó con vestidura de justicia; como a esposo hermoseado con corona, y esposa ataviada con sus atavíos. La cual confesión, con otras semejantes que en la Escritura divina hay, de los bienes que por Jesucristo nos vienen, da ciertamente más honra a Jesucristo, que decir que ni la virtud de su sangre, ni de su gracia, ni sacramentos, ni infundirse el Espíritu Santo en un hombre, ni incorporarlo consigo, no son bastantes a quitar el pecado de un hombre, sino a hacer que no sea condenado por él. ¿Qué es esto, sino sentir mal de Dios Padre, que prometiendo enviar con su único Hijo remedio entero contra el pecado, y que en su tiempo había de recibir fin el pecado (Dan., 9, 24), no cumple lo prometido, pues el Hijo venido, el pecado se queda aún en quien participa del Hijo? ¿Cómo se puede cumplir la palabra que dice (Ezech., 36, 25): Derramare sobre vosotros agua limpia, y seréis limpios de todas vuestras suciedades; si de verdad no me limpian en mi, sino échanme un manto limpio encima, diciéndome que se imputa por mía la justicia y limpieza de Jesucristo nuestro Señor? Lo cual, más es cubrir mi suciedad, que quitarla. Y quien esto dice, por el mismo caso niega ser el Mesías prometido en la Ley Jesucristo nuestro Señor ; y debe esperar otro, que libre, no sólo de la condenación del pecado, mas del mismo pecado; pues es claro que el que de entrambas cosas librase, sería mejor Salvador que quien de la una.
A estos tales despeñaderos sube la ciega soberbia a quien la recibe.
CAPITULO 91
Cómo se han de entender algunos lugares de la Escritura en que se dice que Jesucristo es nuestra justicia, o cosas semejantes, para mayor declaración de los capítulos precedentes.
La manera que la divina Escritura tiene en decir (1 Cor., 1, 30) que Cristo nos es hecho sabiduría, justicia, santificación y redención, no debe ser ocasión a nadie para pensar que los justos no tienen en sí propia justicia. Porque si por eso somos justos, porque Cristo es justo, y no por justicia que tengamos, también se dirá que no hay sabiduría en nosotros con que seamos sabios, nisantificación, ni redención. San Juan dice (1 Jn., 2, 20, 27), que la unción del Espíritu Santo, que enseña de todas las cosas, está en los justos. San Pablo dice (1 Cor., 6, 11): Lavados estáis, santificados estáis. Y San Pedro (1 Petr., 1, 18):Redimidos estáis de vuestra vana conversación. Pues como Cristo no fue redimido, pues no tuvo pecado, de [ahí] que esta redención ha de estar en nosotros, por la cual somos llamados redimidos, no obstante que la Escritura diga que Cristo nos es hecho redención. Porque en esto, y en las otras tres palabras, lo que quiere decir es que por su merecimiento nos son dadas acuestas cosas.
El Apóstol dice (Colos., 3, 4) que Cristo es nuestra vida; mas por esto no se sigue que los justos no viven, pues que dice el Señor (Jn., 6, 58): El que come a Mí, vive por Mí. Y no tendría razón de hombre quien, por oír decir que Dios es hermosura de la rosa, o fortaleza del león, o cosas de esta manera, negase tener estas criaturas hermosura y fortaleza distintas de las de Dios. La Escritura dice (Deut., 30, 20): Dios es vida tuya, y longuera de tus días; el cual modo de hablar quiere decir que Dios es causa eficiente de estas cosas, y el que nos las da.
Ni tampoco debe ser tomada ocasión para el dicho error, de que la Escritura dice (2 Cor., 5, 21) que somos hechos justicia de Dios en Jesucristo, yque (Ephes., 1, 6) el Padre nos hizo agradables en su amado hijo, y cosas de esta manera. Porque este modo de hablar es para dar a entender, como arriba se dijo, el misterio de ser Cristo cabeza, y de ser los justos sus miembros vivos; los cuales están arrimados a Él, para que se conserve y acreciente el bien que han recibido. Porque si por este modo de hablar se hubiese de entender que los justos no tenían estos bienes en sí mismos, sino porque los tiene Jesucristo, ¿qué se podría responder a lo que dice San Pablo (Rom., 3, 24): Que son justificados los justos por la redención que esta en Jesucristo, pues que, no habiendo en Él cautiverio, no hubo redención; y por esto ha de estar en los justificados, aunque ganada por el Señor.
El mismo Apóstol dice (Rom., 8, 35): ¿Quién nos apartará del amor de Dios, que está en Jesucristo? Mas por esto no se sigue que no está en nosotros, y muy dentro de nosotros; pues dice en otra parte (Rom., 5, 5), que el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado. Este mismo modo de hablar tiene, cuando dice (Act., 17, 28), aun de los bienes naturales, que en Dios vivimos, y nos movemos y somos. Mas no habrá quien diga que no tenemos ser, y vida, y operaciones distintas de las de Dios.
Tiene la Escritura este modo de hablar, para dar a entender que ni tenemos el bien de nosotros, ni le podemos conservar en nosotros; y algunas veces dice que los tales bienes no son nuestros, ni los obramos nosotros; así como donde dice el Señor a sus discípulos (Jn., 15, 16): No me elegisteis vosotros, mas Yo os elegí. Y en otra parte (Mt., 10, 20): No sois vosotros los que habláis, mas el Espíritu de vuestro Padre habla en vosotros. Y porque no entendiese nadie que por esto el hombre no obraba bien y con libertad, dice en otras partes que hace el hombre aquel tal bien, sin hacer mención de que lo hace Dios. Yo os daré corazón nuevo, dice Dios en Ezequiel (36, 26), y dice a los hombres en el mismo Profeta (18, 31): Haced para vosotros corazón nuevo. San Pablo dice (Rom., 9, 16), que no es del que quiere, ni es del que corre; y en otra parte (Rom., 7, 15) dice: Yo quiero el bien: y (1 Cor., 9, 26) yo corro, y no como a cosa incierta. Y así en otras muchas partes, para dar a entender que el bien que tienen, lo tienen de Dios, y que en la buena obra concurren Dios y el hombre; mas que la gloria del uno y del otro se debe a Dios, pues todo el bien viene de Él. Y por esta manera de hablar dijo nuestro Señor (Jn., 7, 16): Midoctrina no es mía, mas de Aquel que me envió. Y así pudiera decir: Mis obras no son mías, mi justicia no es mía, mas de Aquel que me envió. Y quien por esta manera de hablar entendiese que el Señor no tenía en Si mismo sabiduría y doctrina y los otros bienes, claramente se ve cuan gravemente se engañaría. Mi doctrina no es mía, quiere decir: No la tengo de Mí mismo, sino de mi Padre. Y así por semejantes palabras no se había de sacar que los justos no tienen en sípropia justicia, sino que no la tienen de sí.
Y de esta manera se concuerda lo que el Concilio Tridentino dice (Sess., 6,De justificatione, cap.7, y Can. 11), que la justicia es nuestra, porque por ella, suyectada en nosotros, somos justificados; y lo que el Señor aquí dice, y en otra parte (Jn., 14, 24): La palabra que oísteis no es mía. Porque aunque esté en nosotros, no la tenemos de nosotros, sino dada de la mano de Dios; y por eso se dice ser justicia de Dios.
CAPITULO 92
Que debemos grandemente huir la soberbia que se suele levantar de las buenas obras, viendo lo mucho que por ellas se merece; y de una doctrina de Cristo de que nos debemos aprovechar contra esta tentación.
Mucha diferencia va de saber una verdad a saber usar de ella como se debe usar. Porque lo primero sin lo segundo, no sólo no aprovecha, mas aun daña; pues como dice San Pablo (1 Cor., 8, 2), el que piensa que sabe algo, no ha sabido como debe saber. Y dícelo, porque algunos cristianos sabían que lo sacrificado a ídolos se podía comer como lo que no era sacrificado; y usaron mal de acuesta ciencia, pues comían delante de aquellos que se escandalizaban de verlo comer.
Y heos dicho esto, porque no os contentéis con saber esta verdad, que los que están en gracia del Señor son justos y agradables, con propia gracia y justicia; y que el valor de sus buenas obras es tan alto, que merece que les crezca la gracia y se les dé la gloria; mas procuréis de poner esta verdad en su lugar, pues que hay gentes que usan mal de ella, o por más, o por menos. Los primeros corren peligro de soberbia, y los segundos de pereza y pusilanimidad. Muchos he visto que, por la gracia de Dios, en breve tiempo son libres de grandes males en que mucho tiempo estuvieron, y no son libres en muchos años de los peligros que por las buenas obras que hacen se les ofrecen. Acordaos que dice Santo Rey y Profeta David (Ps., 139, 6), que le pusieron lazo los malos cerca de su camino,y que también (Ps., 141, 4) lo pusieron en el mismo camino. Porque no sólo pretenden nuestros enemigos sacarnos del buen camino, incitándonos a que hagamos mal, mas también lo ponen en el mismo camino de las buenas obras, incitándonos a que no usemos del bien como debemos, para que se verifique en nosotros lo que dice el Sabio (Eccl., 5, 12): Vi otro mal debajo del sol, riquezas allegadas para mal de su dueño; porque a quien usa mal de la cosa, mejor sería no la tener.
Acaece a éstos, que mirando las buenas obras que hacen, y oyendo decir lo mucho que por ellas se merece, se les anda la cabeza alrededor con vanidad y altivo complacimiento, sin mirar las muchas faltas que en ellas hacen, y sin tenerlas por merced de Dios, como lo son, y sin procurar de pasar adelante, como gente de pequeño y liviano corazón, que con pocas cosas se satisface, siendo razón, como dice San Bernardo, «que, no estemos descuidados mirando lo que tenemos de las cosas de Dios, mas cuidadosos por alcanzar lo mucho que nos falta». Y hay algunos tan ciegos con ignorante soberbia, que aunque su lengua diga otra cosa, mas su corazón siente muy de verdad que por sus merecimientos, sin mirar que son gracia de Dios, está obligado a darles lo que piden y lo que esperan, por tan pura justicia, que si algo les niega, se quejan en su corazón teniéndose por agraviados, y que sirviendo tan bien, no se les hace justicia, negándoles algo.
No os mueva esta mala soberbia; que días ha que se queja Dios de ella en Isaías (58, 2) diciendo: Pídenme juicios de justicia, y quiérense llegar a Dios y dicen: ¿Por qué ayunamos y no lo miraste, y humillamos nuestras ánimas y no lo aprobaste? Y porque esta ponzoña tan peligrosa no entre en vuestra ánima, con otras que de ella se siguen, debéis de tomar aquella excelente doctrina que Jesucristo nuestro Señor dijo en San Lucas (17, 7) de esta manera: ¿Quién de vosotros tiene un siervo que ara o apacienta bueyes, que viniendo del campo, le diga: Luego vete a descansar; y no le diga: Aparéjame lo que he de cenar, y cíñete, y sírveme hasta que yo haya comido y bebido, y después comerás tú y beberás? ¿Por ventura agradece aquel señor a su siervo que hizo las cosas que le había mandado? Pienso que no. Pues así vosotros, cuando hubiéredes hecho todas las cosas que os son mandadas, decid: Siervos desaprovechados somos; lo que éramos obligados a hacer, hicimos. De las cuales palabras debéis sacar cuan provechoso sentimiento es para el cristiano tenerse por esclavo de Dios; pues el Señor nos mandó que así nos llamemos; y esto no con el corazón con que suele servir el esclavo, que es temor y no amor; porque de éste dice San Pablo(Rom., 8, 15): No recibisteis el espíritu de servidumbre otra vez en temor, mas recibisteis el espíritu de adopción de hijos de Dios, en el cual clamamos,diciendo a Dios: Padre, Padre.
Porque como San Agustín dice: La diferencia, en breve de la Ley vieja al Evangelio, es la que hay de temor a amor.
Y así, dejando aparte este espíritu de servidumbre, porque no es de hijos de Dios, y el espíritu del temor, por imperfecto—aunque no malo, pues es don de Dios temerle, aun por las penas—, entended por nombre de siervo a un hombre que se tiene por sujeto a Dios por más fuertes y justas obligaciones que ningún esclavo lo es de otro hombre, por muy caro que le haya costado. Y mirando a esto, todo lo que dentro de sí o fuera de sí hace de bien, todo lo hace para gloria y contentamiento de Dios, como un esclavo leal, que todo lo que gana lo da a su señor. Item, no es flojo ni descuidado en servir hoy, por haber servido muchos años pasados; ni se tiene por desobligado de hacer un servicio, porque ha hecho otro, como dice el Santo Evangelio; mas tiene de continuo unahambre y sed de justicia (Mt., 5, 6), que todo lo hecho tiene por poco, mirando lo mucho que ha recibido, y lo mucho que merece el Señor a quien sirve. Y así cumple lo que dice San Pablo (Philip., 3, 13), que olvidando las cosas pasadas, se esfuerza a servir de nuevo en lo porvenir. Y también entiende, que de lo que hace, por mucho que sea, ni le viene provecho a Dios, ni es Dios obligado a le agradecer a él lo que hace, mirando a las obras como a nacidas de solas nuestras fuerzas y natural, pues no le puede pagar aun lo que le debe. Y por esto dice el Santo Evangelio: Cuando hubiéredes hecho todas las cosas que os fueren mandadas, decid: Siervos somos sin provecho; lo que debíamos hacer hicimos,sin provecho digo, para Dios; que para sí ganan la vida eterna, como se dirá en el capítulo siguiente.
Y de esta manera entendido el nombre de esclavo, veréis que es nombre de humildad, obediencia, diligencia y amor. El cual sentimiento tuvo la sagrada Virgen María cuando, enseñada por el Espíritu Santo, respondió (Lc., 1, 39): He aquí la esclava del Señor; sea hecho en Mí según tu palabra. Su propia bajeza confiesa; su servicio y amor liberalmente ofrece, sin atribuirse a Sí misma otra honra ni otro interés, mas de tener cuenta de servir como esclava en lo que el Señor le mandase para gloria de Él, todo lo cual sintió y dijo en llamarse nombre de esclava. De este mismo nombre se precia y se nombra San Pablo, cuando dice (Rom., 1, 1): Pablo, siervo de Jesucristo. Y, finalmente, así lo han de sentir todos los que sirven a Dios, altos o bajos, si quieren que no se les torne en daño el servicio.
Aprovechaos, pues, vos, de esta verdad, y hallaréis gran remedio contra los peligros que de las buenas obras suelen nacer, no por naturaleza de ellas, sino por la imperfección de quien las hace. Y usad a decir con la boca y el corazón muchas veces: Esclava soy de Dios, por ser Dios quien es, y por mil cuentos de beneficios que de su mano he recibido; y por mucho que haga por Él, no le pagaré un paso que por mí dio hecho hombre, ni el menor de los tormentos que por mí pasó, ni un pecado que me ha perdonado, ni otro de que me haya librado, ni un propósito bueno que me ha dado para le servir, ni un día del cielo que espero alcanzar. Y menor soy, como dijo Jacob (Gen., 32, 10), que cualquiera de las misericordias de Dios. Y sí dice el Señor que los que hacen iodo lo que les es mandado se deben humillar y decir: Siervos somos sin provecho; lo que debíamos hacer hicimos, ¿cuánto más me debo yo humillar, pues en tantas faltas caigo por ignorancia, o flaqueza o malicia? Esclava soy, y mala esclava, y no sirvo a Dios como puedo ni debo; y si a lo que yo merezco hubiese mirado, ya ha días que me hubiera enviado al infierno por los pecados que he hecho, y por otros muchos en que justamente me pudiera haber dejado caer.
Este, pues, sea el sentimiento que de vos tengáis, y éste sea el lugar donde os pongáis, pues de vuestra parte así lo merecéis. Y vuestro cuidado sea servir al Señor lo mejor que pudiéredes, sin echar de ver en ello, y sin pensar que por ello os debe Dios agradecimiento, ni que podéis responder a lo que debéis, ni uno por mil, como dice Job (9, 3). Y cuando oyéredes decir lo mucho que merecen las buenas obras, no alivianéis vuestro corazón, sino decid: «Merced tuya es, Señor; gracias sean dadas a Ti, que tal valor das a nuestros indignos servicios.» De manera, que siempre os quedéis en vuestro lugar de negligente e indigna esclava.
CAPITULO 93
Que allanado el hombre y humillado con lo ya dicho en el capítulo pasado, puede gozar de la grandeza que el Señor se dignó dar a las obras de los justos, con seguridad y hacimiento de gracias.
Asegurada, pues, vuestra ánima de los peligros ya dichos con este sentimiento que el Señor nos enseña, podréis gozar con seguridad de la grandeza y valor que el Señor da a los suyos; y lo bendeciréis, porque a los que son esclavos de naturaleza, les infunde Él su gracia, con la cual son hechos hijos adoptivos de Dios; y sí hijos, herederos juntamente con Cristo, como dice San Pablo (Rom., 8, 16). Y porque los recibidos por hijos de Dios es razón que vivan y obren conforme a la condición de su Padre, dales el Señor el Espíritu Santo, y muchas virtudes y dones con que le puedan servir y cumplir su Ley y tenerle contento. Y aquellos cuyos servicios, por grandes que fuesen, mirados en sí, no subían de los tejados arriba, han ya bebido del agua de la gracia, que es tan poderosa, que se les ha hecho una fuente en sus entrañas, que salta hasta la vida eterna (Jn., 4, 14); con el valor de la cual, las buenas obras, por pequeñas que sean, suben hasta la vida eterna, porque la merecen por las causas ya dichas.
Mirad lo que va de vos, mirándoos en vos, a vos mirándoos en Dios y en su gracia. De vos, sois una gran suma de deudas, y por mucho que hagáis, no sólo no podréis merecer la vida eterna, mas ni aun pagar lo que debéis. Mas en Dios y su gracia, el mismo servicio que sois obligada a hacer, os he recibido por merecimiento de la vida eterna. Y no siendo el Señor obligado a vos para agradeceros ni pagaros lo que por Él hiciéredes, ordena las cosas de tal arte, que las buenas obras de los suyos sean galardonadas con poseerlo a Él en el cielo. Y aunque para hacerlo así no debe Dios nada a nadie por quien Él es, mas débeloa Si mismo, cuya ordenación es muy justo y debido que se cumpla, y muy por entero. Glorificad, pues, a Dios por estas mercedes; y entended, que si Dios no hubiera sido misericordioso Padre a San Pablo en darle una vida llena de buenos merecimientos, no osara él decir (2 Tim., 4, 8), ya que estaba cerca de su muerte, que le había de dar corona de justicia el justo Juez. Coronóle Dios por justicia, mas Él le dio primero los merecimientos de la gracia. Y así todo redunda en gloria de Dios: o de justo galardonador del bien hecho, o de misericordioso y primero dador del bien que hicimos. Lo cual ninguno debe negar, sino el que quiere privar a Dios de su honra.
Poneos, pues, en vuestro propio lugar, y teneos por digna de infierno y de todos los males, y por indigna del menor de los bienes. Y no desmayéis por aquella bajeza; mas hollada toda pusilanimidad, esperad en la misericordia de Dios, que pues os ha puesto en su camino, os esforzará en él para que lo llevéis adelante, hasta que cojáis en la vida eterna el fruto de las buenas obras que aquí por su gracia hicisteis.
CAPITULO 94
Que del amor que tenemos a nosotros mismos habemos de sacar el amor que debemos tener a los prójimos.
Pues ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo, resta—para cumplimiento de las palabras del Profeta, que os dice que veáis—, con qué ojos debéis de mirar a los prójimos; para que así de todas partes tengáis luz, y ningunas tinieblas os hallen (Jn., 12, 25).
Y para esto habéis de notar que aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasan por sí mismo, y que pasan por Cristo. Quiero decir, tiene un hombre trabajos cuanto a su cuerpo, o tristezas o ignorancias y flaquezas cuanto a su ánima. Claro es, que siente pena con el calor y frío, y le duele la enfermedad, y desea no ser desechado ni despreciado por sus flaquezas, mas sufrido y remediado y apiadado. Pues de esto que pasa en él, así en sentir los trabajos, como en desear el remedio de ellos, aprenda y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la misma flaca naturaleza de él; y con aquella compasión le mire y remedie y le sufra, con que mira a si mismo y desea ser remediado. Y así cumplirá lo que la Escritura dice (Eccli., 31, 18): De ti mismoentiende las cosas que son de tu prójimo. Porque de otra manera, ¿qué cosa puede ser más abominable, que querer misericordia en sus yerros, y venganza contra los ajenos? ¿Querer que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo de la pequeña mota del ajeno defecto una gran viga? Hombre que quiere que todos miren por él y le consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros, no merece llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos humanos, que deben ser piadosos. La Escritura dice (Prov., 20, 10): Tener peso y peso, y medida y medida, abominación es delante de Dios; para dar a entender, que quien tiene una medida grande para recibir, y otra pequeña para dar, que es desagradable delante sus ojos. Y su castigo será, que pues él no mide a su prójimo con la misericordia que quiere que midan a él, que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con que él midió a su prójimo. Porque escrito está (Mí.. 7, 2): Con la medida que midiéredes seréis medidos; y (Jac., 2, 13):Juicio sin misericordia será hecho al que no hiciere misericordia.
Pues, doncella, en cualquier cosa que en vuestro prójimo viéredes, mirad qué es lo que vos sentís, o querríades que otros sintiesen de vos, si aquello os acaeciese; y con aquellos ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remediadlo en cuánto pudiéredes; y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos midiéredes, según su palabra (Mt., 5, 7): Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y así habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro propio conocimiento, y seréis piadosa para con todos.
CAPITULO 95
Que del conocimiento del amor que Cristo nos tuvo habemos de sacar el amor que debemos tener a los prójimos.
Ahora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo.
Pensad con cuánta misericordia se hizo el Hijo de Dios hombre por amor de los hombres, y con cuánto cuidado procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuan excesivo amor y dolor ofreció en la cruz su vida por ellos. Y así como, mirándoos a vos, mirasteis a los prójimos con ojos humanos, así mirando a Cristo, lo miraréis con ojos cristianos; quiero, decir, con los ojos que Él los miró. Porque si Cristo en vos mora, sentiréis de las cosas como Él sintió, y veréis con cuánta razón sois obligada a sufrir y amar a los prójimos; a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama a su cuerpo, y el esposo a su esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos. Suplicad al Señor que os abra los ojos con que veáis el encendido fuego de amor que en su Corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes, buenos y malos, pasados, presentes y por venir, y por los mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha resfriado; mas si la primera muerte no bastara para nuestro remedie, con aquel amor muriera ahora, que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece en la voluntad con el mismo amor.
Pues decidme, ¿quién podrá ser cruel a los que Cristo fue tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para codiciar mal al que Dios le desea todo bien y salvación? No se puede decir ni escribir, el entrañable amor que se engendra en el corazón del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera, así como riquezas o linaje, o cosas semejantes, mas como a unos entrañables pedazos del cuerpo de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo con toda manera de parentesco y de amistad. Porque, según dice el refrán: Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can, ¿qué tanto os parece que querrá un amador de Cristo a sus prójimos, viéndoles que son cuerpo místico de Él, y que ha dicho el mismo Señor por su boca (Mt., 25, 40, 45), que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el Señor lo recibe como hecho a Sí mismo? Y de considerar profundamente acuestas palabras viene el buen cristiano a conversar con sus prójimos con una reverencia profunda y amor entrañable, y mansedumbre blanda para lo[s] sufrir, y vigilante cuidado de no les enojar ni dañar, antes aprovechar y alegrar; que le parece que con el mismo Cristo conversa, pues a Él mira en ellos; de los cuales se tiene en su corazón por más esclavo y más obligado a los aprovechar, que si por gran suma de dineros fuera comprado. Porque mirado el precioso precio que Jesucristo dio por un hombre, cuando con su preciosa sangre lo compró en la cruz, ¿qué debe hacer este tal, sino ofrecerse todo a servicio de Cristo, deseando que se ofrezcan cosas en que enseñe su agradecimiento y su amor? Y como oye de la boca de Dios: Si me amas, apacienta mis ovejas (Jn., 21, 17). Y (Mr., 9, 36): Quien a un chiquito de éstos recibe, a Mi me recibe. Y (Mt., 25, 40): Quien Hace obras de misericordia a uno de éstos, a Mí las hace, tiene por señalada merced que tenga tan cerca de sí tan buen aparejo en que mostrar y ejercitar el amor que él tiene a Jesucristo;pareciéndole el trabajo que por el prójimo pasa, pequeño, y los años breves, por la grandeza del amor que a Cristo tiene por Sí, y a ellos por Él y en Él (Gen., 29, 20). Y trae a la continua en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó cuando dijo: Mi mandamiento es acueste: que os améis unos a otros como Yo os amé (Jn., 15, 12).
CAPITULO 96
De otra consideración que nos enseña mucho el cómo nos habernos de haber con los prójimos.
Y añadid a esto otra consideración con que habéis de mirar a los prójimos; y es, que aunque, por una parte, sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace a uno no busca, ni quiere retorno; mas mirándolo por otra parte, ninguna cosa da, de la cual no lo quiere: no para Sí—pues Él es riquísimo, sin poder crecer en riquezas; y lo que da, por amor puro lo da—; mas el retorno que quiere es para los prójimos, que tienen necesidad de ser estimados, amados y socorridos; así como si un hombre hubiese prestado a otro muchos dineros, y hecho otras muchas buenas obras, y le dijese: «De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de vuestra paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo y traspaso en la persona de fulano, que es necesitada, o es mi pariente o criado; pagadle a él lo que a mí me debéis, y con ello me doy por pagado.»
De este arte entre el cristiano en cuenta con Dios, y mire lo que de Él ha recibido, así en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó por él, como en las misericordias particulares que después de criado le ha hecho, no castigándole por sus pecados, no desechándole por sus flaquezas, esperándole a penitencia y perdonándole cuantas veces ha pedido perdón; dándole bienes en lugar de males, con otras innumerables mercedes que no se pueden contar. Y piense que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un dechado y regla para la conversación que él ha de tener con su prójimo; y que el intento con que Dios ha obrado en él tantas mercedes es para darle a entender, que aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido ni amado ni remediado, quiere Dios que el bien que el otro por sí no merece, le sea concedido por lo que él debe a Dios, y se conozca por obligado y esclavo de los otros, mirando a Dios, el que mirando a ellos se hallaba no deber nada a nadie, y que el título con que el necesitado le pida remedio, sea éste: «Haced esto conmigo, pues Dios así lo ha hecho con vos.»
Y tema mucho el tal hombre no sea cruel o desamorado con quien lo ha menester, porque Dios no lo sea para con él, quitándole los bienes que le había dado, y castigándole como a desagradecido al perdón de los males pasados; como lo hizo con aquel mal siervo (Mt., 18, 24...), que habiendo recibido de su señor perdón de diez mil talentos, fue cruel para con su prójimo, encarcelándole porque le debía cien maravedís, sin le querer dar suelta ni espera. Y aquel señor, que por haberle destruido su siervo hacienda de diez mil talentos, no se lee haberse enojado con él, antes usado de tanta misericordia, que pidiéndole su esclavo espera, le dio suelta y perdón de la deuda, está ahora tan enojado por la crueldad que con su prójimo hizo, que reprendiéndole ásperamente, le dijo:Siervo malo, te perdoné yo todo lo que me debías, porque me rogaste; pues ¿no fuera razón que hubieras tú misericordia de tu prójimo, como yo la hube de ti? Y con este enojo lo entregó a los atormentadores hasta que pagase toda la deuda, que ya le había soltado. No porque Dios castigue los pecados ya una vez perdonados, mas castiga la ingratitud del perdonado, la cual es mayor, cuanto el perdón fue de más y mayores pecados. Y aunque es de creer que este tal siervo llamase a su señor, mas responderíale lo que está escrito (Prov., 21, 13): El que cierra su oreja al clamor del pobre, dará voces él y no será oído.
Entended, pues, doncella, que mirándoos a vos, y mirando a Cristo quién es, y los bienes que de su mano habéis recibido, es razón que se engendre en vuestro corazón una estima y amor con el prójimo, que ninguna cosa sea parte para os la quitar. Y cuando vuestra carne os dijere: ¿Qué le debo yo a aquél para hacerle bien? ¿y cómo le amaré, habiéndome él hecho mal a mí?, responded que quizá la oyérades, si la causa de vuestro amor fuera el prójimo; mas pues es Cristo, el cual recibe el bien al prójimo hecho, y el perdón al prójimo dado, como si a Él mismo se diera, ¿qué parte puede ser para estorbar el amor y buenas obras el ser el prójimo quien fuere, o hacerme el mal que quisiere, pues yo no tengo cuenta con él sino con Cristo? Y de esta manera arderá en vuestro corazón la caridad de tal arte, que (Cant,, 8, 7) las aguas muchas de malas obras que nos sean hechas no la podrán apagar, mas saldrá vencedora, y subirá hacia arriba como viva llama, y conversaréis con vuestros prójimos, sin que tropecéis ni perdáis vuestra virtud, porque ellos la pierdan. Y así dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 118, 165): Mucha paz tienen, Señor, los que aman tu Ley, y no tienen tropiezo. La cual Ley, la de la caridad es, con que se suma y cumple toda la Ley, como dice San Pablo (Rom., 13, 8): Quien al prójimo ama, la Ley ha cumplido.
Y esta estima del prójimo, con que le honramos como a hijo de Dios adoptivo, y como a hermano de Jesucristo nuestro Señor, y este amor que como a cosa tan suya le tenemos, es lo que San Pablo encomienda a los Filipenses (2, 4) y a nosotros en ellos, diciendo: Teneos con la humildad unos a otros por mayores; y no tengáis cuenta con vuestro interés, mas con lo que cumple a losotros; y esto sentid a ejemplo de Jesucristo, que teniendo forma de Dios, sehumilló a tomar forma de siervo; lo cual fue para aprovecharnos. Y estas dos mismas cosas, humildad y amor con los prójimos, nos enseñó, y encomendó el mismo Señor en aquel admirable hecho que cercano a la muerte quiso hacer, lavando los pies a sus discípulos; en lo cual se denota humildad por ser oficio tan bajo, y caridad por ser provecho del prójimo. Las cuales dos cosas, quiere que de Él aprendamos, siendo pequeños siervos y discípulos suyos, pues el Señor y Maestro lo quiso hacer.
Confortada, pues, con este ejemplo, y con lo ya dicho, pesad a los prójimos con peso de que son adoptados de Dios, y se dio por ellos Jesucristo en la cruz; y preciad y honrad vos a quien Dios tanto honró, y amad a los que son conjuntos con Él como esposa muy amada, y miembros de su cabeza. Y así tendréis el amor fundado y fuerte; porque el que de estas fuentes no nace, muy flaco es, y luego se cansa y se seca, y como casa edificada sobre movediza arena, a cualquier combate y ocasión que se le ofrezca da consigo en el suelo.
CAPITULO 97
Comiénzase a tratar de la palabra del verso que dice: «Olvida tu pueblo.» Y de dos bandos que hay de hombres, buenos y malos, y de los nombres que los malos tienen, y de sus varios intentos.
Sigúese otra palabra, que dice: Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre. Para declaración de la cual es de notar, que todos los hombres son repartidos en uno de dos bandos o ciudades diversas, una de buenos, y otra de malos. Las cuales ciudades no son distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una y de otra viven juntos, y aun dentro de una casa, mas por diversidad de afecciones. Porque, según dice San Agustín (De la Ciudad de Dios, lib. 14, cap. 28): «Dos amores hicieron dos ciudades. El amor de sí mismo, hasta despreciar a Dios, hizo a la ciudad terrenal. El amor de Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad celestial. La primera ensálzase en sí misma; la segunda, no en sí, mas en Dios. La primera quiere ser honrada de los hombres; la segunda tiene por honra tener la conciencia limpia delante los ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza en su propia honra; la segunda dice a Dios (Ps. 3. 4): Tú eres mi gloría, y el que alzas mi cabeza. La primera es deseosa de mandar y señorear; en la segunda sírvense unos a otros por caridad; los mayores aprovechan a los menores, y sus menores obedeciendo a sus mayores. La primera atribuye la fortaleza a sus fuerzas, y gloríase en ellas; la segunda dice(Ps. 17, 2): Ámete yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios de ella buscan los bienes criados; o si conocieron al Criador no le honraron como a tal, mas tornáronse vanos en sus pensamientos, y diciendo: Somos sabios, tornáronse necios (Rom., 1, 21...); mas en la segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero servicio de Dios, y espera por galardón honrar al mismo Dios, en compañía de los santos hombres y Ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos (1, Cor., 15, 28)». De la primera ciudad son ciudadanos todos los pecadores; de la segunda todos los justos. Y porque todos los que de Adán descienden —sacando al Hijo de Dios y a su bendita Madre— son pecadores aun en siendo engendrados; por tanto, todos somos naturalmente ciudadanos de acuesta ciudad; de la cual Cristo nos saca por gracia, para hacernos ciudadanos de la suya.
Esta mala ciudad, que es congregación, no de plazas ni calles, mas de hombres que se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres que declaran la maldad de ella.
Llámase Egipto, que quiere decir tinieblas o angustia ; porque los que en esta ciudad viven, o no tienen luz de conocimiento de Dios por no tener fe, o si la tienen, como los cristianos que viven mal, tiénenla muerta por no tener caridad, que es la vida de ella. Y por esto dice San Juan (1 Jn., 4, 8), que el que no ama a Dios, no conoce a Dios, porgue Dios es amor; quiere decir, que no tiene conocimiento amoroso, cual lo deben tener para se salvar. Y así, viviendo los unos en tinieblas de infidelidad, y los otros en tinieblas de pecados, no tienen gozo, sino estrechura y tristeza. Porque, según dice Tobías (5, 12): ¿Qué gozo puedo yo tener, pues no veo la lumbre del cielo?
Llámase también Babilonia, que quiere decir confusión. El cual nombre fue puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta el cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese destruir el mundo por agua otra vez; y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen nombrados en el mundo(Gen., 11, 9). Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que les confundió el lenguaje, para que así no se entendiesen unos a otros. De lo cual nacieron rencillas, pensando cada uno que hacía el otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el fin de la soberbia fue contusión, y rencilla y división. Muy propiamente compete este nombre a la ciudad de los malos, pues quieren pecar y no ser castigados; y no quieren huir los castigos de Dios evitando de ofenderle, mas si pudiesen, por fuerza o por maña, pecar y no ser castigados, lo intentarían. Son soberbios, y todo su fin es que se nombre su nombre en la tierra; y hacen torres de obras vanas si pueden, y si no en los pensamientos; los cuales destruye Dios al mejor sabor que ellos están, según está escrito (Jac., 4, 6): A los soberbios resiste. Y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje,dando la obediencia a Dios, son castigados en que ni ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a Dios, ni se entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada; pues faltándoles la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como se debe entender, para su provecho. Cuántas cosas pasan en el corazón de los malos, que los sacan de tiento, y no saben cómo remediarse; ya pidiendo un deseo una cosa y otro otra, y a las veces contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y alégranse, y todo al revés; ya quieren desesperar, ya se ensalzan vanamente; buscan con mucha diligencia una cosa, y después de haberla alcanzado, pésales por haberla buscado, o no hallan en ella lo que pensaban; desean una cosa y hacen otra, siendo regidos, no por razón, mas por pasión.
Y de aquí es, que como el hombre sea animal racional, cuya principal parte es el ánima, que ha de vivir según razón, y éstos viven según apetito, viven al revés, pues viven vida bestial, que es vida de cuerpos, y no racional, que es propia vida de hombres. De lo cual nace, que como Dios sea espíritu, y haya de ser servido, no de vida bestial, sino espiritual, estos tales no le sirven, según arriba se dijo, porque su vida es al contrario de la Ley de Él. Y como la unión de los cristianos nazca de la unión de sí mismo en sí, y de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos, divididos de Dios, no pueden tener buena ni duradera paz unos con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas, nacen rencillas, viviendo cada uno a su propio querer, sin curar de agradar al otro, y sintiendo cada uno su afrenta e injuria, sin curar de sufrir unos a otros. Estos son los que ni usan de sí, ni de las criaturas al fin que fueron criados, mas a sí mismos y a todas las cosas las quieren para sí, haciéndose último fin de todas ellas; y, por tanto, con Justa razón son llamados Babilonia, pues que todo anda al revés de su Criador.
Llámanse también Caldeos; llámanse Sodoma; llá-manse Edón, con otros mil nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no pueden declarar la malicia de él.
Este es el pueblo, el cual es llamado Mundo, no por este que Dios crió, porque éste es bueno, como criado por el que es sumamente bueno; mas porque estos hombres tales, ni tienen otro sentido, ni otro amor, sino de esto visible. Lo cual llama San Juan (1 Jn., 2, 16) soberbia de vida, y codicia de carne, y codicia de ojos: y quien esto ama, perecerá; mas Quien hiciere la voluntad de Dios, permanecerá para siempre, dice el mismo San Juan. Y San Pablo dice(Rom., 8, 9): El que no tiene espíritu de Cristo, no es de Cristo; y por consiguiente, será del mundo. Y Santiago (4, 4) dice que el amistad de este mundo, enemistad es con Dios.
CAPITULO 98
Que nos conviene mucho huir de la mala ciudad de los malos, que es el mundo, y de cuan mal trata a sus ciudadanos; y del espantoso fin que todos ellos tendrán.
Bastantes causas habéis oído para aborrecer este pueblo, y para entender cuánto quiere Dios que salgáis de él para salvaros; porque éste es el espiritual Egipto, del cual mandó Dios a Israel que saliese apriesa, y que caminase, aunque con trabajos, hasta la tierra de promisión. Y éste es el pueblo, del cual Dios mandó a Abraham que saliese, cuando le dijo (Gen., 12, 1): Sal de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre; y ven a la tierra, que Yo te mostraré; lo cual él cumplió con sencilla obediencia, sin saber dónde iba, como dice San Pablo (Hebr., 11, 8). De este mismo pueblo mandó Dios salir a Lot(Gen., 19, 17), porque no le comprendiesen los castigos que quería enviar; y le mandó que se salvase en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida. Finalmente, es el pueblo, del cual dice Dios a los que quieren ser suyos (2 Cor.,6, 14): No queráis tener compañía con los infieles. Porque ¿qué compañía puede tener la maldad con la bondad, o la luz con las tinieblas? O ¿qué junta puede haber entre Cristo y Belial, o entre fiel e infiel? O ¿qué convención puede haber entre el templo de Dios, y los ídolos? Porque vosotros sois templo de Dios vivo, como dice Dios: Yo moraré en ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo mío. Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa suya; y yo os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos, dice el Señor todopoderoso. Oyendo las cuales promesas, os debéis de esforzar a haceros extraña a este mal pueblo, por el bien que se os promete, y por el mal que evitáis.
No es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer, y tomar debajo a cuantos en ella estuvieren; y no daríamos pocas gracias a quien de tal peligro nos avisase para huir de él. Pues sabed muy de cierto, y de ello os aviso de parte de Dios, que vendrá día en que espiritualmente se cumpla la visión que vio San Juan acerca de este mal pueblo, cuando dijo (Apoc. 18, 1):Vi otro ángel que descendió del cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada con su resplandor. Y dio una gran voz con su fortaleza; y dijo: Caído, caído ha Babilonia la grande, y hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y de toda ave sucia y horrible. Y abajo (v. 21) dijo:Tomó un ángel una piedra grande, como de molino, y echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la grande ciudad de Babilonia en la mar, y no será más hallada. Y porque no se descuiden los que desean salvarse, pensando que, teniendo compañía con los malos, no les comprenderán sus azotes, dice el mismo San Juan (v. 4) que oyó otra voz del cielo que dijo: Salid de ella, pueblo mío, no seáis participantes en sus delitos, y no recibáis de sus plagas. Porque llegado han sus pecados hasta el cielo, y acordádose ha el Señor de las maldades de ella.
Y aunque sea cosa muy provechosa al que es bueno huir aún corporalmente la compañía del malo, y para el que es principiante en la bondad le es casi necesario, si no quiere perderse, mas este salir de en medio de Babilonia, que aquí Dios manda, entiéndese, como dice San Agustín, de «salir con el corazón de entre los malos, amando lo que aborrecen, y aborreciendo lo que aman». Porque mirando lo corporal, en una misma ciudad y en una misma casa están juntas Jerusalén y Babilonia, cuanto al cuerpo; mas si miramos los corazones, muy apartados están; y en uno es conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos.
Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís con dolor de la vieja. Acordaos de lo que dice San Pablo (Hebr., 13, 12), que para santificar Jesús a su pueblo por su sangre, padeció muerte fuera de la puerta de Jerusalén. Y pues así es, salgamos a El fuera de los reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos que por esto Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender que si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad que hemos dicho, que es congregación de los que a sí mismos mal se aman. Porque bien pudiera Cristo curar al ciego dentro de Bethsaida; mas quiso sacarlo de ella, y así darle vista (Mc., 8, 23), para darnos a entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma Verdad que andan pocos (Mt., 7, 14).
No os engañe nadie; no quiere Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo; y por su bendita boca prometió (Mt., 6, 24), que ninguno puede servir a dos señores. Y pues Él dijo que no era del mundo Un., 8, 23), ni los suyos eran del mundo (15, 19), ni su reino era de este mundo (18, 36), no es razón que vos lo seáis; siquiera porque no paréis en lo que paró el desobediente Absalón (2 Reg., 18/, 14), que colgado de sus cabellos de una encina, fue alanceado con tres lanzas por mano de Joab, y allí colgado, perdió la vida. Así acaecerá al hombre desobediente al Señor celestial, al cual con su mala vida persigue; cuyos pensamientos y afecciones, como cabellos le tienen colgado de acueste mundo, pues todo su fin es cómo será engrandecido en la tierra, y le vaya bien en esto visible. ¿Mas qué bien le puede ir, pues el árbol de que está colgado es encina, y da fruto a puercos? Y este mundo no contenta ni da fruto sino a hombres bestiales. A los cuales, con las tres lanzas ya dichas, de soberbia de vida, y codicia de carne, y codicia de ojos, alancea el demonio, que es llamado príncipe de este mundo (Jn., 12, 31), porque rige y manda a los malos. El cual así trata a los suyos, que ni aun de manjares de puercos los harta; mas como otro Adonibecec, les tiene cortados los cabos de los pies y las manos para hacer cualquier bien, y puestos debajo de la mesa (Judic., 1, 6), para que coman, no de plato entero, mas de las migajas que le sobran a él. Hambrientos los tiene de presente, y después los llevará consigo adonde haya eterna hambre y tormentos; porque él otra cosa no puede dar. Tal es su tratamiento, que bastaba, si los mundanos en ello mirasen, para salirse de la compañía del demonio y del mundo, y allegarse a Dios; como hizo el hijo pródigo (Lc., 15, 16), que de verse en oficio tan vil, y que de manjar de puercos aun no se hartaba, cobró seso y consejo para ver qué diferencia iba de estar en la casa de su padreo en la casa del mundo, y dejó el mal que tenía, y fuese a su padre pidiéndole misericordia, y hallóla.
Haced, pues, vos así; y si queréis que el Señor os reciba, dejad vuestro pueblo. Y si queréis que se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo. Si queréis que Él os ame, no os améis desordenadamente a vos. Si queréis que Él cuide por vos, no estéis vos confiada en vuestro cuidado. Si queréis parecerle bien a sus ojos, no os miréis vos complaciéndoos en vos. Y si queréis agradarle, no temáis de desagradar al universo mundo por Él. Y si deseáis hallarle, no dudéis de dejar padre y madre, y hermanos y casa, y aun vuestra propia vida por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas, mas porque conviene mirar tan de verdad y con todo vuestro amor a Cristo, que no torzáis un solo cabello el agradar a Él por agradar a criatura alguna, por amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica (1 Cor., 7. 29), que los que tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, los que compran como si no poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los que lloran como si no llorasen, y los que gozan como si no gozasen, y la causa es lo que añade, diciendo: Porque se pasa presto la figura de este mundo. Pues así os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa; lo otro, porque ya no sois vuestra, así tened padres y hermanos, parientes, casa y pueblo, como si no lo tuvieseis; no para no reverenciarlos y amarlos y obedecerlos, pues la gracia no destruye la orden de naturaleza, y aun en el mismo cielo ha de haber reverencia de hijo a padre, mas para que no os ocupen el corazón y estorben el amor de Dios. Amadlos en Cristo, no en ellos; que no os los dio Cristo para que os sean estorbo a lo que tanto debéis siempre hacer, que es servirle. San Jerónimo cuenta de una doncella, que estaba tan mortificada a la afección del parentesco, que a su propia hermana, aunque era doncella, no curaba de verla, contentándose con amarla por Dios. Creedme, que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy bien raído y quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor escriba sus particulares mercedes en ella, hasta que estén en ella muy muertas las afecciones que nacen de la carne.
Leemos que en los tiempos pasados pusieron el Arca de Dios en un carro para que la llevasen dos vacas paridas, y los becerros quedaban en cierta parte encerrados; y aunque las vacas daban gemídos por sus hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás, ni se apartaron, dice la Escritura (1Reg., 6, 10), a la mano derecha, ni a la izquierda; mas, por el querer de Dios que así lo hacía, llevaban su Arca hasta la tierra de Israel, que era lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto encima de sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde [Él] está y se halla muy de verdad, no deben dejar ni retardar su camino por estas afecciones naturales de amor de padres e hijos y casas, y otras cosas semejantes; ni deben gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni penarse por sus adversidades; porque lo primero es apartarse del camino a la mano derecha, y lo segundo a la izquierda; mas seguir con fervor su camino, encomendando al Señor que guíe a su gloria lo uno y lo otro; y estar tan muertos a estas cosas, como si no les tocasen; o a lo menos no dejarse vencer de la tristeza o del gozo, por lo que a ellos toca, aunque algo lo sientan. Lo cual fue figurado en las vacas, que aunque daban bramidospor sus hijos, no por eso dejaban de llevar el Arca de Dios.
Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham (Gen., 22, 10), que quería matar a su unigénito por la obediencia de Dios, no curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor natural, que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia; el cual aun no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por amor de Él se vencen, como quien padece martirio.
Olvidad vuestro pueblo, doncella, y sed como otro Melchisedech (Hebr., 7, 3), del cual no se cuenta que tuviese padre ni madre, ni linaje alguno. En lo cual como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que sean en su corazón como este Melchisedech en este mundo, sin tener cosa en su corazón que les cautive y retarde su apresurado caminar que caminan a Dios.
CAPITULO 99
De la vanidad de la nobleza del linaje; y que no se deben gloriar de él los que quieren ser del linaje de Cristo.
No querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de su linaje carnal. Y por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San Jerónimo dice: «No quiero que mires a aquellas doncellas, que son doncellas del mundo y no de Cristo; las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan en sus deleites, y se deleitan en sus vanidades, y gloríanse en el cuerpo y en el origen de su linaje. Las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca, después del nacimiento divino, tendrían en algo la nobleza del cuerpo; y si sintiesen a Dios ser su Padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te glorías con [la] nobleza de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo, de los cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza del linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la ambición de la codicia. Y ninguna diferencia puede haber entre aquellos a los cuales el segundo nacimiento engendró; por el cual, así el rico como el pobre, el libre y el esclavo, son de linaje, y sin él no son hechos hijos de Dios. El linaje de carne terrena es obscurecido con el resplandor de la celestial honra, y en ninguna manera ya parece; pues que los que eran antes desiguales por honras del mundo, son igualmente vestidos con nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay allí de linaje vano, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los cuales la alteza del nacimiento divino los hermosea. Y si lo hay, es en el pensamiento de aquellos que no tienen en más las cosas celestiales que las humanas; y si las tienen, cuan vanamente lo hacen en tenerse en más que aquéllos por cosas menores, los cuales conocen serles iguales en las cosas mayores; y estiman a los otros como a hombres puestos en tierra debajo de si, los cuales creen que son sus iguales en las cosas del cielo. Mas tú, quienquiera que eres, doncella de Cristo y no del siglo, huye toda la gloria de la vida presente, para que alcances todo lo que se promete en el siglo que está por venir.» Todo esto dice San Jerónimo.
De lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y casa de padre, sabiendo que lo que de los padres de carne tenéis es ser concebida en pecado, y llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el primer pecado de Adán, que mediante nuestra concepción heredamos. Un cuerpo nos dieron tan vergonzosamente engendrado, que es asco pensarlo y vergüenza decirlo; en el cual infundiéndose el ánima cuando es criada, queda manchada con el pecado original, habiéndola Dios criado sin él. Un cuerpo lleno de mil necesidades, y sujeto a enfermedades y muerte, y propio para hacer penitencia en sufrirlo; y es tal, que si un solo corezuelo (diminutivo de cuero) le quitasen de encima, los muy hermosos serían abominables. Un cuerpo, que mirándolo por defuera blanco, y considerando las cosas que encierra dentro de sí, diréis que es un vil muladar cubierto de nieve. Un cuerpo que pluguiera a Dios que no hubiera más en él que ser trabajoso y vergonzoso. Mas esto es lo menos; porque es el mayor enemigo que tenemos, y el mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y muerte eterna, a quien le da de comer y todo lo que ha menester. Un cuerpo, que por haber él un poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios, y echar el ánima en el infierno. Un cuerpo perezoso como asno, y malicioso más que mula; y si no, probad a dejarla sin freno, que ande él como quisiere, y descuidaos un poco de guardaros de él, y entonces veréis lo que tiene.
¡ Oh vanidad para burlar de los que de linaje presumen! Pues que todas las ánimas Dios las cría, que no se heredan; y la carne que se hereda, es cosa para haber vergüenza y temor. Oigan los tales lo que Dios dijo a Isaías (40, 6): Da voces. ¿Y qué diré a voces?, dijo Isaías. Respondió el Señor: Que toda carne es heno, y toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar Dios, y aun no las oyen los sordos; los cuales más se quieren gloriar de la suciedad que de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu Santo les es concedida.
No seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida. La estima en que Dios os tiene, no es por vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por nacer en la sala entoldada, mas por tornar a nacer en el santo Bautismo. El primer nacimiento es de deshonra; el segundo es de honra. El primero de vileza; el segundo de nobleza. El primero de pecado; el segundo de justificación de pecados. El primero de carne que mata; el segundo de espíritu que aviva. Por el primero somos hijos de hombres; por el segundo hijos de Dios. Por el primero, aunque somos herederos de nuestros padres cuanto a su hacienda, somos herederos cuanto a ser pecadores, y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos hermanos de Cristo, y juntamente herederos del cielo con Él; de presente recibimos el Espíritu Santo, y esperamos ver a Dios faz a faz. ¿Pues qué os parece que dirá Dios al que se precia más [por] ser nacido de hombres para ser pecador y miserable, que por ser renacido de Dios para ser justo, y después bienaventurado? Estos son semejantes a uno que fuese engendrado de un rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la trajese mucho en la boca, y no mirase ser hijo del rey.
Olvidad, pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El pueblo malo, ése es el vuestro; y por eso dice: Olvida tu pueblo; porque de vos no sois sino pecadora, y muy vil. Mas si os sacudís de eso que es vuestro, recibiros ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su justificación, en su amor. Mas mientras os tuviéredes a vos, no recibiréis a Él. Desnuda os quiere Cristo, porque Él os quiere dotar, que tiene con qué; porque de vos, ¿qué tenéis, sino deudas? Olvidad vuestro pueblo, que es ser pecadora, extrañándoos a los pecados pasados, y no viviendo más según mundo. Olvidad vuestro pueblo, no preciando vuestro linaje. Olvidad vuestro pueblo con echar de vuestro corazón el bullicio, y haciendo cuenta que estáis en un desierto sola con Dios. Olvidad,pues, vuestro pueblo, pues tantas razones y tan suficientes hay para lo hacer.
CAPITULO 100
En que comienza a declarar la otra palabra, «y olvida la casa de tupadre». Y de cuánto nos conviene huir la propia voluntad por imitar a Cristo, y por evitar los males que de la seguir vienen.
Sigúese otra palabra, que dice: Y olvida la casa de tu padre.
Este padre el demonio es: porque, según dice San Juan (1 Jn., 3, 8): El que hace el pecado, del diablo procede, porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o engendró los malos, mas porque imitan sus obras; y de aquél se dice ser uno hijo, según el Santo Evangelio (Jn., 8, 39-41), cuyas obras imita. Este padre malaventurado vive en el mundo, que quiere decir en los malos, según se escribe de él en Job (40, 16): En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y en los lugares húmedos. Sombra son las riquezas; porque no dando el descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas como con espinas, experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de ellas, y verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre. Caña es la gloria de este mundo, que cuanto de fuera mayor parece, tanto de dentro está más vacía; y aun lo que de fuera parece, es tan mudable que con razón se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares húmedos son las almas relajadas con los carnales deleites, que corren tras ellos sin rienda; contrarias a aquellas, de las cuales dice el Santo Evangelio (Mt., 12, 43), quesaliendo el espíritu sucio del nombre donde estaba, va a buscar donde estar, y anda por los lugares secos buscando holganza, y no la halla. Porque en las ánimas ajenas de estos carnales deseos no halla el demonio posada, mas en las codicias, honras y deleites, es su aposento. Por lo cual se dice el príncipe de este mundo (Jn., 12, 31) y regidor y señor de él; no porque lo haya criado, mas porque los malos, que son de Dios por creación, quieren ser de él por imitación, conformándose con su voluntad, para que con justicia sean también conformes con él en la infernal pena, como les será crudamente dicho el día postrero, por boca de Cristo (Mt., 25, 41): Id, malditos, al Juego eterno, que está aparejado al diablo y a sus ángeles.
Y si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallaremos que es la propia y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo hombre. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no es otra cosa sino olvidar y quitar la voluntad propia, en la cual algún tiempo aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina, diciendo (Lc., 22, 42): No mi voluntad, Señor, sino la tuya sea hecha. El cual amonestamiento es de los más provechosos que se nos pueden hacer; porque quitada nuestra voluntad, quitaremos los pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota San Pablo, que contando muchedumbre de pecados que en los días postreros había de haber, primero dice (2 Tim., 3, 2),que serán los hombres amadores de si mismos; dando a entender, como dice la glosa, que el desordenado amor de sí, es raíz y cabeza de todos los pecados; el cual quitado, queda el hombre en sujeción de Dios, de la cual le viene su bien.
Item, la causa de nuestros desabrimientos, tristezas y trabajos, no es otra cosa sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se cumpliese, y porque no se cumple tomamos pena. Mas esto quitado, ¿qué cosa puede venir que nos pene, pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos venga? Y no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo. Porque, como San Bernardo dice: «Cese la voluntad propia, y no habrá infierno.»
Mas, así como es la cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más trabajosa que hay. Y aun por mucho que trabajemos, no saldremos con ello, si aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma; y si no mata a este fuerte Goliat, al cual no hay quien le pueda vencer, sino el que es invencible. Mas aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas cadenas, no por eso debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el Señor nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males que de seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla. Item, los altos ejemplos de Cristo, el cual dice de Sí (Jn., 6, 38): Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la de Aquel que me envió; y esto no en cosas de poca importancia, como algunos hacen, mas en las cosas de afrenta, y que llegan, como dicen, al ánima: tal era el padecer Cristo pasión por nosotros. Mas en ella se conformó con la voluntad de su Padre, echando de Sí la voluntad de su carne, que era no padecer; para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe ser tan amada, que si Dios lo manda, no la desechemos; ni tan penosa, que por Él no la abracemos.
CAPITULO 101
De un ejercicio para negar la propia voluntad; y de la obediencia que se debe tener a los mayores; la cual es camino para alcanzar la abnegación de la propia voluntad; y cómo se habrá el superior con los súbditos.
Y porque no se puede subir a lo alto, si primero no comienzan de lo bajo, os aviso que para subir a esta alteza de negar vuestra voluntad en cosas mayores, os acostumbréis a negarla en cosas menores; y no para quedaros en ellas, mas para pasar por ellas a lo que es mayor. Ninguna cosa hagáis, penséis ni habléis, que vaya guiada por cumplir con vuestra gana o voluntad; mas en sintiéndoos aficionada a algo de esto, entended que no estáis para lo hacer. Porque las cosas no os han de llevar a vos cautiva hacia sí mismas, mas vos con libertad cristiana traedlas a ellas a vos. Antes que comáis habéis de mortificar elapetito de la gula, y ordenar la comida a obediencia de Dios, que manda que comáis para sustentar vuestra vida. Y antes que entendáis en la hacienda habéis de mortificar la codicia, y después entender en la obra porque Dios lo manda, para vuestras necesidades y de vuestros prójimos. Y por estos ejemplos entenderéis que en todas las cosas habéis de quitar la propiedad de vuestra voluntad, y hacerlas porque Dios lo manda, o vuestros mayores.
Y acordaos que ésta es la manera como los viejos del yermo criaban a sus discípulos, quitándoles lo que querían, y haciéndoles obrar lo que no querían, para que en todo y del todo tuviesen negada su voluntad. Y del que en estas cosas bien aprobaba, tenían buena esperanza que llegaría a la perfección; y del otro sentían mal, porque les parecía que quien en cosas pocas faltaba, más faltaría en las mayores; y que una voluntad acostumbrada a hacer lo que quiere en cosas de poca importancia, se hallará muy rebelde para negarse en las mayores. Por tanto, haceos baja y sujeta a toda criatura—como dice San Pedro (1 Petr., 2, 13)—y que pueda quienquiera pasar por vos, y hollar y contradecir a vuestra voluntad, como a un poco de lodo. Y a quien más os ayudare a esto, más le amad y agradeced, porque os ayuda a vencer vuestros enemigos, que son vuestro parecer y vuestra voluntad.
Haced, pues, cuenta que vuestra madre en vuestra abadesa (Doña SanchaCarrillo, a quien va dirigido este libro, vivía vida retirada en la casa paterna), a la cual obedeced con profunda humildad, sin cansaros. Y no seáis como algunas que en tomando tocas honestas, se desmandan, y echan de sí la obediencia de sus padres y mayores, no obedeciéndoles, estando en casa. Y algunas salen de casa sin licencia, y todo con título de servir a Dios; como en la verdad no haya cosa más contraria de ello, como lo que éstas hacen. Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su Santísima Madre, y al Santo José, como cuenta San Lucas (2, 51). Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que por no la perder, perdió la vida en la cruz. Y no os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia; porque como el mayor peligro que tiene vuestro estado es no estar encerrada, si nos os proveéis con huir mucho de vuestra voluntad y ser sujeta a la ajena, será añadir peligro a peligro, e iros ha mal; porque vuestra seguridad está en no querer libertad.
Y por esto no os contentéis con obedecer a vuestros padres, mas también lo haced a los mayores que en vuestra casa estuvieren. Y si del todo queréis ser obediente, también obedeced a los menores, si la orden de casa no se perturba por esto. Mas si es menester que vos los mandéis en lo de fuera, teneos por sujeta a ellos en lo de dentro. Y para hacer esto con mayor esfuerzo, acordaos de cuando el soberano Maestro y Señor (Jn., 13, 14) se hincó de rodillas, como si fuera sujeto o menor, a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel que empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con tanta humildad y amor se los había lavado. Acordaos muchas veces de acueste paso, y traed en vuestra ánima aquella palabra que entonces dijo: Si yo, siendo Señor y Maestro, os lavé los pies, ¿cuánto más debéis vosotros lavarlos unos a oíros?
Y así amad a los menores que estuvieren en vuestra casa, como si fuérades padre o madre de ellos. Y trabajad por ellos en lo que os hubieren menester corno si fuérades su esclava, llevando con paciencia la pesadumbre de sus condiciones, y demasía de sus palabras, y aun las injurias de obra. No seáis humilde para los de fuera de casa, y soberbia para los que están en ella. Ejercitad la virtud con los que tenéis más cerca y más a la mano, y ensayaos en vuestra casa para saber conversar fuera de ella.
Y acordaos de aquella santa mujer enseñada por Dios, Santa Catalina de Sena, cuya vida deseo que leáis, no para desear sus revelaciones, sino para imitar sus virtudes. Que, aunque sus padres la estorbaban el camino que ella tomaba para servir a Dios, no se turbó ni los dejó. Fuera de la celda la echaron, donde ella tenía sus santos ejercicios; y en lugar de ella, la pusieron que sirviese en la cocina; mas porque se humilló y obedeció, halló a Dios en la cocina tan bien o mejor que en la celda. No os ahoguéis vos, si al tiempo que queréis rezar os mandaren vuestros padres o Prelados hacer otra cosa; mas ofreciendo vuestro deseo al Señor, haced lo que por vuestros mayores os fuere mandado, con mucha humildad y sosiego, teniendo confianza que obedeciendo a vuestros mayores, obedecéis a Dios; pues que está mandado por Él en su cuarto Mandamiento.
Y no por esto se excusa que podéis vos pedir con humildad a vuestros padres que os den algún lugar apartado y algún tiempo desocupado para vuestros espirituales ejercicios; y habiendo primero pedido al Señor, confiad en su bondad, que ahora os lo concedan, ahora no, todo será para vuestro provecho, si vos osáis tomarlo como de la mano de Dios, con obediencia y sosiego. Y vuestros padres darán cuenta al Señor—y no cualquier cuenta—de lo que os mandan a vos. Lo cual vos no miréis, mas conviene que lo miren ellos; pues como San Ambrosio dice, «es merced de nuestro Señor, y muy provechosa, tener hijo o hija que quiera servir a Dios en virginidad, con desprecio del mundo y particular llamamiento de vida espiritual.»
CAPITULO 102
Que no todo lo que deseamos o pedimos se ha de llamar propia voluntad. Y cómo conoceremos lo que el Señor quiere de nosotros.
Si bien habéis mirado lo que se os ha dicho en estas palabras pasadas, veréis que dos cosas se os han encomendado: Una, que no tengáis voluntad propia; y otra, que sigáis la de Dios.
Y para declaración de estas dos partes, conviene deciros que el desear y pedir a Dios particularmente que os libre de algún mal espiritual, en que más peligro corréis, u os dé alguna virtud que particularmente habéis menester, no es vicio de voluntad propia, sino medio, y muy bueno, para hacer la voluntad de Dios, que nos manda apartar del mal y hacer el bien. Porque si bien miráis, el pedir la cosa en particular, por la particular necesidad que en ella hay, ayuda a pedirse con mayor eficacia y más profundo gemido; las cuales son partes para que Dios fácilmente conceda lo que se le pide; lo cual por ventura no concediera, pidiéndose en general, por la tibieza con que se suele pedir. Y esta doctrina es conforme a la Escritura divina, pues el Señor nos enseña en la oración del Padrenuestro pedir cosas en particular; y SAanto Rey y Profeta David hacía lomismo, según se le
ofrecían particulares necesidades; y así lo han usado los Santos, pidiendo para sí y para otros.
Y aunque se puede lo mismo hacer pidiendo cosas temporales, como leemos del ciego que pidió vista al Señor (Mr., 10, 51) y otros muchos; mas como lo temporal sea cosa menos preciosa, y cuyo amor suele ser peligroso, y cuyo desprecio suele ser alabado, no hay tanta licencia para soltar el corazón a lo desear y pedir, como lo espiritual; aunque no deja de ser bien, hecho, si se pidesin congojas demasiadas, y con condición si agrada al Señor.
Cerca del cumplimiento de la voluntad del Señor, en que está nuestro bien, me podréis preguntar: ¿En qué la conoceréis? A lo cual os digo, que donde hay mandamiento y palabra de Dios o de su Iglesia, no tenéis más que inquirir, sino tened por averiguado que aquello es voluntad del Señor. Y cuando esto no hay, habéis de tener por lo mismo lo que manda vuestro superior, si claramente no consta que manda contra la Ley de Dios o de la Iglesia, o contra razón natural, Que, pues San Pablo dice (Rom., 13, 5), que aunque el superior sea infiel, le ha de obedecer el cristiano, no sólo por evitar el castigo, mas por la obligación de la conciencia, ¿cuánto más será esto verdad en los superiores cristianos, de los cuales hemos de pensar que Dios les ayuda a mandar lo justo?
Y cuando todo esto faltare, tomaréis por voluntad del Señor el consejo que os diere persona de quien se debe tomar.
Y no penséis por esto que estáis sin necesidad de pedir la lumbre delEspíritu Santo para acertar a agradar al Señor. Porque nuestras necesidadesson tantas y tan en particular, que sin este Maestro, otro no basta.
CAPITULO 103
En que se comienza a declarar la palabra que dice: «Y codiciara el Rey tu hermosura.» y de cuan grande cosa es poner Dios su amor en el hombre. Y que no es esta hermosura la corporal; y de cuánto ésta sea peligrosa.
Cosa es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es enamorarse el ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la fea ame al todo hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura ame a su Criador, pues se lo debe, y recibe de ello eterna paga. Mas enamorarse y aplacerse Dios en su criatura, esto es de maravillar y agradecer, y cosa de que tener inefable causa de gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser uno preso por Jesucristo, y por título muy honrado se llama San Pablo (Ephes., 3, 1), preso de Jesucristo, teniendo en el cuerpo cadenas de hierro y en el ánima cadenas de amor, ¿qué será tener el hombre a Dios preso con el amor? (Si es gran riqueza no tener corazón, por dárselo a Dios, ¿qué será tener por nuestro el corazón de Dios, el cual da Él a quien da su amor, y tras el corazón da a todo Sí? Porque de quien es nuestro corazón, de aquél somos sin duda. Grandes y muchos son los bienes que la infinita y divina Bondad da a los hombres; mas no como haciendo mucho caso de todos ellos, en comparación de éste. Dice Job (7, 17): Señor, ¿qué cosa es el hombre, porque lo engrandeces, y pones en él tu corazón? Dando a entender, que pues por dar Dios el corazón, se da Él, tanta diferencia va de dar su corazón por amor, a dar otras dádivas, cuanto va de Dios a criaturas. Y si por las otras dádivas debemos gracias, la principal causa es porque nos las da con amor ; y si en ellas nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia y amor en los altísimosojos de Dios. Esta es la verdadera honra nuestra, de la cual nos podemos gloriar; no de que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien algún caso hace de sí, ensalzándose de las obras que hace, más de que un tan alto Rey, a quien adoran todos los Ángeles, quiera por su bondad amar a cosas tan bajas como somos nosotros.
Mirad, pues, doncella, si es razón de oír, y ver, e inclinar a Dios vuestra oreja, pues que el galardón de ello es que codicie Dios vuestra hermosura.Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueran muy dificultosas, se tornaran ligeras de cumplir, con tales promesas; cuanto más siendo cosa tan poca, con el favor de su gracia, la que nos pide.
Mas diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que de sí es pecadora, y de los pecadores se escribe (Thren., 4, 8) que es denegrida su cara mas que carbones? Si este Señor buscase hermosura de cuerpo no es de maravillar que la hallase; porque así como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas, para que así fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable, comparada a la cual, toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice Santo Rey y Profeta David, hablando de la Esposa de este gran Rey (Ps. 44, 14), que toda la hermosura de ella consiste en lo de dentro, que es el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura del cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea su ánima. ¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en lo menos? ¿Qué aprovecha la hermosura en que los hombres pueden mirar, y fealdad en lo de dentro donde Dios mira? ¡De fuera ángel, y de dentro demonio!
Y no sólo esta hermosura no aprovecha para ser amada de Dios, mas aun por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque así como la espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la suele quitar. No tiene pequeña guerra la castidad, la humildad y el recogimiento de una parte contra la hermosura del cuerpo de otra; y a muchas mujeres les fuera mejor extrema fealdad en el rostro, para no tener con quién pelear, que gran hermosura y gran liviandad, con que fueron vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima (Ezech., 28, 17): Perdiste la sabiduría en tu hermosura; y en otra parte (16, 25) dice: Hiciste abominable tu hermosura. Y dice esto, porque cuando con la hermosura del cuerpo se junta fealdad en las costumbres, es abominable la tal hermosura, y tornada en fealdad verdadera.
Bien veo yo, que si los ánimos de los que miran las cosas hermosas, y de las que son hermosas fuesen puros en buscar a Dios sólo en las criaturas, cuanto ellas fuesen más hermosas, tanto más claro espejo les serían de la hermosura de Dios. Mas ¿adonde está ahora quien no tenga por [qué] temer lo que la Escritura dice (Sap., 14, 11): Que las criaturas son hechas lazo y cepo para los pies de los necios, que son los que usan de ellas para ofensas de Dios, quedándose en ellas, siendo ellas criadas para que por ellas sirviesen a Dios y subiesen a Él como por una escalera? De estos tales era en un tiempo San Agustín; y por eso lloraba después, y decía: «Andaba yo, Señor, feo por las criaturas hermosas que tú criaste.» ¿Y adonde está la pureza de la mujer hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima, cuanto más hermosura ve en su cuerpo? Naturalmente huímos más de ensuciarnos cuando estamos limpios, que cuando no; y hacen al contrario de esto muchas personas, que siendo feas no pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión de ensuciarse. Y de éstas dice la Escritura (Prov., 11, 22): Como manilla de oro en el hocico del puerco, así es la mujer hermosa que es loca. Muy poca honra cataría el puerco al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por mucho que resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el hediondo cieno. Así es la mujer loca, que emplea su hermosura sin algún asco en mil liviandades y hediondeces, ya del cuerpo ya del ánima.
Pues si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la propia ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien la mira? ¡ Oh, cuan buena cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar, ni manos para se hermosear, ni gana para ver ni ser vistas; pues de lo uno y de lo otro suele muchas veces salir el determinado deseo de mala codicia, y darse tantas puñaladas mortales en sus ánimas, cuantos malos deseos determinados tuvieron! ¿Y quién los contará? ¿Qué dirán a esto los hombres perdidos, y estas miserables mujeres, hermosas al parecer, y feas según la verdad, cuando les falte la hermosura del cuerpo, por la cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus cuerpos en las sepulturas, cuan hediondas andaban sus ánimas debajo los cuerpos hermosos, y sean así presentadas, desnudas de bienes, delante de los ojos de Aquel al cual no curaron parecer bien; y sean avergonzadas de sus secretas maldades, probando por experiencia que vino el día en que Dios había amenazado, [y] echó a perder los nombres de los ídolos de la tierra? (Zach., 13, 2). Ídolo es la mujer vana y hermosa, que quiere contrahacer a Dios verdadero; pintándose como Dios no la pintó, y queriendo que los corazones de los hombres malamente se ocupen en ella; y haciendo para ello todo lo que puede, y deseando lo que no puede. Los nombres muy mentados de éstas destruirlos ha Dios, para que sepan que no aprovecha ser mentadas en las bocas de los hombres, si están raídas del libro de Dios.
De esta hermosura os amonesto, doncella de Cristo, que ni aun os acordéis de ella. Porque si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve hombre, y guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre de pueblo, o algún alto Príncipe, ¿cuánto más la doncella de Cristo debe hacer otro tanto, esperando aquel día cuando ha de ser vista de todos los ángeles, y del Señor de hombres y de ángeles, cuando parecerá mejor la faz llorosa que la risueña, y el vestido bajo que el precioso, y la virtud que la hermosura?
Mas no penséis que basta tener vuestro corazón limpio de esta vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que quien os mirare se le aparte el corazón de Dios ni un solo punto. Las vanas doncellas del mundo desean parecer bien a los hombres; mas la de Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer como bien parecer; porque no puede ser peor locura que desear lo que es peligro suyo y ajeno. Acordaos de lo que San Jerónimo dice a una doncella: «Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu Esposo es celoso; y peor es ser adúltera contra Cristo que contra el marido.» Y en otra parte dice: «Acuérdate que te he dicho que eres hecha sacrificio de Dios; y el sacrificio da santificación a las otras cosas; y cualquiera que de él dignamente participare será participante en la santificación. Pues de esta manera haz que por tu causa, como por sacrificio divino, se santifiquen las otras; con las cuales así vivas, que quienquiera que tocare tu vida, con el mirarte, o con el oírte, sienta en sí la fuerza de la santificación, y deseándote mirar, sea hecho digno de sacrificio.» Todo esto dice San Jerónimo,
CAPITULO 104
Que la dignidad de ser esposa de Jesucristo pide grande cuidado en todas las cosas; y del ejemplo que deben mirar en lo exterior y lo interior del ánima las que de ella quieren gozar.
De lo cual veréis, que esta honra tan grande, que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni se ha de poseer con descuido; mas así como es el más alto título que decirse puede, así pide mayor cuidado que otro para tenerlo como conviene. No penséis que, por no tener marido que sea hombre terreno, ya por eso habéis de vivir con descuido; mas sabed que estáis obligada a mirar más y más, cuanto vuestro Esposo es mayor, y cuanto más cosas son las que Él os demanda. Con el marido de acá cumple la mujer con no tener tachas muy grandes; mas con el celestial Esposo no, si no le amáis con todo vuestro corazón y fuerzas. Y una palabra, y un rato ocioso, no pasará sin castigo. Y esto no os parezca pesado, porque aun acá en el mundo así pasa, que cuando una mujer alcanza marido más alto está obligada a ser ella mejor. Pues si podéis, considerad quién es Aquel a quien por Esposo tomasteis, o por mejor decir, quién por esposa os tomó; y veréis, que aunque lo que mandase fuese pequeño, por mandarlo Él, no hay mandamiento pequeño ni pecado pequeño, como San Jerónimo dice.
Y porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no se os torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado en que os miréis y de quien algo saquéis, que fue una doncella llamada Ásela, de la cual dice San Jerónimo: «Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave que su alegría; ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste que su suavidad. Así tenía amarillez en la cara, que aunque fuese señal de abstinencia, no mostraba hipocresía. Su palabra callaba, y su callar hablaba. Ni muy tardo ni muy apresurado su andar. Su hábito a la continua de una misma manera. Su limpieza era sin ser procurada, y su vestido sin curiosidad, y su atavío sin atavío. Y por sola la bondad de su vida mereció que en la ciudad de Roma, donde tantas pompas hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria, los buenos digan bien de ella, y los malos no osen murmurar de ella.» Este es el dechado que debéis mirar para lo de fuera; que para lo de dentro no hay sino Jesucristo puesto en la cruz, al cual tanto más os debéis conformar, cuanto tenéis nombre de mayor unión con Él, que es casamiento.
CAPITULO 105
Que no debe desmayar a las doncellas la grandeza del estado, porque el Esposo, que es el Señor, da lo necesario; y del consejo con que se debe tomar; y del alegría con que se debe guardar; y de los grandes bienes que en él hay.
Mas mirad no desmayéis, por la mucha santidad que vuestro titulo pide, temiendo más al estado, que gozándoos con él. Cuando oyéredes que os amonesta cosas tan altas, no debéis derribaros, mas esforzaros. Porque así como las cargas y mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la mujer, más cumple ella con guardar bien lo que el marido trae ganado, y trabajar con su flaqueza lo que pudiere, así no penséis que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre vuestros hombros los trabajos de mantener vuestra ánima, pues que ni vos seréis para ello, ni quiere Él que la honra de ser vos la que debéis, Sea vuestra. Plega a Él que sepáis vos darle vuestro corazón, y responderle a sus inspiraciones que Él os enviará; y que no ensuciéis, con tibieza o con soberbia o con negligencia o con indiscretos fervores, el agua limpia que en vuestra ánima lloverá; que en lo demás vuestra ánima ha de reposar, no en confianza de vos, mas de vuestro Esposo, que sabe y quiere y puede muy bien manteneros, sí vos de vuestra voluntad de su casa no os vais. Y aun en las cosas que arriba os he dicho que habéis de hacer, no las esperéis de vos sola; mas pedid al mismo Señor que os ayude, que en todo lo sentiréis piadoso Padre y Esposo.
El estado de virginidad que tenéis, no se debe tomar livianamente, por cualquiera devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con hombre; mas como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y experiencia, y aparejo para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios días y años muy de corazón, porque no se guarde negligentemente lo que livianamente se toma. Mas cuando es tomado, como, y por el fin que es razón, debe tener mucha alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y estado de fecundidad. Porque así como la bendita Virgen María, que por su excelente y limpísima virginidad, se llama Virgen de vírgenes, y es amparadora de vírgenes, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgenes que son de verdad vírgenes, tienen fruto en su ánima y entereza en su cuerpo. Porque este celestial Esposo, Cristo, no es como los de la tierra, que quitan la hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura, y tan amador de limpieza, que, como dice Santa Inés: «A Él sólo guardo mi fe, a Él sólo me encomiendo con toda devoción; al cual cuando amare soy casta, cuando lo tocare soy limpia, cuando le recibiere soy virgen. Ni faltarán hijos de acuestas bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de cada día es acrecentada.» Esto dice Santa Inés, como quien probaba la suavidad de este celestial Desposado. Porque confusión, y no pequeña, es para la doncella que se llama esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad de su Esposo, que si fuera una extranjera.
i Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y cuántos cuidados y desasosiegos! Unos que por fuerza los trae el mismo estado del matrimonio de carne; otros que de la mala condición del marido suelen nacer. Mas acá, los hijos son gozo, caridad y paz, y otros semejantes que cuenta San Pablo (G-al.,5, 22). El Esposo, bueno, pacifico, rico, sabio, hermoso, y según la esposa dice en los Cantares (5, 16), todo para desear. ¿No os parece, pues, que hace este Rey gran merced a quien toma, no sólo para esclava o sirviente, mas para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con gozo por parto con dolor? ¿Hijos de descanso por hijos de cuidado, y que ellos traen consigo la dote, y el placer y la honra? Por cierto, como San Jerónimo dice hablando a una madre de una doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu hija no quiso ser mujer de un caballero por ser esposa del Rey, y que te hizo a ti suegra de Cristo.»
No resta, pues, doncella, sino que así os alegréis con el estado que el Señor por su bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la que debéis; y así temáis de vuestra flaqueza, que confiéis en el Señor, que acabara en vos lo que ha comenzado; para que así, ni de la merced hecha os dé alegría vana, ni el temor de lo mucho que debéis os derribe; mas entre temor y esperanza caminéis, hasta que el temor se quite con el perfecto amor que en el cielo habrá, y la esperanza, cuando tengamos presente y sin temor de perder aquello que aquí en ausencia esperábamos.
CAPITULO 106
De cuatro condiciones que se requieren para ser una cosa hermosa; y cómo al alma que está en pecado le faltan todas cuatro.
Mucho nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos : ¿pe dónde hermosura al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no pensemos que lo había este Rey por la hermosura del cuerpo. Ahora tornemos a nuestro propósito.
Habéis de saber, que para ser una cosa del todo hermosa cuatro cosas se requieren. La una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque faltando algo, ya no se puede decir hermosa; como faltando una mano o pie, o cosa semejante. La segunda es proporción de un miembro con otro; y si es imagen de otra cosa, ha de ser sacada muy al propio de su dechado. Lo tercero ha de tenerpureza de color. Lo cuarto suficiente grandeza; porque lo pequeño, aunque sea bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.
Pues si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora, hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque faltándole la fe o la caridad y dones del Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se puede decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción entre sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la razón a Dios. Mayormente, siendo el ánima criada a imagen de Dios, era razón que para guardar su hermosura, fuera semejante en las virtudes a su dechado, como lo es en su ser natural. Pues siendo Dios bueno y el ánima mala; Dios limpio, ella sucia; Dios manso, ella airada, y así en lo demás, ¿cómo puede haber hermosura en imagen que tan disconforme está a su dechado? Pues lo tercero, que es una luzespiritual de gracia y conocimientos, que avivan la hermosura del ánima, como los colores al cuerpo, también le falta; porque ella anda en tinieblas, y estádenegrida más que carbones, como lo llora Jeremías {Thren., 4, 8). Pues menos tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni chica, que ser pecador, que es nada y menos que nada.
De manera, que faltándole todas las condiciones para ser hermosa, sin duda será fea. Y porque todas las ánimas, que en los cuerpos que de Adán vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras, sigúese que todas son feas.
CAPITULO 107
Cómo la fealdad del pecado es tan mala, que ningunas fuerzas naturales, ni Ley natural o de Escritura, bastaban a la quitar, sino Jesucristo, en cuya virtud se quitaba en todo tiempo, y daba la gracia.
Esta fealdad del pecado es tan dificultosa, y por mejor decir, es tan imposible de ser quitada por fuerza de criatura, que todas juntas no pueden hermosear una sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías, diciendo(Jerem., 2, 22): Si te lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada en mi acatamiento. Quiere decir, que para quitar esta mancha, ni aprovecha salitre de reprensiones de los Profetas, ni recios castigos de la Ley vieja, ni tampoco blandura de los halagos y prometimientos que Dios entonces hacia. Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las consolaciones; entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley viejaninguno era justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo (Rom., 3, 20), y por eso no podía haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no habla justificación, que es causa de la hermosura.
Y si en la Ley y sacrificios dados por Dios no podía darse hermosura, claro es que menos la habría en la Ley de naturaleza, pues que no tenía tantos remedios contra el pecado como la de Escritura. Que la hermosura que entonces hubo en los ánimos de muchos que fueron justos, así en la Ley de naturaleza como de Escritura, alcanzóse por el derramamiento de la sangre del precioso Cordero, Jesucristo nuestro Señor; el cual, como dice San Juan (Apoc, 13, 8), fue muerto desde el principio del mundo. Porque aunque fue muerto en la cruz en los postreros días del mundo, que así llaman los Apóstoles al tiempo de la venida de Cristo, se dice ser muerto desde el principio del mundo porque desde entonces comenzó su muerte a obrar perdón y gracia en los que la tuvieron, tomándola como en fiado, para después la pagar en la cruz. Porque ordenó Dios, que así como un padre fue la cabeza y fuente de pecado y muerte para todos los que de él viniesen por vía ordinaria, así quiso que uno fuese, por el cual fuesen libres, todos los que lo quisieren ser, del mal en que el otro nos había metido, y aun de los que añadimos nosotros. Así dice San Pablo (Rom., 5, 19), que como por la inobediencia de uno, fueron constituidos pecadores muchos, así por la obediencia de otro, serán constituidos justos muchos. Y así como la obedienciaque Jesucristo tuvo a su Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, no sólo hace justos por imitación, mas dando verdadera justicia (Véase el cap. 88), así el mal que Adán nos hizo, no sólo fue sernos ejemplo de pecar, mas hacernos de verdad pecadores con pecar él. Y así lo que San Pedro dijo (Act., 4, 12), que no hay otro nombre debajo del cielo, en el cual nos convenga ser salvos, sino en el de Jesucristo, no sólo se entiende desde que Dios encarnó, mas desde el principio del mundo según hemos dicho; pues los que estaban en gracia de Dios, lo estaban por merecimientos de acueste Señor, mediante la fe y penitencia.
Y aunque, circuncidando a un niño, se le daba gracia con que quedaba justo, y el pecado original perdonado, mas no le daba la circuncisión abundancia de gracia “ex opere operato” que aquello guardábase para los Sacramentos de la nueva Ley; mas era una protestación de la fe, que del Mesías que había de venir que entonces se tenía. Y si después cuando grande perdía la gracia por algún pecado mortal, ofrecía algún animal, según Dios lo mandaba, cuya sangre se derramase en el templo; no para justificar, porque no tenía virtud para ello, sino para que el pecador protestase su fe que tenía en el Señor que había de venir; y con esta fe y con la interior penitencia de sus pecados, que Dios le inspiraba, era hecho participante de la preciosa sangre de Cristo, que se había de derramar para el perdón de los pecados.
Y no sólo había remedio en la Ley de Escritura por fe y penitencia interior, según hemos dicho, mas también en Ley de naturaleza, aunque no se requería tan explícita la fe en nuestro Señor. Y también había exteriores protestaciones de acuesta fe, cuales el Señor, que quiere que todos se salven, les inspiraba; para que, aunque las gentes diversas, y los ritos en lo exterior fuesen diversos, el Salvador sea uno, medianero de Dios y los hombres, Hombre Cristo Jesús,como dice san Pablo (1 Tim., 2, 5).
CAPITULO 108
Que Cristo nuestro Señor con su Sangre quita la fealdad del ánima y la hermosea; y que fue más conveniente que el Hijo se hiciese Hombre, que no el Padre, ni el Espíritu Santo; y de la grande fuerza de la Sangre de Cristo.
Considerad, pues, cuan fea es, y cuánto se debe huir la mancha que causa el pecado, pues una vez recibida en el ánima, ni se pudo lavar con tanto derramamiento de sangre que por mandamiento de Dios se ofrecía en su templo, ni todas las fuerzas humanas para ello bastaron. Y si el hermoso Verbo de Dios no viniera a hermosearnos, duráranos para siempre la fealdad del pecado. Mas viniendo el Cordero sin mancha, pudo, supo y quiso lavar nuestras manchas; y destruyó nuestra fealdad, y diónos su hermosura.
Y para que veáis cuan razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el Espíritu Santo, convenía que con su sangre hermosease nuestra ánima fea, considerad que como se atribuye al Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque Él es perfectísimo, sin defecto alguno, y es imagen del Padre, como San Pablo dice(Hebr., 1, 3), y tan al propio, que por ser engendrado por vía de entendimiento, es semejante del todo a su Padre, el cual le dio la misma esencia que Él tiene. De manera, que quien a Él ve, ve al Padre, como dice el Santo Evangelio (Jn., 14, 9). Pues por esta proporción tan igual del Hijo con el Padre, con razón se le atribuye la hermosura, pues tan al propio está sacada la Imagen de su dechado.Luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es cosa engendrada por el entendimiento y en el entendimiento; como lo dice San Juan (1, 9), que era Luz verdadera. Grandeza no le falta, pues tiene inmensidad infinita.
Y por esto convino que este Hermoso, por quien fuimos hechos cuando no éramos, viniese a repararnos después de perdidos; y vistiéndose de carne, tomase en ella la semejanza de nuestra fealdad, y diese en nuestras ánimas la lindeza de su hermosura. Y aunque el ser nosotros castigados, ni halagados, no nos podía quitar nuestra mancha, fue de tanto valor el ser castigado el Hermoso, que cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su Pasión, cayó sobre nosotros el blando jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador(Jerem., 2, 22): Aunque te laves con salitre y hierba de jabón, no serás limpio;mas dando a entender que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte (Is., 1, 18): Si fueren vuestros pecados como grana, serán blanqueados como la nieve; y si fueren bermejos como sangre, con que tiñen carmesí, serán blancos como la lana blanca.
Muy bien creía esto Santo Rey y Profeta David cuando decía (Ps. 50, 9):Rociarme has con hisopo, Señor, y seré limpio; lavarme has, y seré emblanquecido más que la nieve. Hisopo es una hierba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad para purgar los pulmones por do resollamos. Y esta hierba juntábanla con una vara de cedro, y ataban la hierba al palo con una cuerda de grana dos veces teñida; y atado junto, decíanle hisopo, con el cual mojado con sangre y agua—y otras veces con agua y ceniza—, rociaban al leproso, y al que había tocado cosa muerta, y con aquello era tenido por limpio. Muy bien sabia David que ni la hierba, ni el cedro, ni la sangre de pájaros, ni de animales, ni el agua, ni ceniza no podían dar limpieza en el ánima, aunque la figuraban; y por eso no pide a Dios que tome en su mano este hisopo, y lo rocíe con él, mas dícelo por la humanidad y humildad de Jesucristo nuestro Señor; la cual se dice hierba, porque nació de la tierra de la bendita Virgen María, y porque nació sin obra de varón, como la flor nace del campo sin ser arado ni sembrado. Y por esto dice (Cant., 2, 1): Yo soy flor del campo. Y esta hierba se dice pequeña, por la bajeza que en este mundo tomó, hasta decir (Ps., 21, 7):Gusano soy y no hombre, deshonra de hombres, y desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el viento de nuestra soberbia tan loca, que no puede ser curada sino con esta tan grande humildad; pues no es razón que se ensalce el gusano viendo abatido al Rey de la Majestad.—Y no se os olvide que el hisopo es caliente, porque Cristo, por el fuego del amor que en sus entrañas ardía, se quiso abajar para nos purgar; dándonos a entender que si el que es alto se abaja, ¿cuánta razón es que el que tiene tanto por qué se abajar no se ensalce? Y si Dios es humilde, que el hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue junta al palo del cedro, cuando fue puesta en cruz, y atada con delgada hebra de lana dos veces teñida. Porque aunque duros, y gruesos, y largos clavos le tenían fijados con ella los pies y las manos, si su abrasado hilo de amor no le atara a la cruz, queriendo Él entregar la vida para matar nuestra muerte, poca parte fueran los clavos para le tener. De manera, que no ellos, mas el amor letenía. Y este amor es doblado, como grana dos veces teñida; porque por satisfacer a la honra del Padre que por los pecados era ofendido, y por amor de los pecadores que estaban perdidos, padeció Él lo que padeció.
CAPITULO 109
Que la sacra humanidad de Cristo fue figurada en la ropa del Sumo Sacerdote, y en el velo que Dios mandó hacer a Moisés; y qué era lo que David pedía cuando pidió ser rociado con hisopo para quedar limpio.
La ropa que el Sumo Pontífice de la Ley se vestía, había de ser de grana teñida dos veces; porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se había de teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo derramada.
Y esta carne, puesta en la cruz, es el velo que Dios mandó hacer a Moisés(Ex., 28, 33) de jacinto y carmesí y grana dos veces tenida, de blanca y retejida holanda, hecho con labores de aguja, y tejido con hermosas diferencias. Porque esta santa humanidad es teñida con sangre, como el carmesí ; es abrasada con fuego, significado en la grana, según hemos dicho ; es blanca, como la holanda,con castidad e inocencia; y es retejida, porque no fue muelle, ni relajada, mas apretada debajo de toda disciplina virtuosa, y de muchos trabajos. Y está bien significada en el jacinto, que tiene color de cielo, porque es formada por obra sobrenatural del Espíritu Santo, y por eso se llama celestial; con otras muchas lindezas y virtudes que tiene, formadas por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y este velo manda que se cuelgue en cuatro columnas que lo sustenten, que quiere decir, que en cuatro brazos de cruz fue puesto Cristo; y cuatro Evangelios le ponen y predican manifiesto delante del mundo.
Pues como el real Profeta Santo David fue tan alumbrado Profeta en saber los misterios de Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo pecado cuando tomó la oveja y mató al pastor (Cuando tomó a Bersabé y mató a Urías), temiendo la ira del Omnipotente, con la cual estaba amenazado por boca del Profeta Nathán (2 Reg., 12, 10), suplica a Dios que le hermosee su fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo David dice a Dios (Ps. 50, 18\ no te deleitarás con sacrificio de animales; mas pide ser rociado con la sangre de Jesucristo, atado con cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando que aunque su fealdad sea mucha, e imposible a él de quitarla, que será emblanquecido más que la nieve con la sangre que de la cruz cae.
¡ Oh Sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la leche! Y ¡ quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones, y con qué amor eras derramada del mismo Señor! Y ¡ cuán de buena gana, Señor, extendías tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala, que en deseos y obras tenemos! Gran fuerza ponen contra Ti tus contrarios; mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que no ellos, mas él te venció. Hermoso llama David a Cristo (Ps. 44, 3), sobre todos los hijos de los hombres; mas este hermoso sobre hombres y ángeles, quiso disimular su hermosura, y vestirse—en su cuerpo y en lo de fuera—, de la semejanza de nuestra fealdad que en nuestras ánimas teníamos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura, como lo es una pequeña pajita en un grandísimo fuego, y nos diese su imagen hermosa, haciéndonos semejantes a Él.
CAPITULO 110
De cómo Cristo disimuló todas las cuatro condiciones de la hermosura por nos hacer hermosos; para lo cual se declara un lugar de Isaías.
Si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno hermoso—todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino—, hallaremos que todas las disimuló y escondió, para que siendo escondidas en Él, se manifestasen en nosotros.
Muy entero y acabado y lleno es el Verbo de Dios, pues ninguna cosa le falta ni le puede faltar, y quita Él la falta a todas las cosas. Mas este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre en el vientre y brazos de su Madre, y por todo el discurso de su vida y muerte; y veréis cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda su vida; cuan falto fue de cama para echarse, cuando le puso la Virgen en el pesebre, porque ni cama ni lugar tenía en el portal de Belén. ¿Cuántas veces le faltó con qué remediar su frío y calor, y no tenía sino lo que le daban? Y si en la vida no tenía en qué reclinar su cabeza, como Él lo dice (Mt.,8, 20), ¿qué diréis de la extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la cual menos tenía dónde reclinar su cabeza; porque, o la había de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por las espinas, que más se le hincarían en ella, o la había de tener abajada y en vago, no sin grave dolor. ¡ Oh sagrada cabeza—de la cual dice la Esposa (Cant., 5, 11), que es oro finísimo, por ser cabeza de Dios—, y cuan a tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos reclinamos en las criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados de ellas, haciendo cama de reposo en lo que habíamos de pasar de camino hasta descansar en Ti! Y la causa por que pasa esta falta y pobreza, declara San Pablo (2 Cor., 8, 9):Bien sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que siendo Él rico, se hizo pobre por nos, para que con la pobreza de Él fuésemos nosotros ricos. Veis aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de hermosura, que es ser en todo cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el cielo es la misma abundancia.
Pues si miráis a la otra condición del hermoso Verbo de Dios, cómo es perfectísima imagen del Padre, igual a El, y proporcionado con Él, hallaréis que, no menos que la primera, la disimula en la tierra. Decidme: ¿qué es el Padre, sino fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad y gozo, con otros semejantes bienes, que todos ellos son un Bien infinito? Pues poned de una parte este admirable dechado, glorioso en sí, y adorado de ángeles, y acordaos de aquel paso—que había de pasar y traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas—, de cuando la hermosa imagen del Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato, cruelmente azotado, y vestido con una ropa colorada, y con corona de escarnio en los ojos de los que le veían, y de agudo dolor en el cerebro de quien la tenía; las manos atadas, y con una caña en ellas, los ojos llenos de lágrimas que de ellos salían, y de sangre que de la cabeza venía, las mejillas amarillas y descoloridas y llenas de sangre, y afeadas con las salivas que en su faz habían echado. Y con este dolor y deshonra fue sacado a ser visto de todo el pueblo, diciendo: Mirad al hombre; y esto para que a Él se le creciese vergüenza de ser visto de ellos, y ellos hubiesen compasión de Él viéndolo tal, y dejasen de perseguir a quien tanto veían padecer. Mas, ¡ oh con cuan malos ojos miraron las penas de quien más se penaba por la perdición de ellos, que por su propios dolores! Pues en lugar de apagar el fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras, ardióles más y más, como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no escucharon la palabra a ellos dicha por Pilato: Mirad al hombre; mas no queriendo verle allí, dicen que lo quieren ver en la cruz.
Anima redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos, y escuchemos todos esta palabra: Veis ahí el hombre; o: Mirad el hombre; porque no seamos ajenos de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores. Cuando quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviarla lo mejor que pueden, para que enamore a los que la vieren; y cuando quieren sacar otra para que sea temida, cercanía de armas y de cuantas cosas pueden, para que hagan temblar a los que la vieren; y cuando quieren sacar alguna imagen para hacer llorar, vístenla de luto y pénenle todo lo que incita a tristeza. Pues decidme: ¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto del pueblo? No por cierto para ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó ni cercó de armas y caballeros; mas sacólo para aplacar los corazones crueles de los judíos con la vista del Redentor; y esto no por amor, que bien sabía Pilato que entrañablemente le aborrecían; mas queríalos aplacar a poder de sus grandes tormentos, y a propia costa de su delicado cuerpo. Y por eso atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos tales y tantos, que pudiesen obrar compasión en los corazones de los que lo viesen, aunque muy mal le quisiesen. Y por tanto, es de creer que lo sacó el más afligido y abatido y deshonrado que él pudo, reviéndose en afearle, como se revén en una novia para ataviarla; para que por acuesta vía aplacase la ira de los que le desamaban, pues no podía por otras que había intentado. Pues, decidme: si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la malquerencia en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que su vista y salida encienda fuego de amor en los corazones de quien le conoce por Dios, y le confiesa por Redentor?
Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el Profeta Isaías (53, 2) este paso, y contemplando al Señor dijo: No tiene lindeza, ni hermosura. Miramos le y no tenía vista; y deseámosle despreciado, y el más abatido de los hombres, varón de dolores, y que sabe de penas. Su rostro estuvo como escondido y despreciado, y por tanto no le estimamos. Verdaderamente Él llevó nuestras enfermedades, y ÉI mismo sufrió nuestros dolores; y nosotros le estimamos como leproso y herido de Dios, y abajado. Si estas palabras de Isaías qusiéredes mirar una por una, veréis cuán escondida estuvo la hermosura de Cristo en el día que trabajó para hermosearnos. Dice la Esposa en los Cantares hablando con Cristo (Cant., 1, 15): Hermoso eres y lindo, Amado mió; y aquí dice Isaías, que no tiene lindeza ni hermosura, Y Aquel en cuya cara se revén los ángeles y la desean mirar (1 Petr., 1, 12), aquí dice que no tiene vista. Y Aquel que cuando entró en este mundo fue, por mandado del Padre, adorado de todos los ángeles (Hebr., 1, 6), ahora que sale del mundo es despreciado de muy viles hombres.
Dice David de Cristo (Ps. 8, 7): que es ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios; y dice Isaías que está el más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas ¿qué diréis, que siendo cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón, les parece mejor que Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como dice David (Ps. 68, 5), pagó lo que no tomó?
Cristo no tenía por qué tener dolor, pues la causa de él es el pecado que en el mundo cupo; mas llámale aquí Isaías varón de dolores, que quiere decir, muy abundante de dolores; porque aunque no supo por experiencia de malos deleites, es varón que sabe de muy recias penas, porque las experimentó, y en tanta abundancia que diga Él por boca del Santo Rey y Profeta David: Muy llena de penas está mi ánima (Ps. 87, 4).
Cristo se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y sacaba de tinieblas al mundo ; mas esta luz, dice Isaías que tuvo su gesto(semblante) como escondido. Porque si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no sé quién le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes lo hubiera tratado. Lo cual no es mucho de maravillar, porque aunque la Virgen, para siempre bendita, y en aquel día la más lastimada de las mujeres, lo parió y envolvió, y se remiraba en su cara como en un espejo luciente; mas con todo esto creo que, si allí estaba presente en este paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención las lágrimas de los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél su benditísimo Hijo, que tan de otro color y manera estaba, que antes le había conocido.
Y si los que lo miraban creyeran que todo esto pasaba el Señor, no porque lo debiese, mas porque amaba a los que lo debíamos, fuera alivio a la pena de Cristo. Mas ¿qué diremos, que dice Isaías que lo tuvieron por herido de Dios y abatido? Porque pensaban que Dios lo abatía así, por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más; y por eso pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera, que de fuera quitaban sus ojos de mirarle, porque habían asco de Él, como de un leproso; y en el corazón lo tenían por malo, y digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y llorar, que si le miraban, escupían hacia Él, y si no le miraban, habían grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias, que tanto lastimaban como los dolores; y con todo, decían que no tenía lo que merecía, mas que lo pusiesen en cruz.
CAPITULO 111
De las muchas y grandes maravillas que sacó el Señor de los mayores males que los hombres han hecho en matar a Cristo; y de la diversa operación que esta palabra: «Mirad a este hombre», ha obrado en el mundo, dicha de Pilato y predicada de los Apóstoles.
¿Quién no se maravillará y dará alabanzas a Dios por su saber infinito, que por modo tan extraño quiso redimir al mundo perdido, sacando los mayores bienes de los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo se ha hecho ni se hará, que deshonrar y afear y atormentar y crucificar al Hijo de Dios? Mas ¿de cuál otra cosa tanto provecho vino al mundo, como de esta bendita Pasión?
Pensaba Pilato, cuando ataviaba a este desposado con atavíos de muchos dolores, que para los ojos de aquel pueblo no más lo ataviaba, y ataviólo para ser visto de todo el mundo universo; sirviendo en esto, aunque él no lo sabia, a lo que Dios tanto antes había prometido, diciendo (Lc., 3, 6): Verá todo hombre la salud de Dios. Esta salud, Jesucristo es, al cual dijo el Padre (Isa., 49, 6): En poco tengo que despiertes a servirme las tribus de Jacob, y que me conviertas las heces de Israel. Yo te di en luz de las gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero de la tierra. Jesucristo predicó en persona (Mt., 15, 24) a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel no más; y después sus santos Apóstoles, en el mismo pueblo de Israel comenzaron a predicar; y convirtiéronse, no todos los judíos, mas algunos, y por esto dice las heces. Mas no paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió cuando fue predicado por los Apóstoles en el mundo; y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos (Alude a la predicación del Evangelio que los misioneros españoles llevaban al nuevo mundo, al cual pretendió pasar el autor, recién ordenado de sacerdote), para que así sea luz, no sólo de los judíos que creyeron en Él, a los cuales predicó en propia persona, mas también a los gentiles que estaban en ceguedad de idolatría tan lejos de Dios.
Y entonces se cumple lo que aquel santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir, diciendo (Lc., 2, 29): Ahora dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque vieron mis ojos a tu salud, la cual pusiste ante el acatamiento de todos los pueblos, lumbre para los gentiles, y honra para tu pueblo de Israel. Si miramos que Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en su propia casa, y después en lo alto de la cruz en el monte Calvario, claro es, que aunque de todo estado y linaje, naturales y extranjeros, que habían venido a la Pascua, había gran copia de gente; mas no fue Cristo puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, como dice Simeón en su cantar. Y, por tanto, es Cristo puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos cuando es predicado en el mundo por los Apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 18, 5), que en toda la tierra salió su sonido, y hasta los fines de la tierras sus palabras. Y Cristo así predicado, es luz, entonces y ahora, para los gentiles que le quieren creer; y es luz y honra para los judíos que también le quieren creer, como lo nota San Pablo, diciendo (Rom., 9, 5): De los cuales viene Cristo, según la carne, el cual es sobre todas las cosas, Dios bendito por todos los siglos (Téngase presente queMaestro San Juan de Ávila era oriundo de linaje judío).
Pues miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato. El pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y dijo: Veis ahí el hombre. Y pensó, cuando no quisieron que fuese suelto, mas pidieron que lo crucificase, que ya no había Cristo de ser más visto de nadie. Mas porque vio el Padre Eterno que tal espectáculo como aquel de su Unigénito Hijo, imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos ni tan malos lo mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese otra voz muy mayor, y que sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos pregoneros, que dijesen: Mirad este hombre. Porque la voz de Pilato sonaba poco, y era uno, y malo, y lleno de temor, por el cual sentenció a muerte a Cristo; y no merecía ser él pregonero de esta palabra: Mirad a este hombre; y por eso lo mandó Dios pregonar a otros, y tan sin temor, que antes quisieron y quieren morir, que ni un solo punto dejar de predicar y confesar la verdad y gloria de Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador; mas de los pregoneros de esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías (52, 7) diciendo: ¡Cuan hermosos son los pies sobre los montes—, de los que predican buenas nuevas de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios! El Dios de Sión es Jesucristo, en suya persona dice David (Ps., 2, 6): Yo soy constituido Rey de mano de Dios sobre Sión, monte santo suyo, predicando su mandamiento. Y este Rey que predica, el mandamiento del Padre, que es la palabra del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión cuando fue recibido el domingo de Ramos por Rey de Israel, en el templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y para dar a entender que este reino había de ser en las cosas espirituales, se dice en David ser constituido Rey sobre el monte de Sión, que es monte donde estaba el templo en que a Dios se ofrecía su divino culto. Y después, cuando este Señor envió en el mismo monte Sión el Espíritu Santo sobre los suyos, y fue predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas de los Pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su reino; y cuando se convirtieron del primer sermón de San Pedro cosí tres mil hombres (Act., 2, 41), crecía este reino. Y cuando más gente se convertía, predicaban los Apóstoles a Sión: Reinará tu Dios.Como quien dice: Aunque ahora este Señor es conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que al fin del mundo reine en todos los hombres, galardonando con misericordia a los buenos, y castigando con vara de hierro(Ps., 2, 9) de rigurosa justicia a los malos. Esta es la voz de los predicadores de Cristo, que dice: Reinará tu Dios.
Y porque en el corazón del hombre sucio no reina Cristo, pues reina el pecado, no es razón que predique a los otros el reino de Cristo el que en su ánima no consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Isaías que son hermosos los pies de los que predican la paz. En los pies son significados los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por eso no quiere Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores por la parte de arriba (Alude al texto: No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestras bolsas; ni alforja para el camino, ni dos ropas, ni zapatos... (Mt., 10, 9, 10; véase Lc., 10, 4), porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que él se los limpió, mas dé gracias a Aquel que lavó el Jueves Santo los pies a los discípulos con agua material, y lava las ánimas de todos los lavados con su Sangre bendita.
No era, pues, razón, que tan limpio Rey como Cristo, fuese anunciado con boca sucia, como la de Pilato; ni que para espectáculo en que tantas y tan grandes maravillas había que mirar, como era Cristo cuando salió a ser visto del pueblo, hubiese un pregonero no más, y que tan poco sonase. Y si Pilato pensó que ya no había de haber memoria de Cristo, ni quien de Él hubiese compasión, ordenó Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hubiese, haya y habrá muchos que con reverencia le adoren. Y en lugar de los que no querían mirarle de asco, haya muchos más que se revean en mirar aquella benditísima cara—aunque esté puesta en cruz—, como en espejo muy luciente. Y en lugar de los que pensaban que lo que padecía lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por que padeciese, sino que ellos pecaron, y Él padeció por amarlos. Y si la crueldad de aquéllos fue tanta, que no hubieron de Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz, quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su ánima:
¡Heridas tenéis, Amigo,
y duelen os!
¡Yo las tuviese por vos!
No piense Pilato que atavió a Cristo en balde, aunque no pudo mover de compasión de Él a los que allí estaban, pues que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han tanta compasión de Él, que están azotados, y coronados, y crucificados en el corazón con Él, como dice San Pablo de si (Gal., 2, 19), y en persona de muchos.
CAPITULO 112
De cuánta razón es que nosotros miremos a este hombre, Cristo, con los ojos que lo miraron muchos de aquellos a quien lo predicaron los Apóstoles, para quedar hermosos; la cual hermosura se nos da por su gracia y no por nuestros merecimientos.
Muy justa cosa es, doncella, que estas razones tan justas, y estos ejemplos tan vivos de muchos, os muevan a que, quitada toda tibieza, se fije en vuestro corazón con amor entrañable el que por vos con graves dolores fue puesto y fijado en la cruz, y que no seáis vos de los duros, que aquella voz oyeron en balde, mas de los que oírla fue causa de su salvación. No seáis de aquellos que no supieron estimar al que presente tenían, mas de los que dice Isaías:Deseamos verle. Porque muchos reyes y profetas desearon ver la faz y oír la voz de Cristo nuestro Señor (Lc., 10, 24). Mirad, pues, doncella, a este hombre,Cristo, que por un indigno pregonero suyo es pregonado. Mirad a este hombre,para oír sus palabras, porque éste es el Maestro que el Padre nos dio. Mirad a este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro camino para ser salvos, si Él no. Mirad a este hombre, para haber compasión de Él, pues que estaba tal, que bastaba a mover a compasión a los que mal le querían. Mirad a este hombre, para llorar, porque nosotros le paramos con nuestros pecados tal cual está. Mirad a este hombre, para le amar, pues padece tanto por nos. Mirad a este hombre, para os hermosear, porque en Él hallaréis cuantos colores quisiéredes, con que os hermoseéis: bermejo, de las bofetadas que recientes le han dado; cárdeno, de las que rato ha, y en la noche pasada le dieron; amarillo, con la abstinencia de la vida toda y trabajos de la noche pasada; blanco, de las salivas que en la cara le echaron; denegrido de los golpes, que le habían magullado su sagrada cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los sayones. Porque según está profetizado por Isaías (50, 6), en persona de Cristo: Mis mejillas di a los que las arrancaban; y mi cuerpo a quien lo hería. ¡ Qué matices, qué aguas, que blanco, qué colorado hallaréis aquí para os hermosear, si por vuestro descuido no queda! Mirad, doncella, aeste hombre, porque no puede escapar de muerte quien no le mirare. Porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto (Núm., 21, 9; Jn., 3, 14) para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así, quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirare con fe y con amor, morirá para siempre.
Y así como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre diciendo (Ps., 83, 10): Mira, Señor, en la faz de tu Cristo, así nos manda el Eterno Padre diciendo : «Mira, hombre, la faz de tu Cristo; y si quieres que mire Yo a su faz para te perdonar por Él, mira tú a su faz para me pedir perdón por Él.» En la faz de Cristo nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro Creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes. Cristo se llama Cristo del Padre porque el Padre lo engendró, y le dio lo que tiene; llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos todos sus merecimientos. Mirad, pues, en la faz de vuestro Cristo, creyendo en Él, confiando en Él, amando a Él, y a todos por Él. Mirad en la faz de vuestro Cristo, pensando en Él, y cotejando vuestra vida con Él, para que en Él, como en espejo, veáis vuestras faltas, y cuan lejos vais de Él; para que conociendo vuestras faltas que os afean, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que por su cara hermosa veis correr, y con dolor limpiéis vuestras manchas y quedéis hermosa.
Así como los judíos quitaban los ojos de Cristo porque le veían tan maltratado, así Cristo quita sus ojos del ánima que es mala, y la abomina como leprosa; mas después que la ha hermoseado con la gracia que le ganó con sus trabajos, pone sus ojos en ella diciendo (Cant., 4 1): ¡Cuan hermosa eres, amiga mía, cuan hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que está escondido dentro. Dos veces dice hermosa, porque ha de ser justa y hermosa en cuerpo y en ánima; de dentro en deseos, y de fuera, en obras. Y porque ha de ser más lo de dentro que lo de fuera, por eso dice: Sin lo que de dentro está escondido. Y porque la hermosura del ánima, como dice San Agustín, consiste en amar a Dios, por eso dice: Tus ojos son de paloma; en lo cual se denota la intención sencilla y amorosa, que a sólo agradar á Dios mira, sin mezcla de interés propio.
Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo a vos. Y así como no habéis de pensar que Él haya hecho alguna cosa por la cual El mereciese tomar sobre si imagen de feo, así no penséis que habéis vos merecido la hermosura que Él os ha dado. De gracia, que no de deuda, se vistió nuestra fealdad; y de gracia, y sin deuda, nos vistió de esta hermosura. Y a los que piensan que la hermosura que tienen en su ánima la tienen de sí, dice Dios por Ezequiel (16, 14): Perfecta eras con mi hermosura, que había puesto sobre ti; y teniendo fiucia en tuhermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu fornicación a cualquiera quepasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios, porque cuando un ánima atribuye a sí misma la hermosura de justicia que Dios le dio, es como fornicar consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí y no en Dios, que es su verdadero Esposo, del cual le viene el ser hermosa; y quiere más gloriarse en su nombre—que es fornicar en su nombre—, que gloriarse en Dios, que le dio lo que tiene. Ypor eso con mucha razón le quita Dios la hermosura que le había dado, pues se le quería alzar con ella. Y como este vano y mal aplacimiento, que en sí mismo se toma, es soberbia y principio de todo mal, por eso dice: Pusiste tu fornicación a cualquiera que pasa; porque el soberbio, como tiene por arrimo a sí mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y hecho cautivo de cualquier pecado que pasa; y con mucha razón, pues no quiso humillarse para permanecer teniendo a Dios por arrimo.
Mirad, pues, este hombre en Sí, y miradlo en vos. En Sí, para ver quién sois vos: en vos para ver quién es Él. Sus deshonras y abatimientos, vos los merecíades, y por eso aquello es vuestro; lo bueno que en vos hay, suyo es, y sin merecerlo vos, se os ha dado.
CAPITULO 113
En que se prosigue el modo como habernos de mirar a Cristo, y cómo eraÉl todo cuanto hay es hermoso; y que lo que en el Señor parece feo a los ojos de la carne, como son tormentos y trabajos, es grande hermosura.
Si sabéis aprovecharos de lo que os he dicho, pondréis toda vuestra atención a mirar con espirituales ojos a este Señor, y hallaréis que os será más provechoso, que si con solos los ojos de carne le viérades. Porque a los ojos de carne parecía Cristo afeado, mas a los de la fe muy hermoso. A los del cuerpo, dice Isaías, que estaba su faz como escondida; mas a los ojos de la fe no hay cosa que se le esconda; mas como ojos de lobo cerval (lince), que ven tras paredes, traspasan lo que parece de fuera, y entrando en lo interior, hallan fortaleza divina debajo de aquella humana flaqueza, y debajo de la fealdad y desprecio, hermosura con honra. Y por eso lo que dijo Isaías: Vímosle, y no tenía hermosura, díjolo en persona de los que lo miraron con ojos del cuerpo no más. Mas tomad, doncella, la luz de la fe, y mirad más adentro, y veréis cómo éste que sale en semejanza de pecador, es justo y justificador de pecadores; éste que muere, es inocente como cordero; éste que tiene la cara muy amarilla, es en Sí muy hermoso, y por hermosear a los feos se paró tal. Y pues mientras el esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más lo debe ella ensalzar; y mientras más sudado viene, y con heridas y sangre por amor de ella, más hermoso le parece, mirando el amor con que se puso a trabajos por ella, claro es que, mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad, parecerá más hermoso mientras más afeado
Decidme: si la primera condición de hermosura escondió, cuando de rico y abundante, se abajó a que le faltasen muchas cosas, ¿qué fue la causa, sino porque a nos ningún bien faltase? Y si fue hecho al parecer desemejante a la imagen del Padre hermoso, no fue sino porque ordenó el Padre de no darnos hermosura, sino tomando su Hijo nuestra fealdad. Y si escondió lo tercero, que es la luz o color, cuando aquella sagrada cara estaba amortiguada y obscurecida, y aquellos ojos lucientes se obscurecían, ya que quería morir y después de muerto, ¿por qué fue esto, sino por dar luz y color vivo a nuestras obscuridades? Según Él mismo lo figuró, cuando de su saliva, que significa a Él cuanto a Dios, y la tierra, que significa la humanidad, hizo lodo, que significa su abatida Pasión, y con aquella bajeza recibió vista el ciego, que significa el género humano. Y si lo cuarto que es el ser grande, Él escondió cuando se hizo hombre, y el más abatido de todos los hombres, ¿por qué fue, sino para conformarse con los chicos, y pegarles su grandeza? Según fue figurado en el grande Eliseo (4 Reg., 4, 34), que para resucitar el muchacho chico, se encogió y midió con él, y así le dio vida.
Pues si San Agustín dice, que amando a Dios somos hechos hermosos, claro es que en la obra de mayor amor, más somos hermosos. Pues en qué cosa tanto se mostró el grande amor que Jesucristo tenía a su Padre, como en padecer por su honra, como Él dijo (Jn., 14, 31): Porque conozca el mundo que amo al Padre, Levantaos, y vamos de aquí. Mas ¿adonde iba? Claro es que a padecer. Y pues mientras una es mejor obra, tanto es más hermosa—porque lo bueno es hermoso y lo malo feo—, claro está que cuanto Cristo más padecía, mejor obra era; y, por tanto, mientras más abajado y afeado, más hermoso es a los ojos de quien conoce que quien lo pasó no lo debía, mas pasólo por honra del Padre y provecho de nosotros. Estos son los ojos con que habéis de mirar a este hombre siempre, para que siempre os parezca hermoso como lo es. Y también para que sepa Pilato allá en el infierno, do está [lo más probable], que pone Dios unos ojos a los cristianos, con los cuales mirando a Cristo, tanto más hermoso les parezca, cuanto él más afearlo quiso.
Ahora oíd cómo todo esto dice San Agustín: «Amemos a Cristo; y si algo feo halláremos en Él, no le amemos. Aunque Él halló en nosotros muchas fealdades, y nos amó. Y si halláremos en Él algo feo, no le amemos. Porque el estar vestido de carne, por lo cual se dice de Él: Vimosle y no tenia hermosura,si considerares la misericordia con que se hizo hombre, allí también te parecerá hermoso. Porque aquello que dijo Isaías: Vimosle, y no tenía hermosura, en persona de los judíos lo decía. Mas ¿por qué le vieron sin hermosura? Porque no le miraron con entendimiento. Mas a los que entienden el Verbo hecho hombre,gran hermosura les parece; y así dijo uno de los amigos del Desposado (Gal., 6, 14): No me glorío yo en otra cosa sino en la cruz de Jesucristo nuestro Señor.—¿Poco os parece, San Pablo, no haber vergüenza de las deshonras de Cristo, sino que aun os honráis de ellas?—¿Por qué no tuvo Cristo hermosura? Porque Cristo crucificado es escándalo para los judíos, y parece necedad a los infieles gentiles (1 Cor., 1, 23). Mas ¿por qué tuvo Cristo en la cruz hermosura? Porque (v. 24) las cosas de Dios que parecen necedad, son más llenas de saber que lo sabio de todos los hombres. Y las cosas de Dios que parecen flacas, son más fuertes que lo más fuerte de todos los hombres. Y pues así es, parézcaos Cristo Esposo hermoso, siendo Dios hermoso, Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el vientre de la Madre, adonde no perdió la divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo nacido infante, porque aunque Él era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era traído en los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron alabanzas, la estrella trajo a los Reyes Magos, fue adorado en el pesebre, en el que fue puesto como manjar de animales mansos. Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en el vientre de la Madre, hermoso en los brazos de Ella; hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida, hermoso no teniendo en nada la muerte; hermoso dejando su ánima cuando expiró, hermoso tornándola a tomar cuando resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso en el cielo, hermoso en el entendimiento. La suma y verdadera hermosura, la justicia es. Allí no le verás hermoso adonde le hallares no justo. Y pues en todas partes es justo, en todas partes es hermoso.» Todo esto dice San Agustín.
Y cierto; si con estos ojos mirásedes a Cristo, no os parecería feo, como a los carnales que en su Pasión le despreciaban; mas con los santos Apóstoles que en el monte Tabor lo miraban, pareceros ha su rostro resplandeciente como el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve (Mt., 17, 2); y tan blancas, que, como dice San Marcos (9, 2), ningún batanero sobre la tierra las pudiera emblanquecer tan bien. Lo cual significa que nosotros, que somos dichosvestidura de Cristo (Isai.. 49, 18) porque le rodeamos y ataviamos con creerle y amarle y alabarle, somos tan blanqueados por Él, que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que Él nos dio, de gracia y justicia. Parézcaos Él como el sol, y las ánimas por Él redimidas, blancas como la nieve.Aquellas, digo, que confesando y aborreciendo con dolor su propia fealdad, piden ser hermoseadas en esta piscina de sangre del Salvador; de la cual salen tan hermosas, justas y ricas, con la gracia y dones que reciben por Él, que bastan a enamorar los ojos de Dios, y que le sean cantadas con gran verdad y alegría las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura (Ps., 44).
DEO GRATIAS