lunedì 18 luglio 2011

Verso Madrid...



A meno di un mese dalla GMG di Madrid, per migliorare la qualità del nostro spagnolo, pubblico di seguito i testi di tre predicazioni di Kiko fatte rispettivamente:

1. Alla Assemblea del Sinodo dei Vescovi su "Penitenza e Riconciliazione", a Roma, il 21 Ottobre 1983;
2. A Roma, durante un incontro di presentazione del Cammino, il 15 agosto 1992;
3. A Vienna, durante la Convivenza dei Vescovi di Europa nel 1993.
Buona lettura!



RELACIÓN DE KIKO ARGÜELLO SOBRE EL CAMINO NEOCATECUMENAL

EN LA ASAMBLEA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN
Ciudad del Vaticano, 21 octubre 1983

Santo Padre, queridos padres sinodales,
pienso que es casi imposible que se pueda comprender en una relación tan breve como ésta, qué es el Camino Neocatecumenal, yo lo voy a intentar y para ello (salvando la distancia se comprende) me voy a remitir a aquello que hacían los apóstoles en la Iglesia primitiva.
Estos transformados en Pentecostés por la presencia del Espíritu Santo recorrían las sinagogas en pequeños equipos de tipo itinerante, anunciando el KERYGMA, esto es, el núcleo central, la Palabra de la salvación, llamando a conversión:
Este que vosotros habéis crucificado por ignorancia, pidiendo que se hiciera gracia de un asesino, Dios lo ha resucitado de la muerte y le ha dado el Nombre que está sobre todo nombre, el nombre de Señor, de KYRIOS. Y nosotros somos testigos de ello. ¡Convertíos y creed a la Buena Nueva y el Señor os enviará desde el Cielo la promesa, esto es el Espíritu Santo que os estaba destinado!
Esta predicación hecha con fuerza ponía al que lo escuchaba frente a un acontecimiento: Jesús es el Señor, sólo en Él tenemos salvación, El ha sido resucitado de la muerte, ha vencido la muerte, para que podamos tener acceso a una vida nueva, ala Vida eterna. Los que sentían tocado el corazón por la acción del Espíritu Santo que acompañaba los apóstoles en su misión, y preguntaban:” ¿Qué tenemos que hacer?” S. Pedro respondía “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesús para el perdón de todos sus pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo prometido” (Hch. 2, 38).
Hacerse bautizar en la Iglesia primitiva, no era una cosa mágica ni mucho menos inmediata, sobretodo con los gentiles era entraren un camino de iniciación la fe (que más tarde se llamará catecumenado) en el que mediante catequesis, ritos de admisión, escrutinios, imposiciones de manos, exorcismos, signos como la sal, la vestidura blanca, etc., eran gestados a la nueva creación operada en el Bautismo por el Espíritu Santo.
Se les enseñaba a entrar en la historia de la salvación que Dios hace presente en cada generación, a creer en el Siervo sufriente de Yahvé, que retornará como el Hijo del Hombre, anunciado por el profeta Daniel, a juzgar a vivos y muertos; se les enseñaba a sumergirse en la Cruz de Jesús confesando sus propios pecados, esto es: aquellas actitudes y actos contrarios al amor que Dios había mostrado en su Hijo sobre la Cruz; el cual toma sobre si los pecados sin resistirse al mal, antes bien ama y se ofrece por los malvados, por sus enemigos.
"En verdad apenas habrá quien muera para un justo, más la prueba de que Dios nos ama, es que Cristo siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm. 5, 7 8). El amor al malvado, al enemigo, al que de alguna forma nos contesta o nos destruye, he aquí un amor nuevo que aparece sobre la tierra, un amor que da escándalo, porque el mundo cree que al pecador y al malvado no se les debe amar porque es como hacerse pecado con él; Hay que hacer justicia, luchar contra los malvados, quitarlos de la faz de la tierra. Mas la justicia de Dios se ha mostrado en Cristo Jesús como misericordia, que no quiere decir solamente compasión, sino que ya en Israel la palabra misericordia se dice “rahamim”, que viene d e la raíz «rehem» que significa «matriz», lo que quiere decir reengendrar, nacer de nuevo, como dice Jesús a Nicodemo.
Este sumergirse en la muerte de Cristo era significado mediante la tríplica inmersión en el agua del Bautismo, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la fe que Dios desde el cielo les daba una nueva conciencia; que destruya el cuerpo del pecado que ha matado y mata al autor de la vida, porque se erige en Dios; para resucitar a una nueva vicia mediante el poder del Espíritu Santo. Eran enseñados a revestirse de la santidad de Dios, y para ello se les entregaba una vestidura blanca, signo de la vida divina que era en ellos. Se les enseñaba durante todo el proceso catecumenal a caminar en constante conversión, de modo que eran llamados los hombres del camino y al mismo cristianismo se le llamaba: “EL CAMINO” (Hch.9,2). Con el Bautismo entraban en la Iglesia, comunidad cristiana, cuerpo de Cristo resucitado que han vencido la muerte, lo cual les daba la capacidad gratuita de una nueva relación de amor, que se mostraba en signos que eran de salvación para todos: Amaos como yo os he amado; en este amor conocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13, 34) «Como yo os he amado». Cristo nos amó dejándose matar por nuestras maldades, sin oponer resistencia corno un cordero llevado al matadero. El Señor nos dice que ahora podemos amar al enemigo, que podemos poner la otra mejilla, que si alguno nos roba no se lo reclamemos, etc., que mostremos a todos que el amor de Cristo crucificado vive dentro de nosotros. Dice S Pablo: Somos como ovejas al matadero todos los días; llevamos siempre y por todas partes la forma de morir de Jesús, para que se vea en nuestro cuerpo que Cristo vive, de forma que cuando nosotros morimos el mundo recibe la vida (2 Cor. 4, 10). Después de todo esto, podemos así concluir que la formación a la fe en la Iglesia de los primeros siglos se desarrollaba en tres etapas funda mentales: una kerygmática: fuerte, testimoniante (dice el Evangelio que se debe hacer sin bolsa, sin alforja, sin sandalias, sin nada) que suscitaba la fe.
Una segunda parte más larga, catequética o didascálica, donde se aterrizaba este Kerygma en la historia personal de cada día enseñándoles a caminar en la Cruz gloriosa de Jesús: el camino de la vida.

Una tercera homilética, donde, una vez bautizados, se les exhortaba, se les empujaba, se les recordaba el camino realizado y se les animaba a seguir caminando en constante conversión, puesto que el catecumenado no agota la vida cristiana, sino que la ejemplifica. He aquí en una breve síntesis, en algunas pinceladas, lo que el Señor está haciendo con nosotros: Estamos anunciando el Kerygma por las parroquias de todo el mundo, por pequeños equipos itinerantes (siempre con un presbítero al centro) que, partiendo de su Iglesia local y sin tener donde reclinarla cabeza (los itinerantes venden todos sus bienes y dejan todo), dan su vida en este servicio, en este nuevo culto que es volver los corazones desviados al Dios vivo. (Rm. 1, 9).
Esta primera fase kerygmática la hacemos en las parroquias durante un periodo de dos meses, llamando con fuerza a convertirse a este Siervo sufriente, como el camino de la verdad, como la felicidad ofrecida al hombre en el Nombre de Jesús, esto es: la posibilidad de amar totalmente, de donarse totalmente. Todo hombre sabe por su razón que el amor es la verdad y se realiza corno persona donándose, esto es ayudando a los otros, olvidándose de sí mismo, trascendiendo su yo en el tu del otro. Si tanta gente se desvía y cae víctima de sectas, de ideologías es porque se le presenta un ideal, de donación, luchar contra las injusticias, o acabar con el sufrimiento. Nosotros pensarnos que hoy hay que volver a reproponer el cristianismo a todos, sea a los que están en la Iglesia, sea a los que están fuera de ella.
En el marco de esta predicación kerygmática y después de anunciar el perdón de los pecados, como en las parroquias la mayoría son bautizados, se les invita a sellar la conversión en el Sacramento de la penitencia, como un segundo Bautismo, a pasar sus pecados a Jesús en el Sacerdote confesándolos para que los destruya en su cuerpo muerto y resucitado y a recibir, mediante la absolución y la imposición de las manos el perdón de los pecados que viene de Dios y la fuerza del Espíritu Santo que nos devuelve la gracia bautismal y nos reintroduce en la nueva creación. Al final de la celebración en una sala contigua de la iglesia se hace un ágape para significar la alegría del retorno a Dios, de la fiesta como en el hijo pródigo. A este punto de la catequesis, comenzamos a ver ya los primeros milagros de la predicación: gente alejada del Sacramento de la penitencia durante años, vuelven a confesarse con alegría, recuperan una paz que hacía muchos años que no conocían, y sobre todo, se comienza a recuperar en algunos países el Sacramento de la reconciliación que había casi desaparecido.

Terminada la fase kerygmática con la entrega de la Biblia por el Obispo y con la formación de una comunidad de 40 50 hermanos después de una Eucaristía, se inicia el Camino, la segunda fase catequética. Lo primero que se hace es descubrir el lenguaje bíblico con el cual Dios se ha revelado a los hombres; este lenguaje es fundamentalmente histórico existencial, más que abstracto y conceptual. Y esto no se hace a través de conferencias, sino a través de celebraciones de la Palabra, presididas por el presbítero, en la convicción que en estas celebraciones aparece el Espíritu, que es el verdadero maestro que nos santifica y que nos va llevando poco a poco a la verdad Completa.
La experiencia nos ha demostrado que para enseñar a caminar en conversión es necesario un “convertidor”, un “útero”, esto es un seno donde poder ser gestados: y esto es la pequeña comunidad cristiana. En ella, siempre presidida por un presbítero, pueden ser iniciados al misterio de la Iglesia como cuerpo, bien trabado, compuesto de ligamentos y junturas, con sus ministerios y carismas: el presbítero, cabeza de la comunidad, el responsable diácono, los catequistas, los maestros de los niños, las viudas, las vírgenes, las familias, etc. Aparece una realidad sociológica muy semejante a la de la Iglesia que se lee en los Hechos de los apóstoles, lo que hace que esta Palabra se haga más próxima y real.
Por otro lado, la comunidad te ayuda porque no te permite camuflar tu realidad; después de dos o tres años, todos se conocen, se saben los defectos de todos, se experimenta lo difícil que es amar al otro cuando es fastidioso o molesto. El sermón de la montaña como programa de toda la catequización aparece como una palabra que nos denuncia constantemente y nos hace ver nuestra poca fe, la necesidad que tenemos de constante conversión, de ahí la necesidad de las celebraciones penitenciales que van jalonando todo el proceso neocatecumenal; en definitiva nos hace ver la necesidad constante que tenemos de la Iglesia, que como una madre nos alimenta constantemente dándonos la fe.
Durante este tiempo catequético recorremos las diferentes etapas de nuestro Bautismo, poniendo delante de nosotros la realidad que tenemos ya dentro, para que, mediante la adhesión libre a la gracia del Bautismo, ésta pueda crecer y desarrollarse. Por falta de tiempo no puedo explicar todas las etapas de estas fases: la catequesis sobre la cruz gloriosa, la renuncia a los ídolos del mundo, la iniciación a la oración, la traditio y la redditio del Credo, la entrega del Padrenuestro, etc.
En la tercera fase, los hermanos que han caminado durante largos años juntos han experimentado en su historia la misericordia y el amor de Dios en la dimensión de la Cruz. A la luz del sermón de la montaña se ve que somos nosotros los que quitamos el honor a Dios abofeteándole en la mejilla, haciéndonos nosotros dioses, y Él siempre nos ofrece la otra mejilla; somos nosotros los que hacemos causa a Dios porque no comprendemos el sufrimiento o un niño subnormal, y con ello nos justificamos para pecar; somos nosotros los que robamos lo que no es nuestro, utilizando la sexualidad como bien nos parece, etc. De forma que se comienza a entender el “logión” intercalado en el sermón de la montaña de Lucas cuando dice «Todo lo que queráis que os hagan a vosotros… hacedlo vosotros a ellos» que en el contexto significa: has experimentado este amor maravilloso, infinito, que tengo en tu historia, que carga con tus pecados, que te perdona mil y mil veces, ¿has visto que este amor es la verdad y la vida? Pues... vete y haz tú lo mismo: ama los que son malos contigo, para que seas hijo de tu Padre celestial, que es bueno con los malvados y perversos (Lc. 6, 35). Así aprenden a crecer en el amor que Dios les tiene y, madurando en la fe, llegan al espíritu de alabanza, de bendición a tener un corazón agradecido, centro de la participación a toda celebración eucarística.
El camino está basado en un trípode, la Palabra de Dios, que se celebra una vez a la semana; la Eucaristía, que nos propone cada Domingo una alianza con el Dios que actúa en nuestra historia y que nos amaestra a la acción de gracias, y sobre todo que nos dona a Cristo que se rompe por nosotros, haciéndose presente el Ministerio Pascual de nuestro Señor Jesucristo, el misterio de nuestra redención, para que podamos reconciliarnos con Dios, esto es pasar al Padre, alimentarnos de su Amor, entrar en su voluntad que es siempre el bien y la felicidad eterna para cada uno de nosotros; y el tercer pie del trípode, la comunidad.

Todo esto va haciendo poco a poco de esta pequeña comunidad una Koinonè, una comunión un signo del Amor nuevo, de la Charitas. Aparece la comunidad en nuestro mundo secularizado como un sacramento universal de salvación. El grito «Mirad como se aman» vuelve a surgir entre los hombres; la Buena Nueva que el Reino de Dios está en medio de nosotros se visibiliza y se hace presente en la Iglesia. Esto tiene tanta fuerza que donde han aparecido esto signos han comenzado a acudir los alejados de la Iglesia. Así tenemos en la misma Roma parroquias donde hay 10 u 11 comunidades y donde ya se ha formado un verdadero camino de retorno a la casa del Padre para el hombre contemporáneo, secularizado y ateo.
Para terminar estas líneas, dada la dificultad de exponer una experiencia de más de 14 años extendida en 77 naciones, diré tres puntos de aclaración:
1º - El neocatecumenado no es un movimiento, en el sentido que siempre hasta ahora se ha dado a esta palabra, sino que es un tiempo para llevara a la gente a redescubrir su fe, que les lleva a ser miembros vivos de la Iglesia local, la parroquia y la diócesis.
2º - Para que se pueda dar todo este proceso catequético es necesaria una predicación que ponga al hombre frente a la cruz de su propia historia, iluminándole el sentido y reconciliándolo con ella.
3º - Tenemos la alegría de testimoniar a esta Asamblea sinodal (como han confirmado dos mil párrocos reunidos en Roma para dar una contribución al Sínodo), los milagros que Dios está operando: tantos matrimonios destruidos que se rehacen y que se abren a la vida, tantos jóvenes salvados de la droga y del terrorismo, tantos ateos convertidos, tantas vocaciones al presbiterado como están surgiendo sobre todo en las naciones donde el camino está más avanzado, el desprendimiento de las riquezas y la comunión de bienes en la comunidad, el servicio a la diócesis en la catequesis a todos los niveles, el testimonio tantas veces heroico en ambiente de trabajo, etc.

Termino dando gracias a la Virgen María, a la Inmaculada Concepción que ha inspirado este Camino, al Santo Padre y a la Secretaría del Sínodo que me ha permitido estar aquí. Ruego a los Padres sinodales que recen por mí que soy un pecador.
Kiko Argüello
* * *



Kiko Argüello y Carmen Hernández
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Roma, 15 de agosto de 1992


Me acerco a estas páginas conmovido al leer de nuevo estos textos, por la ternura y la misericordia del Señor. Cómo no darle gracias por todo el bien que nos ha hecho!
Era el año 1968, hacia la mitad del mes de junio, cuando Carmen, un sacerdote de Sevilla y yo llegamos a Roma, llamados por monseñor Dino Torregiani, fundador de los Siervos de la Iglesia. El nos había escuchado las catequesis en Avila y había insistido para que fuésemos a Roma. Fuimos con él a visitar al arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro Morcillo, quien nos dio una carta de recomendación para el vicario del Papa, cardenal Angelo Dell'Acqua.
En Roma, el pobre don Dino, ya anciano y tan santo, nos acompañó de párroco en párroco, sirviéndonos de intérprete, en el intento de convencer a algunos de ellos sobre la necesidad de abrir en las parroquias un camino posbautismal de evangelización para tanta gente que se había alejado de la Iglesia.
Pronto nos dimos cuenta de la inutilidad de nuestro intento, por lo que decidimos irnos a vivir entre los pobres, a la espera de que el Señor nos manifestase su voluntad, abriéndonos una puerta.
Encontramos en el Borghetto Latino de Roma, zona llena de chabolas, un gallinero donde poder vivir, gracias a una monja que trabajaba con los pobres y nos ayudó. Carmen encontró un sitio en casa de una señora que la hospedó en una chabola cercana. Algunos seminaristas de Ávila que entre tanto se habían unido a nosotros y yo, comenzamos nuestra vida entre los pobres.
Allí, gracias a un encuentro de jóvenes de las parroquias de Roma que trabajaban con los habitantes de las chabolas - que tuvo lugar en Nemi y al que fui invitado para llevar el contributo de mi experiencia -, conocí un grupo de la parroquia de los Mártires Canadienses quienes, junto al presbítero sacramentino don Guillermo Amadei, realizaban una experiencia de tipo litúrgico
Después de haber explicado al sacerdote y a los jóvenes la necesidad de abrir un camino de evangelización formando pequeñas comunidades dentro de la parroquia, aceptaron que empezáramos, invitando también a algunas parejas más adultas.
Antes de empezar las catequesis nos presentamos al cardenal Dell'Acqua para pedirle el permiso de predicar en su diócesis, como siempre hacíamos. Nos acompañaba un sacerdote de Bolonia, don Francisco Cuppini, que se había unido a nuestro equipo con el permiso de su obispo. El cardenal vicario nos escuchó con atención y nos dio permiso para empezar las catequesis, siempre que el párroco estuviera de acuerdo. Nos mandó ir a hablar con el entonces vicegerente. Monseñor Ugo Poletti, que pronto llegaría a ser el cardenal vicario y que durante tantos años nos ha ayudado y defendido de modo providencial. Después de todo esto nació, como por milagro, la primera comunidad neocatecumenal de Roma con cincuenta hermanos. Al año siguiente dimos catequesis en las parroquias de Santa Francesca Cabrini, la Natividad y San Luis Gonzaga, en Parioli.
Entre tantos milagros y frutos de conversión que veíamos, había también mucho sufrimiento; pero en medio del sufrimiento gustábamos la inmensa sorpresa de sentir y ver obrar al Señor en nuestro favor con signos y prodigios. Así, por ejemplo, cuando fuimos convocados por la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos por la perplejidad de un obispo auxiliar de Roma con motivo de los exorcismos que hacíamos en el primer escrutinio. Nos encontramos frente a una comisión presidida por el secretario de la Congregación, acompañado de los expertos habían trabajado en el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (OICA). Cada uno de ellos tenía delante el Ordo, ya impreso, pero que no se encontraba aún en las librerías. Nos presentamos llenos de miedo, después de haber rezado mucho a la Virgen y al Señor para que estuvieran a nuestro lado.
Mientras nosotros explicábamos que no hacíamos otra cosa sino poner a las personas frente a la primera parte del bautismo que ya habían recibido y del que los exorcismos constituían una parte importante, y tras haberles explicado cómo había nacido el camino, en qué consistía, etc., ellos se quedaron estupefactos mirándose unos a otros: era la realización práctica en las parroquias de lo que ellos habían elaborado a lo largo de los años en el Ordo de Iniciación de los Adultos.
He aquí como el Espíritu Santo había suscitado ya persona y medios para su realización. Esto fue lo que nos dijeron llenos de admiración y sorpresa.
Tras un período de estudio de las etapas y de los ritos del camino neocatecumenal, durante el cual enviaron observadores a nuestras celebraciones, y dado que el capítulo IV del OICA extendía el uso del Ordo también a los bautizados que no habían recibido una catequesis suficiente, la congregación publicó un documento titulado Reflexiones sobre el capítulo IV del OICA. En el se establecía qué ritos del catecumenado de los adultos podían repetirse para revivir el bautismo y cuáles no. Después de esto fuimos de nuevo convocados, leyendo delante de nosotros este documento y nos expresaron su alegría y satisfacción por nuestro trabajo que estábamos realizando en la Iglesia. Y nos dijeron que publicarían en la revisa oficial de la congregación, Notitiae, una nota laudatoria en latín para toda la Iglesia, para de este modo ayudarnos. La nota empieza así: "Omnes reformationes in Ecclesia novos gignerunt inceptus novasque promoverunt instituta, quae optata reformationis ad rem deduxerunt. Ita evenit post concilium Tridentinum; nec aliter nuc fieri poterat... Praeclarum exemplar huius renovationis invenitur in Communitatibus neocatechumenalibus, quae ortum habuerunt Matriti...".
Gracias a este hecho se estableció, con la congregación del Culto, un diálogo fecundo, que resultará más tarde muy importante para la relación de Pablo VI con el Camino Neocatecumenal.
También el cardenal Poletti - que ya nos había puesto en contacto con el director del centro catequístico de la diócesis de Roma, monseñor Julio Salimei, quien, impresionado por las conversiones y la acción del Señor en las parroquias, nos presentó una gran ayuda, ante algunas dificultades surgidas, nos envió a hablar con el secretario de la congregación para el clero, que era la congregación responsable de la catequesis en la Iglesia. También en aquella ocasión teníamos miedo, pero, con nuestra sorpresa, encontramos a monseñor Maximino Romero, a quien ya habíamos conocido cuando era obispo de Avila, que nos había sostenido y ayudado. Lo primero que hizo fue pedirnos los esquemas que usábamos en las catequesis, para que las examinaran expertos en catequética. Le explicamos que se trataba de páginas en ciclostilo que ni siquiera habían sido corregidas porque no le dábamos mucha importancia. Eran simplemente esquemas, puesto que no queríamos formar a los catequistas como repetidores de textos escritos por otros, sino que los formábamos durante años de camino en la vida y el testimonio cristiano; en segundo lugar les preparamos con una tradición oral del anuncio del kerigma y, finalmente, en el momento de dar las catequesis, el equipo, del que formaba parte siempre un sacerdote, actualizaba los esquemas. Por tanto no teníamos escritos oficiales. Las páginas en ciclostilo eran tan solo indicaciones, esbozos, transcripción de una predicación oral adaptada a la gente que escuchaba, para ayudarla a descubrir la vida práctica y la liturgia de la Iglesia dentro de un camino de conversión.
A pesar de todo, él nos las pidió. También esto fue providencial: años más tarde, en efecto, algunos sacerdotes de Canadá que se oponían a la renovación del Concilio y que habían logrado hacerse con estas páginas ciclostiladas, encontraban herejías por todas partes y pensaban que contenían directivas secretas, etc. No sabían que la Congregación las había hecho estudiar, dándonos a conocer después el parecer de los consultores que, gracias a Dios, era muy positivo desde el punto de vista doctrinal. Para consuelo nuestro nos dieron a conocer la relación de uno de los consultores de la misma Congregación. En conclusión decía: "Pretendo ahora subrayar otro aspecto de estas catequesis, o mejor de este Camino neocatecumenal. Como estudioso de la Historia de la catequesis antigua he de decir que el intento de Kiko y Carmen de actualizar el catecumenado es un intento logrado. La experiencia personal les ha llevado a intuir lo que de profundamente válido contenía esta institución de la Iglesia de los tres primeros siglos, y les ha permitido traducirla en una estructura. Estructura que, aunque no calca la antigua, asume sus elementos más importantes y los inserta en un contexto nuevo; el de la conversión de bautizados que, a pesar de serlo, no han hecho jamás una opción personal de fe. En este proceso, que requiere su tiempo, a estos bautizados de las comunidades neocatecumenales se les ayuda a hacer su opción global de fe en un clima de comunidad. Se les ayuda a hacerse disponibles a la acción del Espíritu Santo que les introduce en la comprensión y aceptación del radicalismo evangélico, iniciándoles gradualmente y de forma experimental, bien sea en la palabra de Dios, bien en los sacramentos de la conversión cristiana -penitencia- o en la eucaristía. Yo encuentro muy positivo todo esto. Por ello concluyo este mi juicio invitando a los responsables de la Sagrada congregación del Clero a que den ánimos a este movimiento, ayudándolo con compresión y con paterna indulgencia a que permanezca siempre en la línea ya emprendida de servicio a las comunidades parroquiales para su auténtica renovación".
Podemos decir que son verdaderas las palabras de san Pablo: "Todo contribuye al bien de los que aman a Dios". Cada vez que nos acusaban o nos calumniaban ante la santa Sede, al fin todo se transformaba en bien para nosotros.
Más tarde tuvimos que hacer frente a otras dificultades; algunos decían que esta comunidad no tenía ningún compromiso social - corrían los años siguientes al 68 y todo estaba lleno de comunidades de base politizadas -, y que querían repetir el bautismo. La Virgen María, la madre de Jesús, vino en nuestra ayuda.
Apenas habíamos llegado y ya don Dino nos había conducido al santuario de la Virgen de Pompeya para poner a sus pies nuestra misión. Y las primeras palabras que pronunció Pablo VI sobre el Camino neocatecumenal las dijo el 8 de mayo de 1974, fiesta de la Virgen de Pompeya, o Virgen del Rosario:
"Cuánta alegría y cuánta esperanza nos dais con vuestra presencia y con vuestra actividad! ... Este propósito, que para vosotros es un modo consciente y auténtico de vivir la vocación cristiana, se traduce en un testimonio eficaz para los otros: hacéis apostolado porque sois lo que sois!... Vivir y promover este despertar es considerado por vosotros como una forma de "después del bautismo", que podrá renovar en las comunidades cristianas de hoy aquellos efectos de madurez y profundización que en la Iglesia primitiva eran realizados en el período de preparación al bautismo. Vosotros lo hacéis después. El antes o después yo diría, es secundario. Lo importante es que vosotros buscáis la autenticidad, la plenitud, la coherencia, la sinceridad de la vida cristiana. Y esto tiene un mérito grandísimo, repito, que nos consuela enormemente..."
De esta forma el Papa respondía sin saberlo a aquellas acusaciones: "Hacéis apostolado sólo porque sois lo que sois!" y "el antes o después del bautismo, yo diría es secundario". La fecha del 8 de mayo fue para nosotros un signo de que la Virgen nos animaba y nos daba a entender su solicitud ante nuestros problemas. De hecho desde aquel momento no nos volvieron a acusar de repetir el bautismo.
Así podríamos contar innumerables hechos de cómo el Señor venía constantemente en nuestra ayuda. Pero sobre todo uno fue para nosotros decisivo. En Madrid, con los pobres, a los comienzos, cuando la policía quería derribar las barracas en la zona donde se encontraba Carmen con una amiga, llamamos al arzobispo para que viniera en nuestra ayuda. Cuando monseñor Casimiro Morcillo vino a las barracas fue un verdadero milagro: conoció la pequeña comunidad de gitanos, de vagabundos, de pobres; nos oyó rezar y se conmovió profundamente viendo la obra que el Espíritu Santo estaba haciendo en aquella zona de trincheras de la Iglesia. Después de haberle explicado la necesidad de completar la catequesis de aquella gente con signos concretos en una liturgia renovada, como estaba ya proponiendo el Concilio, con gran asombro por nuestra parte, le dijo al párroco de la parroquia más cercana, allí presente, que nos dejara la iglesia - un barracón de madera en medio de una plaza- para que la comunidad de las barracas pudiese celebrar allí la eucaristía una vez a la semana, permitiéndonos celebrarla con las dos especies y usando el pan ázimo en lugar de las hostias, como nosotros lo habíamos pedido.
Igualmente, algunos años más tarde, en Madrid, cuando la celebración de la vigilia pascual - que celebrábamos durante toda la noche, redescubriendo la fuerza de aquella noche en la que Cristo venció a la muerte- creaba problemas en algunas parroquias, discutimos estos problemas con los párrocos en presencia del arzobispo y de los obispos auxiliares. Pensábamos que quizás el arzobispo nos habría prohibido todo, pero él empezó diciendo: "Cómo quisiera que la vigilia pascual llegase a ser el fulcro de la vida de mi diócesis; sin embargo veo con tristeza que en la mayoría de las parroquias se reduce a una misa vespertina con sólo tres lecturas y que termina antes de la puesta del sol. Si gracias a vosotros la vigilia pascual recupera el esplendor y la fuerza que Dios ha querido y que la reforma litúrgica desea vivamente, bienvenidos. Os dejo todas las iglesias vacías de Madrid para que podáis celebrar toda la noche hasta el alba, dando así ejemplo y testimonio".
Estas líneas de introducción son fundamentalmente una ocasión para bendecir a Dios, para agradecerle el don del Espíritu Santo que ha querido fundar su Iglesia sobre Pedro y sus apóstoles. Sin los obispos y, sobre todo, sin Pedro, hoy no existiría el Camino neocatecumenal.
Juan Pablo II, el 3 de septiembre de 1979, nos invitó a la misa en Castel Gandolfo a Carmen, al padre Mario - misionero comboniano que formaba parte de nuestro equipo desde hacía algunos años- y a mí.
Era la primera vez que lo veíamos. Sabíamos que había acogido a la comunidad en su diócesis cuando era cardenal en Cracovia y había defendido, frente a algunos párrocos, la eucaristía del sábado por la noche en comunidad. Terminada la misa vino a saludarnos y yo le pedí que me permitiese hablar con él a solas. Me preguntó: "Ahora mismo u otro día?" Le respondí: "Ahora". Me invitó a seguirlo por un pasillo, me hizo entrar en una biblioteca, donde, lo recuerdo, penetraba un fuerte sol. Se sentó detrás del escritorio, me invitó a sentarme frente a él y a hablar. Con gran sufrimiento le conté cómo había recibido de la Virgen María la inspiración de hacer pequeñas comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret, que viviesen en humildad, sencillez y alabanza y donde el otro es Cristo. Mi grandísima dificultad provenía de pensar que él pudiese imaginar que tenía ante sí a un visionario, un exaltado o algo parecido. Después de haberme escuchado y tras algunos minutos de silencio me dijo que durante la misa, pensando en nosotros, había visto ante sí: "ateísmo - bautismo - catecumenado". Tuve la sensación de que se refiriese a los países del este y me impresionó que hubiese invertido el orden poniendo la palabra catecumenado después del bautismo. La verdad era que hubiera querido ponerme de rodillas dando gracias al Señor!
Más tarde, cuando el Papa comenzó a visitar las parroquias de Roma, visitas en las que siempre tenía lugar un encuentro particular con las comunidades neocatecumenales, tuvimos muchas veces ocasión de hablarle del Camino, sobre todo Carmen.
Sus palabras, como puede leerse en estas páginas, han sido siempre sorprendentes, generosas, siempre más allá de los que podíamos esperar: como cuando pedimos una audiencia para los seminaristas procedentes de las comunidades del Camino y él mismo quiso que el encuentro tuviese lugar en la Capilla Sixtina. Apenas cabíamos allí dentro, éramos unas 1200 personas, pero quiso que fuera allí; quería hablar de su elección como Para en aquel lugar para sellar en los jóvenes aspirantes al sacerdocio una experiencia tan fuerte del Espíritu Santo.
Qué decir de cuando vino a Porto San Giorgio el 30 de diciembre de 1988, para celebrar la eucaristía con nosotros - habíamos recibido, desde hacía pocos días, de la Sagrada congregación del Culto Divino, la autorización para poder desplazar el rito de la paz antes de la anáfora, y de comulgar con las dos especies todos los domingos- y fue él lleno de valentía el primero en celebrarla con esas adaptaciones? Y lo mismo cuando envió cien familias, con muchísimos hijos, a las zonas más pobres y descristianizadas de América Latina y de Europa, algo que también suscitaba muchas críticas.
Si nosotros pedíamos cinco, él nos daba cien. Es su estilo. Parece que conozca antes que nosotros el verdadero "enemigo" - el demonio- y nos defienda como un padre defiende a su hijo, como el pastor defiende sus ovejas, sin miedo, arriesgándose. Dando ejemplo como obispo de Roma.
Nosotros hemos sido siempre los primeros en sorprendernos de sus afirmaciones sobre el Camino, de sus alabanzas, de su poner de relieve aspectos nuevos también para nosotros.
Cuando en noviembre de 1980 vino a la parroquia de los Santos Mártires Canadienses, la primera parroquia de Roma en la que habíamos iniciado el Camino neocatecumenal, él allí - delante de las once comunidades que ya se habían formado- habló improvisando más de media hora. Y frente a las continuas críticas acusándonos de hacer un cristianismo de élite, separado de las otras realidades de la parroquia como si nos creyéramos los únicos, de nuevo el Papa fue todavía más lejos, hablando de la terrible realidad de hoy, del enfrentamiento radical de "fe y anti-fe, Iglesia y anti-Iglesia, Dios y anti-Dios", invitándonos con fuerza a un cristianismo radical, animándonos.
Y las cosas se han ido desenvolviendo de esta manera no solamente con Juan Pablo II. Lo mismo sucedió con Pablo VI, quien en la audiencia general del miércoles 12 de enero de 1977, en la que estaban presentes más de quinientos párrocos que tienen el Camino en sus parroquias, junto a sesenta y siete obispos que les acompañaban, nos sorprendió al decir que dedicaba aquella alocución al Camino neocatecumenal y la titulaba: "Después del bautismo". Concluyó diciendo: "Mucha gente se polariza hacia estas comunidades neocatecumenales porque ve que en ellas hay una sinceridad, una verdad, hay algo vivo y auténtico, es Cristo viviendo en el mundo". Aquella alocución es un breve tratado sistemático sobre la necesidad de volver a descubrir las riquezas del bautismo como base de la evangelización. Decía así: "He aquí, pues, el restablecimiento de la palabra "catecumenado" que, ciertamente, no quiere invadir ni disminuir la importancia de la vigente disciplina bautismal, sino que la quiere aplicar con un método de evangelización gradual e intensivo, que recuerda y renueva, en cierto modo, el catecumenado de otros tiempos... Se proyecta así una catequesis posterior que no se recibió en el bautismo: la pastoral de adultos...". Jamás una crítica. Era como si alguien le empujase a animarnos. El mismo, la primera vez que usó la palabra "Neocatecumenado", levantando la vista del texto escrito, añadió: "He aquí los frutos del Concilio!".
Pero no podemos olvidar a Juan Pablo I, al que encontramos personalmente cuando era patriarca de Venecia de 1972 y que nos dio permiso para abrir el Camino en su diócesis. En los siguientes lo animó y lo siguió, presidiendo personalmente todas las etapas y los escrutinios. Además erigió un Centro neocatecumenal diocesano, poniendo a disposición del Camino la bellísima iglesia de Santo Tomás. Pero, sobre todo, permitió celebrar la vigilia pascual durante toda la noche, confirmó en todo nuestra práctica frente a párrocos que habían suscitado ciertas dificultades. Todavía resuena en nuestros oídos la alegría de sus palabras en la homilía pronunciada a los hermanos de la primera comunidad neocatecumenal de la parroquia de Santa María Formosa, que habían llegado a la Iniciación a la oración. Les animaba citando a los padres: "Voy a rezar, voy a luchar".
Más del 50% de los que están en las comunidades eran alejados de la Iglesia, es decir, gente que por lo general tenía prejuicios contra la jerarquía, contra el Vaticano, contra el Papa. Hoy es por todos conocido el amor que profesan a la liturgia, al Papa, a los obispos, los hermanos del Camino neocatecumenal. Estos hermanos han experimentado las mentiras que constantemente siembra el demonio en la sociedad, mentiras que solamente la experiencia de gestación que han tenido en el Camino hacia el interior de la Iglesia ha podido borrar de su ánimo para hacer nacer un amor profundo a la Iglesia y a la Virgen María.
Años más tarde, el 9 de mayo de 1986, fuimos llamados por la Congregación de la Fe, que nos sometió a un cuestionario sobre la hermenéutica, la pastoral, la doctrina. Después de haber estudiado nuestras respuestas, fuimos convocados por el cardenal Ratzinger a una reunión. En ella nos dijeron que podíamos estar acompañados de un teólogo. En aquel encuentro nos comunicaron que habían estudiado todo, que se habían informado y querían ayudarnos. Nos propusieron unirnos a una Congregación porque era necesario encontrar una solución jurídica. Nosotros respondimos que la verdadera ayuda había sido un Breve del santo padre, mientras se estudiaba más profundamente la cuestión jurídica. Como resultado el Papa nombró a monseñor Paul J. Cordes, vicepresidente del Concilium pro laicis, como encargado ad personam para ayudarnos y actuar como vínculo de unión con las Congregaciones. Y como ya no se usaban los Breves, aceptaron el hecho de que el santo padre nos diese, en todo caso, un apoyo más oficial. Del mismo modo que a Israel, cuantas veces el oscuro mar nos cerraba el paso, el Señor lo habría, ante nuestro asombro: éramos espectadores gozosos de su gratuidad.
Cuando más tarde vimos en nuestras manos la Carta de reconocimiento del Camino neocatecumenal que Juan Pablo II había escrito a monseñor Cordes, no pude por menos de acordarme de las palabras que me había dicho Pablo VI en la audiencia privada que concedió a nuestro equipo el 12 de enero de 1977, cuando mirándome fijamente - recuerdo todavía sus ojos azules y penetrantes- y después de preguntar: "Quién es Kiko?" me puso las manos sobre los hombros y dijo: "Sé humilde y fiel a la Iglesia y la Iglesia te será fiel". Me acuerdo que también nos dio una medalla y Carmen le dijo que en lugar de la medalla prefería que le impusiese las manos. Pablo VI, en pie sobre el trono , sonriendo, aceptó, y haciéndola arrodillarse delante de él, le impuso las manos.
Es sorprendente hoy contemplar cómo las palabras: "Se establezca el catecumenado de adultos", que el Espíritu Santo ha inspirado en el Concilio -Sacrosanctum concilium 64- las hemos visto realizadas, por obra suya, durante estos casi treinta años, no en una mesa de despacho, sino en una historia con hechos y con personas, sostenidos y apoyados por los obispos y sobre todo por el Papa.
Todo nos ha superado de tal forma que no podríamos hacer otra cosa sino esperar, día tras día, el discernir las huellas de Cristo que él mismo nos invitaba a seguir. En este sentido hoy, al ver tantos seminarios Redemptoris Mater para la nueva evangelización, surgidos gracias al apoyo del santo padre para ayudar a las diócesis que se encuentran en grandes dificultades, y ver los miles de vocaciones que surgen de estas pequeñas comunidades, solamente podemos decir con san Pedro después de la pesca milagrosa: "Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador".
Kiko Argüello y Carmen Hernández.

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kiko en el encuentro en Viena con 5 cardenales y 120 obispos de Europa
Santo Padre, queridos padres sinodales,
pienso que es casi imposible que se pueda comprender en una relación tan breve como ésta, qué es el Camino Neocatecumenal, yo lo voy a intentar y para ello (salvando la distancia se comprende) me voy a remitir a aquello que hacían los apóstoles en la Iglesia primitiva.
Estos transformados en Pentecostés por la presencia del Espíritu Santo recorrían las sinagogas en pequeños equipos de tipo itinerante, anunciando el KERYGMA, esto es, el núcleo central, la Palabra de la salvación, llamando a conversión:
Este que vosotros habéis crucificado por ignorancia, pidiendo que se hiciera gracia de un asesino, Dios lo ha resucitado de la muerte y le ha dado el Nombre que está sobre todo nombre, el nombre de Señor, de KYRIOS. Y nosotros somos testigos de ello. ¡Convertíos y creed a la Buena Nueva y el Señor os enviará desde el Cielo la promesa, esto es el Espíritu Santo que os estaba destinado!
Esta predicación hecha con fuerza ponía al que lo escuchaba frente a un acontecimiento: Jesús es el Señor, sólo en Él tenemos salvación, El ha sido resucitado de la muerte, ha vencido la muerte, para que podamos tener acceso a una vida nueva, ala Vida eterna. Los que sentían tocado el corazón por la acción del Espíritu Santo que acompañaba los apóstoles en su misión, y preguntaban:" ¿Qué tenemos que hacer?" S. Pedro respondía "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesús para el perdón de todos sus pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo prometido" (Hch. 2, 38).
Hacerse bautizar en la Iglesia primitiva, no era una cosa mágica ni mucho menos inmediata, sobretodo con los gentiles era entraren un camino de iniciación la fe (que más tarde se llamará catecumenado) en el que mediante catequesis, ritos de admisión, escrutinios, imposiciones de manos, exorcismos, signos como la sal, la vestidura blanca, etc., eran gestados a la nueva creación operada en el Bautismo por el Espíritu Santo.
Se les enseñaba a entrar en la historia de la salvación que Dios hace presente en cada generación, a creer en el Siervo sufriente de Yahvé, que retornará como el Hijo del Hombre, anunciado por el profeta Daniel, a juzgar a vivos y muertos; se les enseñaba a sumergirse en la Cruz de Jesús confesando sus propios pecados, esto es: aquellas actitudes y actos contrarios al amor que Dios había mostrado en su Hijo sobre la Cruz; el cual toma sobre si los pecados sin resistirse al mal, antes bien ama y se ofrece por los malvados, por sus enemigos.
"En verdad apenas habrá quien muera para un justo, más la prueba de que Dios nos ama, es que Cristo siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rnm. 5, 7 8). El amor al malvado, al enemigo, al que de alguna forma nos contesta o nos destruye, he aquí un amor nuevo que aparece sobre la tierra, un amor que da escándalo, porque el mundo cree que al pecador y al malvado no se les debe amar porque es como hacerse pecado con él; Hay que hacer justicia, luchar contra los malvados, quitarlos de la faz de la tierra. Mas la justicia de Dios se ha mostrado en Cristo Jesús como misericordia, que no quiere decir solamente compasión, sino que ya en Israel la palabra misericordia se dice "rahamim", que viene d e la raíz "rehem" que significa "matriz", lo que quiere decir reengendrar, nacer de nuevo, como dice Jesús a Nicodemo.
Este sumergirse en la muerte de Cristo era significado mediante la tríplica inmersión en el agua del Bautismo, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la fe que Dios desde el cielo les daba una nueva conciencia; que destruya el cuerpo del pecado que ha matado y mata al autor de la vida, porque se erige en Dios; para resucitar a una nueva vicia mediante el poder del Espíritu Santo. Eran enseñados a revestirse de la santidad de Dios, y para ello se les entregaba una vestidura blanca, signo de la vida divina que era en ellos. Se les enseñaba durante todo el proceso catecumenal a caminar en constante conversión, de modo que eran llamados los hombres del camino y al mismo cristianismo se le llamaba: "EL CAMINO" (Hch.9,2). Con el Bautismo entraban en la Iglesia, comunidad cristiana, cuerpo de Cristo resucitado que han vencido la muerte, lo cual les daba la capacidad gratuita de una nueva relación de amor, que se mostraba en signos que eran de salvación para todos: Amaos como yo os he amado; en este amor conocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13, 34) "Como yo os he amado". Cristo nos amó dejándose matar por nuestras maldades, sin oponer resistencia corno un cordero llevado al matadero. El Señor nos dice que ahora podemos amar al enemigo, que podemos poner la otra mejilla, que si alguno nos roba no se lo reclamemos, etc., que mostremos a todos que el amor de Cristo crucificado vive dentro de nosotros. Dice S Pablo: Somos como ovejas al matadero todos los días; llevamos siempre y por todas partes la forma de morir de Jesús, para que se vea en nuestro cuerpo que Cristo vive, de forma que cuando nosotros morimos el mundo recibe la vida (2 Cor. 4, 10). Después de todo esto, podemos así concluir que la formación a la fe en la Iglesia de los primeros siglos se desarrollaba en tres etapas funda mentales: una kerygmática: fuerte, testimoniante (dice el Evangelio que se debe hacer sin bolsa, sin alforja, sin sandalias, sin nada) que suscitaba la fe.
Una segunda parte más larga, catequética o didascálica, donde se aterrizaba este Kerygma en la historia personal de cada día enseñándoles a caminar en la Cruz gloriosa de Jesús: el camino de la vida.
Una tercera homilética, donde, una vez bautizados, se les exhortaba, se les empujaba, se les recordaba el camino realizado y se les animaba a seguir caminando en constante conversión, puesto que el catecumenado no agota la vida cristiana, sino que la ejemplifica. He aquí en una breve síntesis, en algunas pinceladas, lo que el Señor está haciendo con nosotros: Estamos anunciando el Kerygma por las parroquias de todo el mundo, por pequeños equipos itinerantes (siempre con un presbítero al centro) que, partiendo de su Iglesia local y sin tener donde reclinarla cabeza (los itinerantes venden todos sus bienes y dejan todo), dan su vida en este servicio, en este nuevo culto que es volver los corazones desviados al Dios vivo. (Rm. 1, 9).
Esta primera fase kerygmática la hacemos en las parroquias durante un periodo de dos meses, llamando con fuerza a convertirse a este Siervo sufriente, como el camino de la verdad, como la felicidad ofrecida al hombre en el Nombre de Jesús, esto es: la posibilidad de amar totalmente, de donarse totalmente. Todo hombre sabe por su razón que el amor es la verdad y se realiza corno persona donándose, esto es ayudando a los otros, olvidándose de sí mismo, trascendiendo su yo en el tu del otro. Si tanta gente se desvía y cae víctima de sectas, de ideologías es porque se le presenta un ideal, de donación, luchar contra las injusticias, o acabar con el sufrimiento. Nosotros pensarnos que hoy hay que volver a reproponer el cristianismo a todos, sea a los que están en la Iglesia, sea a los que están fuera de ella.
En el marco de esta predicación kerygmática y después de anunciar el perdón de los pecados, como en las parroquias la mayoría son bautizados, se les invita a sellar la conversión en el Sacramento de la penitencia, como un segundo Bautismo, a pasar sus pecados a Jesús en el Sacerdote confesándolos para que los destruya en su cuerpo muerto y resucitado y a recibir, mediante la absolución y la imposición de las manos el perdón de los pecados que viene de Dios y la fuerza del Espíritu Santo que nos devuelve la gracia bautismal y nos reintroduce en la nueva creación. Al final de la celebración en una sala contigua de la iglesia se hace un ágape para significar la alegría del retorno a Dios, de la fiesta como en el hijo pródigo. A este punto de la catequesis, comenzamos a ver ya los primeros milagros de la predicación: gente alejada del Sacramento de la penitencia durante años, vuelven a confesarse con alegría, recuperan una paz que hacía muchos años que no conocían, y sobre todo, se comienza a recuperar en algunos países el Sacramento de la reconciliación que había casi desaparecido.
Terminada la fase kerygmática con la entrega de la Biblia por el Obispo y con la formación de una comunidad de 40 50 hermanos después de una Eucaristía, se inicia el Camino, la segunda fase catequética. Lo primero que se hace es descubrir el lenguaje bíblico con el cual Dios se ha revelado a los hombres; este lenguaje es fundamentalmente histórico existencial, más que abstracto y conceptual. Y esto no se hace a través de conferencias, sino a través de celebraciones de la Palabra, presididas por el presbítero, en la convicción que en estas celebraciones aparece el Espíritu, que es el verdadero maestro que nos santifica y que nos va llevando poco a poco a la verdad Completa.
La experiencia nos ha demostrado que para enseñar a caminar en conversión es necesario un "convertidor", un "útero", esto es un seno donde poder ser gestados: y esto es la pequeña comunidad cristiana. En ella, siempre presidida por un presbítero, pueden ser iniciados al misterio de la Iglesia como cuerpo, bien trabado, compuesto de ligamentos y junturas, con sus ministerios y carismas: el presbítero, cabeza de la comunidad, el responsable diácono, los catequistas, los maestros de los niños, las viudas, las vírgenes, las familias, etc. Aparece una realidad sociológica muy semejante a la de la Iglesia que se lee en los Hechos de los apóstoles, lo que hace que esta Palabra se haga más próxima y real.
Por otro lado, la comunidad te ayuda porque no te permite camuflar tu realidad; después de dos o tres años, todos se conocen, se saben los defectos de todos, se experimenta lo difícil que es amar al otro cuando es fastidioso o molesto. El sermón de la montaña como programa de toda la catequización aparece como una palabra que nos denuncia constantemente y nos hace ver nuestra poca fe, la necesidad que tenemos de constante conversión, de ahí la necesidad de las celebraciones penitenciales que van jalonando todo el proceso neocatecumenal; en definitiva nos hace ver la necesidad constante que tenemos de la Iglesia, que como una madre nos alimenta constantemente dándonos la fe.
Durante este tiempo catequético recorremos las diferentes etapas de nuestro Bautismo, poniendo delante de nosotros la realidad que tenemos ya dentro, para que, mediante la adhesión libre a la gracia del Bautismo, ésta pueda crecer y desarrollarse. Por falta de tiempo no puedo explicar todas las etapas de estas fases: la catequesis sobre la cruz gloriosa, la renuncia a los ídolos del mundo, la iniciación a la oración, la traditio y la redditio del Credo, la entrega del Padrenuestro, etc.
En la tercera fase, los hermanos que han caminado durante largos años juntos han experimentado en su historia la misericordia y el amor de Dios en la dimensión de la Cruz. A la luz del sermón de la montaña se ve que somos nosotros los que quitamos el honor a Dios abofeteándole en la mejilla, haciéndonos nosotros dioses, y Él siempre nos ofrece la otra mejilla; somos nosotros los que hacemos causa a Dios porque no comprendemos el sufrimiento o un niño subnormal, y con ello nos justificamos para pecar; somos nosotros los que robamos lo que no es nuestro, utilizando la sexualidad como bien nos parece, etc. De forma que se comienza a entender el "logión" intercalado en el sermón de la montaña de Lucas cuando dice "Todo lo que queráis que os hagan a vosotros… hacedlo vosotros a ellos" que en el contexto significa: has experimentado este amor maravilloso, infinito, que tengo en tu historia, que carga con tus pecados, que te perdona mil y mil veces, ¿has visto que este amor es la verdad y la vida? Pues... vete y haz tú lo mismo: ama los que son malos contigo, para que seas hijo de tu Padre celestial, que es bueno con los malvados y perversos (Lc. 6, 35). Así aprenden a crecer en el amor que Dios les tiene y, madurando en la fe, llegan al espíritu de alabanza, de bendición a tener un corazón agradecido, centro de la participación a toda celebración eucarística.
El camino está basado en un trípode, la Palabra de Dios, que se celebra una vez a la semana; la Eucaristía, que nos propone cada Domingo una alianza con el Dios que actúa en nuestra historia y que nos amaestra a la acción de gracias, y sobre todo que nos dona a Cristo que se rompe por nosotros, haciéndose presente el Ministerio Pascual de nuestro Señor Jesucristo, el misterio de nuestra redención, para que podamos reconciliarnos con Dios, esto es pasar al Padre, alimentarnos de su Amor, entrar en su voluntad que es siempre el bien y la felicidad eterna para cada uno de nosotros; y el tercer pie del trípode, la comunidad.
Todo esto va haciendo poco a poco de esta pequeña comunidad una Koinonè, una comunión un signo del Amor nuevo, de la Charitas. Aparece la comunidad en nuestro mundo secularizado como un sacramento universal de salvación. El grito "Mirad como se aman" vuelve a surgir entre los hombres; la Buena Nueva que el Reino de Dios está en medio de nosotros se visibiliza y se hace presente en la Iglesia. Esto tiene tanta fuerza que donde han aparecido esto signos han comenzado a acudir los alejados de la Iglesia. Así tenemos en la misma Roma parroquias donde hay 10 u 11 comunidades y donde ya se ha formado un verdadero camino de retorno a la casa del Padre para el hombre contemporáneo, secularizado y ateo.
Para terminar estas líneas, dada la dificultad de exponer una experiencia de más de 14 años extendida en 77 naciones, diré tres puntos de aclaración:
1º - El neocatecumenado no es un movimiento, en el sentido que siempre hasta ahora se ha dado a esta palabra, sino que es un tiempo para llevara a la gente a redescubrir su fe, que les lleva a ser miembros vivos de la Iglesia local, la parroquia y la diócesis.
2º - Para que se pueda dar todo este proceso catequético es necesaria una predicación que ponga al hombre frente a la cruz de su propia historia, iluminándole el sentido y reconciliándolo con ella.
3º - Tenemos la alegría de testimoniar a esta Asamblea sinodal (como han confirmado dos mil párrocos reunidos en Roma para dar una contribución al Sínodo), los milagros que Dios está operando: tantos matrimonios destruidos que se rehacen y que se abren a la vida, tantos jóvenes salvados de la droga y del terrorismo, tantos ateos convertidos, tantas vocaciones al presbiterado como están surgiendo sobre todo en las naciones donde el camino está más avanzado, el desprendimiento de las riquezas y la comunión de bienes en la comunidad, el servicio a la diócesis en la catequesis a todos los niveles, el testimonio tantas veces heroico en ambiente de trabajo, etc.
Termino dando gracias a la Virgen María, a la Inmaculada Concepción que ha inspirado este Camino, al Santo Padre y a la Secretaría del Sínodo que me ha permitido estar aquí. Ruego a los Padres sinodales que recen por mí que soy un pecador.
Kiko Argüello